Por. Sabrina Gómez Madrid
En México, este mes de marzo, que empieza con más de 185 mil muertes causadas por el SARS-CoV-2, se cumple un año de que las autoridades políticas y sanitarias de nuestro país implementaron una serie de medidas voluntarias como el confinamiento, explicando que eran necesarias para tratar de evitar el contagio así como la expansión del virus. Sin embargo, a pesar de todo esfuerzo, la población pasó por doce meses en los que la pandemia ha hecho estragos, que han afectado el proyecto de vida de la mayoría. Lo curioso ha sido observar las reacciones de diversos grupos de individuos ante lo que ha sucedido, ya que no solo no desvelan ningún cambio o toma de conciencia de fondo sino que se han habituado más a lo que dicen las redes sociales, que a lo que verdaderamente pasa en su entorno inmediato.
Hace apenas un año nuestro país se sumaba a las protestas globales por la violencia hacia las mujeres con marchas en toda la república, pese a que ya comenzaban a tomarse serias medidas en torno a este raro virus que ya había llegado a territorio nacional. Además, se vivía un ambiente de movilzaciones y huelgas universitarias; a mitad del mes se llevó a cabo una ceremonia colectiva de matrimonio entre 140 parejas del mismo sexo que se abrazaron y besaron conmemorando 10 años de la legalización de estas uniones, y el festival Vive latino prendió a 70 mil asistentes en el Foro Sol. Así era nuestra vida y así reaccionábamos de manera comunitaria.
Pero tras estos procesos y concentraciones multitudinarias poco conscientes de lo que se venía, siguieron doce meses desconcertantes de avance de la pandemia, de endurecimiento de medidas, y de reorganización en la forma de vida, pero también de incertidumbre en un ambiente político, económico y socialmente polarizado que propició la creación de nuevas identidades culturales en las redes sociales durante la pandemia.
Nadie pone en duda el hecho de que la tecnología ha tenido una presencia muy importante en este periodo histórico, y de que ejerce un rol básico en nuestra sobrevivencia, pero también lo ha hecho a favor y en contra de los fines de diferentes agrupaciones que han surgido durante la pandemia. No es que sean grupos organizados pero se caracterizan por tener reacciones muy específicas ante esta emergencia, y porque buscan en internet o en las redes sociales la manera de convencer, fijar y compartir posturas así como de soportar las creencias que fortalecen su pertenencia a tal o cual clan con el que de manera consciente o inconsciente se identifican.
Hasta ahora hemos percibido que fuera de los grupos activos que están considerados dentro de la primera línea, es decir, de los que han permanecido en sus puestos de trabajo para que todos los demás podamos sobrevivir, el resto de la población podría dividirse en al menos tres tipos de comunidades: las que se han adaptado a la llamada “nueva realidad”, las que se han negado a asumir la pandemia y las medidas en torno a ella y, finalmente, las que se han reinventado.
En el primer caso está un porcentaje de la población que ha decidido seguir al pie de la letra las medidas dictadas por las autoridades globales, y/o locales de su país para tratar de resistir y sobrevivir a la embestida de este virus. Es decir, quedarse en casa (los que pueden hacerlo), guardar sana distancia, usar cubre bocas y tener constante higiene personal.
En el segundo grupo están los que evaden la situación porque no creen que la pandemia sea verdad o que sea tan grave como dicen o que por alguna razón no les tocará enfermarse o morir. Ellos no hacen caso de las medidas, desconfían de todo y se revelan exponiéndose a sí mismos, pero también a los demás. Lo que pasa es que los miembros de este grupo no acaban de entender que también pueden ser portadores, contagiar y hasta llevar a la muerte a quienes adquieran el virus por su causa.
Finalmente, está el tercer conjunto de personas, el de los que siguen instrucciones pero también indagan, se preparan, buscan y proponen. Claro que fuera de esta clasificación también están los que no tienen opción y han continuado tratando de sobrevivir como pueden ante las circunstancias que ya tenían antes de la pandemia. O bien, los que lo han perdido todo a causa de ella.
No se trata de calificar qué clase de grupo resulta mejor que otro, pero si de reflexionar en las acciones e inacciones que pueden derivarse de cada uno de ellos, y de cómo éstos pueden afectarnos a nivel individual, familiar y hasta social, filtrándose en las distintas arenas de poder y en su toma de decisiones en un año en el que muy pronto tendremos elecciones políticas.
Con el advenimiento de las vacunas, el fin de esta emergencia sanitaria parecía acercarse, no obstante, el control de la situación y el regreso a nuestra manera de vivir precovid, no queda tan claro. De cualquier forma es lógico pensar que a todos aún se nos vienen tiempos difíciles de sobrevivencia en los que debería imperar la organización, la planeación y el trabajo en equipo. Pero dadas las circunstancias no podemos sino preguntarnos si para lidiar con nuestro futuro inmediato, ¿podremos superar las filiaciones que han dotado de nuevas identidades a cada miembro de estas jóvenes comunidades on line, o ya nada no podrá devolvernos a quienes éramos off line para diseñar juntos nuestro porvenir?