Por. Mariana Aragón Mijangos
Surgida conceptualmente en los años noventa, la teoría del Buen Vivir parte de la noción de colectividad en el ejercicio de los derechos, lo que quiere decir que ya sea que hablemos de justicia, de oportunidades o de bienestar, el despojo de unas/os nos afecta a todas/os, tanto como su pleno ejercicio. Esta premisa resulta sumamente oportuna a la luz de las crisis derivadas de la COVID-19, y de la consecuente reingeniería estructural, obligada en aras de la recuperación.
Unidad, comunidad, reciprocidad; se convierten en valores fundamentales de esta teoría que tiene su origen en los pueblos Aymaras y Quechuas que habitan los territorios de Bolivia y Ecuador, quienes comparten grandes similitudes y retos con otros pueblos originarios latinoamericanos. El Buen Vivir comprende que en la vida todo está interconectado, es interdependiente y está interrelacionado.
La complementariedad entre el desarrollo social y la naturaleza, es otro de sus componentes que aporta mucho a la crisis del cambio climático. El hecho de que la ONU esté alertando a la comunidad mundial, que el cambio climático puede provocar 216 millones de desplazados para el año 2050, nuevamente evidencia la urgencia de repensar los modelos políticos y económicos, bajo modelos menos depredadores, desde una visión más integral.
Las mujeres han tenido un papel trascendental como ideólogas, instrumentadoras y ejecutoras del Buen vivir en América Latina, la historiadora y filósofa feminista Francesca Gallardo, lo describe así: “Las mujeres del Abya Yala (continente americano), construyen modernidades alternativas al colonialismo europeo y a la victimización de las colonizadas a la que las relegan las feministas blancas. Tejen respuestas a patriarcados donde lo colectivo y lo personal no se disocian”.
En el marco del Buen Vivir, encontramos feminismos que conjugan el respeto a la naturaleza desde la cosmovisión indígena, con el vínculo entre identidad y territorio, que tuvieron un papel trascendental en movimientos del Abya Yala como la lucha contra la exportación del gas natural en Bolivia, contra las mineras en Guatemala o las centrales hidroeléctricas en Chile, y sin ir más lejos la lucha por el agua de las mujeres de Ayutla Mixe.
Pero el Buen vivir no se reduce al territorio rural, ni a las comunidades indígenas. En palabras de Fernando Huanacuni: “Vivir bien es vivir en comunidad, en hermandad, especialmente en complementariedad. Es una vida comunal armónica y autosuficiente”. Es el espíritu comunitario lo que cuenta, necesario en cualquier colonia, manzana, condominio urbano. ¿Utópico? Si, tanto como necesario.
En síntesis, el Buen Vivir interrelaciona temas fundamentales de género, sustentabilidad, interseccionalidad y gobernanza, que agentes políticos, económicos y sociales, no deberían ser echados en saco roto, menos aún utilizarse con fines mercenarios. Pero no podemos esperar a que el llamado venga de las decisiones políticas, cuando podemos decidir hoy cómo queremos vivir: ¿seguiremos como entes separados, preocupados por llevar cada quien agua a nuestro molino? O aprendemos de una buena vez a actuar de manera más humana, más integral y en definitiva más inteligente, pensando en las generaciones más jóvenes y en las que vienen, porque de esto depende el México que les dejemos. Después de todo, a propósito de las fiestas, ésta sí sería una actitud verdaderamente patriótica.