jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

La apuesta por el espectáculo

Por Boris Berenzon Gorn

La llegada al poder de Joe Biden y la retirada formal de Donald Trump de la Casa Blanca ha estado cargada de simbolismos o de los grandes huecos que ha provocado su ausencia. Esta falta ha dejado vacíos que, como fantasmas, revelan a una nación fragmentada espaciotemporalmente. Es cierto que la cultura de los Estados Unidos va más allá de la sencillez y de lo fatuo que durante años han vendido como lema. Que va desde la simpleza de Walt Disney hasta la sencillez en la elaboración de su comida y el tan llevado y traído american way of life. Si la máxima política de que la forma es el fondo es legítima, vale la pena ver cómo la simpleza discursiva es el gran distractor, que actúa mediante el espectáculo. Sólo hace falta ver cómo los medios se entretienen en señalamientos sobre el cambio de tradiciones en el cambio del poder, en la falta de sensibilidad de uno u otro personaje, el uso político de la religión, el papel y la estética de la primera dama, y, más de fondo, el juego de silencios entre el presidente saliente y el entrante.

Con ello se ha tratado de apostar a los grandes distractores. El primero es el maniqueísmo del presidente bueno que llega y el tirano que se va. Detrás de las especulaciones sobre cuál será la nueva decoración de la habitación de Biden y los pormenores de la vida de su mascota, se esconde el estado de excepción que se ha vivido en la capital de nuestros vecinos del norte después del poco democrático ataque al Capitolio que mostró el verdadero traspatio que viven sus formas y retos políticos. Parecería ser que la formula se desgastó. El statu quo que hoy podría regresar fue muy minado por el vandalismo político del magnate. Un vandalismo que no debe ser olvidado. Biden debe aprender la lección y oír a su nación completa y no sólo a los juglares de la oficina oval y el tan llevado y traído círculo rojo.  

Hay una crisis de fondo en la vida política estadunidense que marca la agenda del nuevo presidente. Una crisis compuesta, a su vez, por las crisis económica y sanitaria, y el desgaste del modelo capitalista cada vez más burdo y agresivo. Por mucha responsabilidad que haya tenido Trump en el mal manejo de la pandemia, Biden no podrá salir avante con sólo culparlo. Como en otras naciones, la COVID-19 reveló en los Estados Unidos los grandes defectos de un sistema de salud privatizado, que protege en función de la clase social a la que se pertenezca. Resolver al mismo tiempo la emergencia y la crisis de fondo será una tarea monumental que se transformará en un enorme legado o en un fracaso colosal. 

La resolución de la crisis económica no se vislumbra más sencilla. Es claro que una etapa ha llegado a su fin y que, de seguirse prolongando, revueltas como la vivida en el Capitolio empezarán a ser una constante. Seguir maltratando a los grupos más olvidados y oprimidos tiene su costo. Un mensaje de unidad no es suficiente; hay personas que necesitan desesperadamente ver un cambio en su día a día y, aunque ciertamente no lo vieron con Trump, no olvidarán su frustración sólo con promesas y palabras bonitas. 

Hoy, Biden pretende dar inicio a una nueva era contrastando con la toma de posesión de Trump hace cuatro años. La imagen que transmiten los medios es una de alegría. A diferencia de la llegada del republicano, desangelada, donde no quiso aparecerse ningún artista pop de renombre, el demócrata pretende crear un espectáculo lleno de símbolos que rememoren la llegada de la era Obama. Sin embargo, las similitudes con la investidura de Trump son abrumadoras. Ambos toman posesión en un escenario vacío, Trump por la antipatía y Biden por la pandemia. Ambos, además, llegan al poder en medio de fuertes protestas, Trump por sus discursos de odio y misoginia, Biden por el supuesto fraude que el republicano inventó y del cual jamás ha presentado pruebas serias. 

A pesar del entorno fatídico, es difícil no mirar la llegada al poder de Biden con un dejo de esperanza. Después de ver al magnate pisotear una y otra vez los principios sobre los que se sostiene el mundo occidental, la promesa de restaurarlos es inevitablemente atrayente. Hoy Biden llega al poder con la expectativa de convertir a la nación nuevamente en “un faro para el mundo”. Pero el reto más grande es serlo para sus propios habitantes, sin que nadie pueda volverse a sentir en un abandono tal que la opción aparentemente más razonable sea alguien como Donald Trump. 

 

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