Por. Saraí Aguilar
En estos días en los que somos bombardeados a diestra y siniestra por aquellos que consideran que lo “presencial es esencial” (cualquier cosa y riesgo que esto implique) y los que se niegan a volver, a rajatabla también sin concesiones, llama profundamente la atención la ignorancia promovida desde las autoridades gubernamentales por lo que un modelo de educación a distancia implica, y sólo se sataniza a conveniencia de los vaivenes políticos, lo cual nos da luz sobre las decisiones erráticas tomadas a lo largo de la pandemia, no sólo en el aspecto sanitario sino en el educativo.
Hace más de 15 meses se cancelaron las aulas tradicionales. Y es clave hacer el señalamiento de que lo que se canceló fue la modalidad presencial síncrona, pues aquello de que “los niños llevan más de un año sin clases” es falso. Tampoco vamos a negar el nivel de deserción que se dio en la pandemia, pero que amerita un análisis más profundo si fue por la modalidad virtual de las clases de forma exclusiva o si los factores de pobreza o mortalidad de los padres (México es de los países con alto número de menores de edad huérfanos a causa de la pandemia) fueron un coctel letal para la continuidad educativa.
Al momento de cancelar se optó como estrategia nacional el plan “Aprende en Casa”. No se trata de desacreditar el sistema, el cual tiene la bondad de su amplio alcance por medio de la televisión. Pero dejó enormes lagunas. Se aplicó sin las adecuaciones debidas en las zonas con señal débil, o en comunidades donde era más sencillo tener acceso a comunicación vía celular por antenas de teléfonos. Lo idóneo hubieran sido elaborar tutoriales y no largas jornadas televisivas.
En resumidas cuentas, la estrategia se limitó a que los niños vieran la televisión. Aunque algunos estados o planteles hicieron cambios, el hecho que no formaran parte de una estrategia coordinada sólo fomentó la inequidad.
Por eso, asombra que el presidente, en su discurso para promover “contra viento y marea” el regreso a las aulas, sin tomar en cuenta las condiciones de la pandemia en cada entidad, arremeta contra los medios digitales y la virtualidad.
“Ya no podemos tener a los niños encerrados o dependiendo por entero del Nintendo, eso es muy tóxico. Yo soy respetuoso, pues, de todo, pero es muy enajenante estar recibiendo todo ese bombardeo de información, mucha violencia en los juegos, pero sobre todo están ensimismados”, dijo en su conferencia matutina.
Asumimos que al hablar de “ videojuegos” hablaba del tiempo en pantalla. Sería conveniente que el mandatario estuviese contextualizado en la brecha digital y no mostrase un apego único por las estrategias tradicionales con las cuales generaciones de antaño cursaron en exclusiva.
La transformación del mundo, sin desdeñar el contacto personal, implica más y mejores manejos de dispositivos, entre otros aspectos. Para aquellos que como el presidente creen que el tiempo que se ha cursado a distancia ha sido perdido, deberían de reevaluar si el tiempo primeramente ha sido perdido por un bloqueo del adulto responsable que se niega al cambio que, con o sin pandemia, se dirige a la virtualidad. Nos queda claro que no todos tienen los recursos para tener acceso, pero otro gallo nos hubiera cantado en estos 15 meses si, en lugar de llorar el mundo que se perdió, se luchara por conseguir lo mejor del universo que se nos presentaba.
Sin duda, debemos volver con condiciones sanitarias adecuadas, entre otras cosas. Pero no se puede volver nunca al punto donde iniciamos. La virtualidad no es lo indeseable, sino el manejo que demos de ello. Y el presidente y sus acólitos, quienes pujan por lograr que los niños desdeñen los dispositivos, debieran tomar en cuenta que su futuro laboral estará definido por una interminable innovación tecnológica que volverá obsoletos el lápiz y el pizarrón que hoy creen insustituibles.