Por. Mariana Aragón Mijangos
A escasos días de unas elecciones memorables (y no en un buen sentido), tanto por la violencia presente durante todo el proceso, que al momento de escribir estas líneas suma 108 denuncias por violencia política contra las mujeres, y 34 candidatas y candidatos asesinados, 40 secuestros, y 50 agresiones en actos de campaña; como por el contexto pandémico que aún nos encontramos sorteando en términos sanitarios y económicos, ante el cual las respuestas gubernamentales en los tres niveles de gobierno han sido insuficientes, tanto, como huecas son las propuestas electorales de la mayoría de las y los candidatos.
Se oye ruido de promesas vacías, narrativas fáciles, pegajosas, y poco convincentes, porque hace tiempo que los partidos políticos dejaron de formar cuadros para convertirse en empresas de compra venta de puestos de “representación popular”, donde las candidaturas se reparten entre pocos. Mismos rostros, mismas palabras, mismas poses, mismas cuentas pendientes. La sociedad mexicana cambia continuamente y los partidos políticos siguen sin enterarse.
A esto se suman hechos duros, indignantes, pero sobre todo esclarecedores, como el desplome de la “Línea Dorada” del Metro de la CDMX, que a un mes de lo ocurrido sigue exponiendo que su falla de origen fue la corrupción, y también algo tan simple como el desgano de hacer las cosas bien, vamos, de darle el mantenimiento básico al principal medio de transporte de la capital del país.
Y es aquí donde la 4T ha dejado de ser opción de un cambio verdadero para estas elecciones. No me espanto, ni politizo al estilo “Estábamos mejor cuando estábamos peor”, he votado por AMLO porque pertenezco a una generación que vimos a nuestras madres y padres emocionarse con el surgimiento de una fuerza política de izquierda viable, como en su momento lo fue el PRD, y también presenciamos el fraude del 88.
Aunque era niña, (una muy enterada porque en mi casa solo se hablaba de política), recuerdo que el levantamiento de Chiapas en 1994, en su momento representó la lucha por la esperanza del reconocimiento del México profundo, de ese que no cabía en la propaganda Salinista que aseguraba que México era parte de América del Norte. El olvido de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, se sumó al olvido de todas esas chispas de cambio que también se apagaron muy pronto desde la propia Revolución Mexicana, cuyos héroes fueron poco conocidos, y los conocidos fueron poco héroes, porque perdieron la oportunidad de cumplir con los ideales que les legitimaron y en cambio prefirieron convertirse en otra élite que no miró al pueblo como suyo. Y así… la lucha estudiantil de 1968 y el Halconazo, otras chispas con el mismo ímpetu del cambio que todavía no llega.
Efectivamente, AMLO asumió la presidencia de un país dilapidado y dividido, pero que depositó esa esperanza de cambio en su proyecto político como hacía décadas no lo hacía, porque los otros ya se habían encargado de demostrar, una y otra vez, que su motivación política es hacer grandes negocios y formar dinastías intocables que luego de un cargo podían “autoindemnizarse” por el resto de la vida. Por eso, los desaciertos, torpezas e incongruencias del Presidente son tan indignantes como el cinismo del priismo y panismo dándose golpes de pecho, ó como postulaciones vacuas como las fosfo-fosfo y de chichis para todas, que evidencian aún más la falta de oficio político.
Y es aquí donde veo con claridad un México a dos fuegos, dos bandos que se pierden en descalificaciones y autoelogios. Partido en el poder y oposición, ni tan distantes, ni tan diferentes. Es como tener que elegir entre el exmarido golpeador e infiel que viene con rosas a pedir perdón; y la actual pareja: igual de infiel, menos golpeador, aunque más pusilánime, cuyo mayor argumento es que sí al otro le aguantó cosas peores, ¿Por qué a él no?
A esto no se le puede llamar democracia, es más bien la partidocracia imponiendo impresentables. Sin embargo, el 6 de junio puede ser un parteaguas en el que la ciudadanía dé la espalda a los partidos más fuertes, miremos a los candidatos independientes ó a perfiles con mejor reputación, aunque menos conocidos, y cuando de plano no haya a quién irle consideremos anular. No se trata de hacer voto útil, sino voto consciente. Ya se está gestando 2024, y es urgente mandar un mensaje fuerte a una partidocracia caduca: o se renuevan o mueren.