Por Boris Berenzon Gorn
El mundo se ha encontrado, durante las últimas décadas, en las manos de unos cuantos líderes; una de ellos ha sido, sin lugar a dudas, Angela Merkel. La brújula de los países democráticos ha estado, en lo que va del siglo, en pocas manos tan confiables como las de la canciller alemana. Cuando el pueblo estadunidense colocó al frente al infame Donald Trump, Merkel asumió con gracia la batuta del llamado “mundo libre”. Cuando el Reino Unido cimbró con su salida las bases de la Unión Europea —en una votación, por cierto, sumamente similar a la que encumbró al magnate neoyorquino—, la líder asumió el reto de mantener cohesionada a la región, lo cual evitó lo que podría haber sido un cisma de consecuencias mundiales. Hoy, tras 16 años en el poder, Angela Merkel se prepara para abandonar voluntariamente el cargo de Canciller Federal de Alemania, y ni su país ni el mundo saben muy bien qué esperar.
Merkel llegó al poder en 2005, y a lo largo de casi dos décadas se ha convertido en la principal figura política europea en lo que llevamos visto del siglo XXI. Se dice fácil, pero alcanzar y mantener sus niveles de popularidad y aprobación le costó a Merkel la superación de retos titánicos que pocos de sus pares consiguieron sortear con éxito. La crisis financiera de 2008, el desborde de la migración en 2015 y, más recientemente, la llegada de la pandemia de COVID-19 fueron algunos de los grandes obstáculos que Alemania atravesó con la canciller a la batuta. Tales fueron sus logros, que Merkel se va del cargo sin nunca haber visto una aprobación hacia su desempeño de menos del 50 por ciento. Su promedio, de hecho, fue de 70 por ciento, y solo en 2010 llegó a su mínimo, de 52 por ciento, una legitimidad con la que ya quisieran muchísimos llegar al poder.
Merkel tomó el cargo con apenas 51 años de edad. Su formación política era más bien corta, dado que la mayor parte de su desarrollo se había dado en el campo de las ciencias. Física de formación, la canciller cursó un diplomado en Química Cuántica y se integró después a las filas del partido de la Unión Demócrata Cristiana. Su elección como canciller fue recibida con sorpresa y beneplácito en 2005, pues se trataba de la primera mujer que ocuparía este puesto en Alemania, y no solo lo haría durante casi dos décadas, sino que sobresaldría por encima de sus pares de otros países europeos con liderazgos apenas comparables con el suyo.
“Querida Merkel, eres la primera mujer elegida para ser jefa de gobierno en Alemania”, dijo Norbert Lammert, entonces presidente del Parlamento de Alemania, cuando, en 2005, la canciller era nombrada. “Una fuerte señal para las mujeres y, ciertamente, para algunos hombres”, remataba el legislador. Poco sabíamos entonces de la marca que dejaría Merkel en el continente y en el mundo. La fuerte señal de la que hablaba no solo resonó en aquel momento, sino que quedó grabada como un parteaguas en la historia.
Desde 2018, Merkel anunció que no volvería a buscar ser elegida para el cargo, por lo que no gobernaría más allá de 2021. El plazo está por cumplirse, y el futuro para Alemania, la Unión Europea y el mundo mismo es incierto. Aunque en su partido la batuta ha sido ya transferida —Armin Laschet estará ahora al frente de la Unión Democrática Cristiana— y se espera continuar con las políticas de Merkel en el futuro, la realidad es que construir un liderazgo como el suyo y sostenerlo no será tarea sencilla.
La fórmula de Merkel ha sido única, y no precisamente por su habilidad para ganar gran aceptación, manifiesta en los altos índices de aprobación. Quizá su mayor acierto haya sido su capacidad para evitar el conflicto y no despertar grandes rechazos en el electorado. Los expertos aseguran que sus discursos pausados pudieron resultar una enorme ventaja electoral, dado que no generó grandes animadversiones que hicieran que los ciudadanos acudieran a las urnas en bloque a pretender quitarla del poder. Por otro lado, sus posturas tendientes a la neutralidad la ayudaron a encontrar el balance entre la diversidad de posturas que componen la Unión Europea. Mesura y prudencia la han caracterizado, en consonancia con un discurso que no pretendía limitar derechos ni dar pasos en falso.
Hoy por hoy, la salida de Merkel es uno de los más grandes retos que Europa tendrá que enfrentar. No cabe duda de que su legado perdurará, pero tampoco de que su brújula será echada de menos en más de una ocasión.
Manchamanteles
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