Por. Saraí Aguilar
Andrés Manuel López Obrador ha dado el banderazo del juego de la sucesión presidencial.
Fue el pasado 5 de julio cuando el mandatario federal mencionó a los funcionarios que laboran en su entorno cercano y que podrían encabezar los esfuerzos de su movimiento en la consolidación de la Cuarta Transformación.
Y si bien mencionó diferentes cuadros tales como Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier y Rocío Nahle, y omitió a otros como Ricardo Monreal, la atención se ha centrado sobre la jefa de Gobierno de la CDMX y sobre el secretario de Relaciones Exteriores.
Es normal que la grilla política se acelere con estos temas, en parte por la premura de un jefe de Gobierno que lanza al ruedo a funcionarios de alto nivel en una etapa aun temprana que los puede descarrilar. Sin embargo, no se puede dejar de lado cierto sesgo de género que se le ha dado al tema.
De Marcelo Ebrard se discuten sus méritos, carrera y trayectoria, al igual que sus pifias, yerros o resbalones. Sus aspiraciones se miden en función de sus logros desde que fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México hasta su actual paso como canciller. Lo mismo los negativos que pesan sobre él: el ya muy sabido de la Línea 12 del Metro y los cuestionamientos a su negociación para traer vacunas de Covid-19. Como sea, se debate lo que ha hecho por sí mismo.
En cambio, de Claudia Sheinbaum no destaca tanto su trayectoria (buena o mala) como su cercanía con el presidente López Obrador, al grado de que éste se menciona como el factor principal que decidiría su candidatura, en caso de darse.
Poco se discuten sus aciertos o fallas. Lo único importante es si el macho más importante de la manada le da su beneplácito.
“Su cercanía con AMLO puede ser su mayor fortaleza o debilidad”, “El futuro de Claudia cada vez está más sellado a su obediencia al presidente y por lo tanto también su suerte está echada en función de lo que López Obrador decida”, es el tipo de frases que se leen en las redes y los medios.
Editorialistas y dirigentes de partidos por igual han trenzado el futuro político de Sheinbaum a la decisión del Ejecutivo.
Incluso, de plano se le niega cualquier posibilidad si no es la elegida por el mandatario. No se le concede siquiera la oportunidad de lanzarse como agente libre, la cual sí se le ha dado al senador Ricardo Monreal, a quien se le ve incluso postulándose por otro partido. Su condición de hombre parece darle una autonomía que no se le concede a la jefa de Gobierno.
Si bien a partir de las últimas décadas del XX y en este siglo se observaba ya un creciente protagonismo de las mujeres y sus apariciones son cada vez más frecuentes en la arena política de los liderazgos, esto solo va de forma cuantitativa, pues el imaginario social no ha logrado deslindarnos, dejar de vernos como meros apéndices de hombres con poder.
¿No ha tenido aciertos? Una pregunta que deberían de contestar sus allegados. ¿No ha tenido desaciertos? Una pregunta que deberían de contestar sus opositores. ¿Será que pueda visualizarse a ella como una política con una trayectoria de logros y fracasos propios? ¿Entender que se basta sola para construir o derrumbar su futuro político? ¿Acaso una mujer siempre tiene que ligar su destino a los designios de un hombre?
Al momento, al margen de las grillas y de la obvia injerencia que toman los designios presidenciales, la respuesta a cada una de las cuestiones enunciadas es una rotunda negativa. Al parecer, ni en las esferas del poder, aquellas mujeres que parecen emancipadas logran esa autonomía.