Por Bárbara Lejtik
Pareciera que el mundo femenino se divide en dos equipos:
El que insiste en ver el Día Internacional de la Mujer como un reconocimiento tipo cumpleaños o Día de la Madre, en el que compartimos imágenes de flores y frases sobre la fuerte ternura, perseverante entrega y sagrada paciencia que nos distingue a las mujeres.
Y el otro equipo que se conforma por un sector de mujeres furiosas, hartas y desesperadas ante la indiferencia del gobierno y la sociedad por años de petición de respeto, justicia y visibilidad.
Todo lo demás son variaciones sobre el tema.
Existen muchos tipos de feminismos y creo que a pesar de los gritos y las marchas no hemos logrado darnos a entender con claridad.
Hay un discurso que apoya el movimiento y está de acuerdo con que las mujeres no podemos seguir viviendo con miedo e inseguridad, en que se debe castigar la violencia y el acoso, y en que falta apoyo y empatía por parte de las instituciones.
Y está bien, para empezar con un proceso evolutivo es básico de entrada estar vivas.
Pero eso no es todo lo que las mujeres solicitamos, no queremos un feminismo compasivo, patriarcal en el que nuevamente los hombres se encarguen de poner nombre a nuestros problemas y proponer soluciones.
Lo que las feministas queremos es hacer un reinicio de la forma de vernos que tiene la sociedad.
Las mujeres somos el único camino que tiene la humanidad para existir en la tierra, somos el género capaz de dar vida y la mitad de la población mundial.
En la teoría de la evolución, las mujeres necesitamos el apoyo de los hombres para cuidarnos de los peligros en el momento que empezamos a caminar erguidas y utilizamos nuestros brazos para cargar a nuestros hijos, teóricamente desde que caminamos incorporados hemos tenido que trabajar en equipo para subsistir.
No como oponentes, sí como una especie que entiende la necesidad de protegerse y honrarse mutuamente.
Las mujeres no queremos permisos, no queremos defensores ni un sistema de premios y castigos, no queremos ser incluidas, queremos ser reconocidas en nuestras capacidades y no obtener privilegios ni lugares por obligación de paridad de género.
Queremos que se entiendan los términos que defendemos, si decimos que no queremos seguir con un sistema patriarcal no estamos declarando la guerra a los hombres, ni al núcleo familiar tradicional; queremos ser libres de tomar nuestras propias decisiones y escribir nuestras historias, inventar nuestros sistemas familiares y ser reconocidas como válidas en cualquier fórmula que elijamos para vivir en clanes familiares.
No queremos permisos para trabajar o estudiar, queremos que este sea nuestro derecho por naturaleza; no leyes que nos protejan, queremos un mundo que nos respete y dignifique; una nueva masculinidad que no nos vea como opositoras ni cargas morales y económicas.
No debería ser tan difícil explicar que no somos iguales, pero si merecemos el mismo respeto, que no estamos peleadas ni odiamos a los hombres, sino todo lo contrario, queremos ser amadas, apoyadas y honradas con la misma magnitud que nosotros debiéramos hacerlo con ellos, porque al final estamos en este mundo que nos pertenece a todos y es imposible coexistir sin la cooperación de todos los miembros de la comunidad.
Las mujeres, todas las mujeres, las que lo somos por naturaleza y las que lo somos por elección, y los hombres que quieren vernos libres, seguras y felices, los que reconocen nuestro valor sin que se los tengamos que explicar a gritos y en marchas. Los que entienden que las valla que hoy derrumbamos son la metáfora de las vidas y las ilusiones que fueron destruidas por la violencia de género.
Con la misma furia que golpeamos, gritamos y quemamos le damos nombre a todas las mujeres que fueron ultrajadas, maltratadas y asesinadas por ser mujeres.
Porque eso ya no debe pasar más, ya es hora de entender y cambiar el rumbo.
Dejemos de ver esto como un tema político o partidistas, quienes califiquen el movimiento feminista como un acto electoral y nos etiqueten como grupos de choque, de verdad nos están subestimando, somos mucho más que eso, los países y las épocas son distintas, las madres van dejando sus lugares a las nuevas generaciones, la lucha es una carrera en la que todas participamos pasándonos la estafeta y haciendo una cadena, conteniéndonos y fortaleciéndonos.
Reconocemos los errores que tuvimos en el pasado y los que aún cometemos cuando no somos solidarias, cuando nos ponemos el pie entre nosotras, cuando aprovechamos la situación para obtener ventaja, cuando educamos mal a nuestros hijos, cuando no somos honestas ni estamos dispuestas a enfrentar la responsabilidad de exigir al mundo un lugar en el que no sólo tenemos derechos, también obligaciones y roles a los que nos debemos entregar con pasión y compromiso.