Por. Gerardo Galarza
Tradicionalmente en México los procesos electorales federales intermedios, en las que se eligen a los diputados federales, poco atraen a los votantes y su índice de abstencionismo ha sido más elevado frente a aquellos donde concurren la elección presidencial y todo el Congreso de la Unión.
Sin embargo, las elecciones del próximo de 6 junio podrán revertir esa tendencia. Serán el proceso electoral más grande en la historia del país: se disputarán más de 21 mil cargos de elección popular, entre ellos 15 gubernaturas, 30 congresos estatales, 1,926 ayuntamientos en 30 estados, además de las 500 diputaciones federales. El número de votantes ascenderá a casi 95 millones de ciudadanos.
También es tradición que los ciudadanos acuden más a las urnas en las elecciones para gobernador y para presidentes municipales, las autoridades más cercanas, por lo que es previsible que en los estados que las haya el número votantes se incrementará.
Y para que ello ocurra sólo faltan cuatro meses.
Pese a la pandemia y otros desastres nacionales, pronto iniciarán las campañas políticas, que tendrían que ser innovadoras por las restricciones sanitarias ante el covid 19. Los votos que más interesan son los de los ciudadanos sin partido, que son la inmensa mayoría del padrón electoral. En realidad, la militancia real en los partidos políticos es escasa y, en todo caso, cuentan con simpatizantes o votantes cautivos.
El mayor atractivo de cualquier proceso electoral es su resultado y más ahora que por lo menos en el nivel federal un partido político tiene una mayoría aplastante en el gobierno del país, producto del resultado del 2018. Por ello el éxito de las encuestas: se quiere saber quién va a ganar. Y los partidos desean incrementar su triunfos.
Entonces, ante la falta de un resultado real que sólo ocurrirá después del proceso electoral, se especula, se pronostica, se intenta convencer e inducir, apabullar desde antes.
Los actuales gobernantes y muchos de sus votantes creen que conservarán e incrementarán su mayoría para, dicen, garantizar su “transformación”. Y ponen su seguridad en manos de la popularidad del presidente de la república, que gracias a las “becas” de los programas sociales (compra de votos, en realidad) todavía la tiene.
Los ciudadanos opositores y muchos decepcionados por su voto del 2018 esperan que los nulos resultados, la corrupción imperante del gobierno actual y el desastroso y trágico combate a la pandemia sean suficientes para revertir o aminorar esa mayoría. Pero es sólo un deseo. Los partidos de oposición sólo apuestan a triunfos por el mal gobierno, la causa por la que ellos fueron derrotados; nada nuevo proponen, vamos ni siquiera nuevos candidatos; los mismos de siempre ocuparán las postulaciones principales de su coalición.
No hay nada nuevo. Bueno, sí, a falta de propuestas y de cohesión, la coalición electoral que apoya al gobierno y la coalición opositora buscan votos con candidaturas de actores, cancioneras, reinas de belleza, deportistas o cualquier que sea popular, para “balancear” el desprestigio de las candidaturas de sus propios militantes.
La ventaja que tiene Morena es que está en el poder y los viejos priistas saben cómo aprovechar tal circunstancia.
Faltan sólo cuatro meses.