jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

La Independencia desde el corazón de Gertrudis Bocanegra, heroína de Pátzcuaro

  • Espía, incendiaria de la revolución, reconocedora del gobierno insurgente

Por Raúl Jiménez Lescas

Pátzcuaro, el lago, el lugar urbano

El lago de Pátzcuaro se ubica a 56 kilómetros de Morelia, la capital de Michoacán de Ocampo y fue un importante lugar de la cultura P’urhépecha antes de la conquista española, puesto que aquí se colocaron los primeros cimientos de esa importante civilización, que luego se trasladó a Tzintzuntzan (lugar de colibríes). En Pátzcuaro, los “principales” pasaban horas de esparcimiento; siendo un lugar ceremonial y de habitación de los sacerdotes. Durante la conquista fue un refugio de muchos nativos. La información antigua sobre el asentamiento la tenemos por la Relación de Michoacán, donde se señala:

Como tuviesen su asiento en el barrio de Pázquaro llamado Tarímichúndiro, hallaron el asiento de sus cúes [templos de indígenas] llamado Petázequa, que eran unas peñas sobre alto, encima las cuales edificaron sus cúes, que decían esa gente en sus fábulas que el dios del infierno les envía aquellos asientos para sus cúes a los dioses más principales.

Hacia 1581, el bachiller Juan Martínez calculaba en “catorce mil los tributarios” y luego “cinco mil, porque han venido y vienen cada día a menos, por causa de las pestilencias que de ordinario hay entre los naturales”.

Pátzcuaro bajo el dominio colonial se ubicó como una ciudad importante de Michoacán, manteniéndose un litigio por ser la capital y abasteciendo a los pobladores cercanos, incluso más alejados de la Tierra Caliente. Se desarrolló una oligarquía española comercial, fuerte y poderosa, de una veintena de familias, dentro de la cual una minoría era de criollos, en tanto que el gobierno indígena, aunque sobrevivía, era muy débil, conformado por un cabildo de naturales (gobernador, dos alcaldes, un regidor mayor y doce regidores). Su economía giraba en torno al comercio, las artesanías indígenas y los recursos naturales, también del cobre de las distantes minas de Inguarán que se procesaban en Santa Clara, además de enviar el material a la Ciudad de México, incluso a la Península Ibérica.

Para darnos una idea del poderío de esas familias oligárquicas, baste el poder y fortuna de don José Andrés Pimentel y Sotomayor, sevillano, que pisó tierras de la Nueva España en 1727, cuya fortuna se calculaba en unos 40 mil pesos, compró la llamada Casa Gigante (actual Portal Matamoros, n. 40) de la viuda de Cabrera en 6 mil pesos y la Hacienda de Jorullo con una extensión aproximada de 40 mil hectáreas, que según Humboldt era de las más ricas de la colonia. Sin duda su dueño fue el hombre más rico de Pátzcuaro; al morir en 1768, su fortuna estaba valuada en 200 mil pesos (de los de antes).

Fue hasta 1787, cuando se implantó el sistema de Intendencias que ubicó a Valladolid como la capital de la Intendencia de Michoacán y a Pátzcuaro como una subdelegación, acotando su extensión territorial a la propia ciudad de Pátzcuaro, diez pueblos de la ribera del lago, Tzintzuntzan, la isla de Janitzio, además de Cuanajo y Tupátaro. Como se recordará, en 1718, los patzcuarenses consiguieron que la Real Audiencia declarara a Pátzcuaro capital y metrópoli de la provincia de Michoacán. Su población se recuperó después de la catastrófica disminución en el siglo XVI por la muerte de la mayoría de los naturales, pasando de los mil habitantes en 1650 a 5 mil en 1800.

Primeros años de Gertrudis Bocanegra

Fue en esta señorial ciudad de Pátzcuaro, donde nació Gertrudis Bocanegra Mendoza el 11 de abril de 1765, siendo la hija menor de sus padres españoles, Pedro Xavier Bocanegra y Feliciana Mendoza. El nombre quizá fue tomado de la Santa Gertrudis la Grande, religiosa alemana benedictina. Curiosamente, en ese mismo año, pero el 30 de septiembre, nació José María Teclo Morelos en Valladolid de Michoacán (hoy Morelia). Ambos jugarán, cada uno desde su ubicación, un papel fundamental en los primeros años de la Guerra de Independencia. Gertrudis como propagandizadora de las ideas, correo y enlace de los insurgentes de la región, y Morelos como generalísimo, estadista y militar.

En ese entonces Pátzcuaro era una ciudad de 2 mil 641 habitantes, en su mayoría españoles, en tanto que Michoacán contaba con una población aproximada de 800 mil habitantes. España era reinada por Carlos III, y el virrey de la Nueva España era Joaquín de Montserrat, marqués de Cruillas. El Obispado de Michoacán estaba bajo la conducción de Pedro Anselmo Sánchez de Tagle.

Los años de la década del sesenta del siglo XVIII fueron de conflictos políticos y sociales. En 1767, estallaron rebeliones en Michoacán en respuesta a las Reformas Borbónicas y problemas sociales acumulados. Los nativos de Pátzcuaro también se rebelaron llegando hasta las Casas Reales y amenazando con incendiarla si no volvía a Valladolid el sargento Felipe Neve, acusado de provocar los motines y encargado de la leva y formación de las milicias provinciales. La rebelión fue creciendo con el arribo de más indígenas de la cuenca lacustre y con la consiguiente angustia de los “blancos” y autoridades. El obispo don Pedro se trasladó de Valladolid a Pátzcuaro logrando apaciguar los caldeados ánimos populares, pero meses después, volvió la población indígena y mulata a rebelarse contra el cobro de una sobretasa del tributo al alcalde mayor.

Las protestas estuvieron lideradas por el entonces gobernador indígena don Pedro de Soria Villaroel, que ordenó que todos los tributos de la provincia le fuesen entregados a él y no a las autoridades de Valladolid, como se acostumbraba por años. La aprehensión de don Pedro generó un motín de gente armada con machetes y palos que desembocó en la toma de la cárcel y algunos españoles resultaron heridos.

Señala el historiador Gabriel Silva que “…estaban dispuestos a desconocer a las autoridades e incluso se hablaba de romper la sujeción a la Corona”. Era el 25 de junio de 1767 y también se ejecutaba el decreto de Carlos III de expulsar a los jesuitas de los dominios españoles. Por lo que en Pátzcuaro la orden esperó mejores momentos. La tropa procedente de Valladolid entró en la ciudad del Lago el 3 de julio a fin de llevarse a los jesuitas, pero la muchedumbre los recibió de mala manera y, cuando los indígenas se opusieron a la detención de los jesuitas, hubo varios heridos.

Pátzcuaro quedó como una “ciudad rebelde”, “opositora” a las Reformas Borbónicas y el Ayuntamiento español “… se había mantenido siempre atemorizado y demostró ser incapaz de controlar el movimiento subversivo” dice el historiador Gabriel Silva.

La infancia de Gertrudis Bocanegra fue, no obstante, de una vida sin complicaciones económicas; además de que tuvo la fortuna de recibir cierta instrucción pese a que en esa época la educación era restringida para las mujeres. Su familia no era parte del selecto grupo oligárquico patzcuarense, pero sí solvente en lo económico. Al quedar huérfana de madre, su padre se encargó de su formación al mismo tiempo de hacerse cargo de la Hacienda de Pedernales (en Tacámbaro).

Esa hacienda azucarera estaba en poder de don Ignacio de Barandiarán, que era regidor perpetuo del cabildo de Pátzcuaro, quien la vendió en septiembre de 1796 en 13 mil pesos al teniente coronel Francisco Mendoza.

Siendo restrictiva la situación de las mujeres en esa época, las cuales no podían acceder a sus bienes hasta haber cumplido su mayoría de edad, es decir, los veinticinco años como lo comenta la historiadora nicolaita Silvia Figueroa, la participación de la mujer en la vida política era nula, limitándose a la vida en el hogar o el convento. Por esta razón es importante reconocer la participación de Gertrudis en el movimiento independentista, demostrando con su actuar su admirable conciencia social de su época, cargada de divisiones sociales entre peninsulares españoles, criollos, indígenas y las castas.

Muy joven, Gertrudis se casó con Pedro Advíncula, joven soldado realista del regimiento provincial, quien moriría en la Guerra de Independencia. Él fue hijo de Joaquín de la Vega y Ana de Herrera. El matrimonio se llevó a efecto en la ciudad de Pátzcuaro el 18 de febrero de 1784 por el teniente cura don Vicente Villaseñor. Los padrinos fueron Miguel, María Josefa y Antonio Ansorena.

Por cierto, el padre de Gertrudis se opuso a ese matrimonio alegando, como consta en documentos históricos, “diferencias de sangre” entre los jóvenes enamorados. Pero Pedro Advíncula se empeñó en contraer nupcias y arguyó que también era “español, moreno” pero finalmente español, en realidad era criollo. Asimismo, el temperamento de Gertrudis se mostró firme al rechazar las supuestas diferencias de “sangre” entre los habitantes de la colonia novohispana. El matrimonio se llevó a efecto el 18 de febrero de 1784, procreando cuatro hijos mestizos (tres mujeres y un hombre, cuyos nombres fueron María Hilaria de Jesús, José Manuel Nicolás, María Ignacia Lauriana y María Magdalena Faustina).

Conspiradores e insurgentes

1808. Dada la crisis política que había generado la invasión francesa a España, la abdicación de los reyes españoles a favor del hermano de Napoleón Bonaparte, José Bonaparte, se organizaron varias “Conspiraciones” en la colonia, Nueva España. La primera en la ciudad de México en 1808 y la segunda en importancia, las Conspiraciones de Valladolid y Pátzcuaro de 1809 y, por supuesto, la de Querétaro, donde se congregaban los Domínguez (Miguel y Josefa Ortiz), Allende, Aldama, el cura de Dolores Miguel Hidalgo, entre otros.

Cabe destacar que en la “Conspiración de Valladolid” (en realidad eran varias ciudades y pueblos michoacanos donde había conspiraciones) estaban dos cabezas ilustres de Pátzcuaro: el cura don Manuel de la Torre Lloreda y el subdelegado José María Abarca. Don Manuel fue conspirador de 1809 y luego participante de la lucha por la Independencia, también sería de los primeros diputados al Congreso de Michoacán. Nació en Pátzcuaro el 6 de junio de 1776, educado en el Seminario de Valladolid y sirvió en los curatos de Santa Clara y luego Pátzcuaro. Falleció el 26 de julio de 1826 en su ciudad natal. Distinguido ciudadano, poeta, político, cura, orador, según Romero Flores “uno de los hijos más ilustres que ha tenido Michoacán” y Pátzcuaro.

Asimismo, entre los conspiradores figuraba don Manuel Muñiz, nacido en Turicato o Tacámbaro y militar de Valladolid, figura importante en la Guerra de Independencia y a cuyas fuerzas se alistaban el marido de Gertrudis y su hijo Manuel. Se puede deducir que entre los habitantes de Pátzcuaro había gente que simpatizaba con los ideales independentistas y libertarios del dominio colonial de los españoles, en una ciudad fundada con ese carácter, de ciudad de españoles. Contradictoriamente, el cabildo patzcuarense se pronunció por el rey Fernando VII.

La Guerra de Independencia

1810. Una vez estallada la Guerra de Independencia, la familia de Pedro y Gertrudis simpatizaron con la causa insurgente. La casa se tornó en centro de conspiración y enlace. Pedro Advíncula y su hijo Manuel se enrolaron en las filas insurgentes al mando del capitán de regimiento de Valladolid, Manuel Muñiz, que se había unido al ejército de Hidalgo en su paso hacia Guadalajara; en tanto que, Gertrudis sirvió de correo de los insurgentes entre Pátzcuaro y Tacámbaro (bajo el mando de Manuel Muñiz) y como propagandizadora de las ideas libertarias. Asimismo, una de las hijas se casó con un insurgente de apellido Gaona. Es claro, entonces, que se trataba de una familia insurgente, que prestaban sus servicios a la causa y se exponían ante los españoles. Don Manuel Muñiz, habiendo participado de la derrota insurgente en la Batalla de Puente Calderón, retornó a Michoacán, donde fue comandante de Tacámbaro.

Camino al roble

En este contexto de la lucha insurgente y la importancia que enfrentaba la región lacustre, Uruapan, Zacapu y pueblos aledaños, se entiende porque doña Gertrudis fue comisionada a retornar a Pátzcuaro para fortalecer las comunicaciones y actividades insurgentes.

En 1815 don Ignacio Rayón ocupó la ciudad de Pátzcuaro y organizó un gobierno, por lo que el pueblo propuso a don Bernardo Abarca, oriundo de esa ciudad, como comandante militar y civil. Meses después, el realista Agustín de Iturbide recuperó la plaza para las fuerzas fidelistas y aprehendió a don Bernardo y lo mandó fusilar en mayo de 1815.

Pero los insurgentes no se doblegaron. Así que con cerca de 50 años a cuestas, viuda y cansada, doña Gertrudis retornó a su ciudad natal, donde fue delatada y detenida por los realistas, padeció los interrogatorios y exigencias para que entregara a los insurgentes, pero ella se mantuvo firme, demostrando el temple que la había caracterizado durante su vida y su adhesión a la causa insurgente. Estuvo presa en la casa número 14 (calle Ibarra). Sujeta a proceso fue sentenciada y fusilada al pie de un fresno de la Plaza Mayor, hoy Vasco de Quiroga, el 11 de octubre de 1817.

Así quedó escrito el final de doña Gertrudis:

En el año del señor de mil ochocientos diez y siete en once de octubre. Habiéndose administrados los santos sacramentos de la penitencia y eucaristía a Ma. Gertrudis Bocanegra, pasada por las armas, española, viuda; volvió su alma a Dios N.S. y a su cuerpo se le dio sepultura en la iglesia de la Compañía de esta ciudad en el último tramo con insignias altas y doble solemne, porque conste lo firme. Pedro Rafael Conejo (rúbrica).

Debemos recordar que los españoles clasificaban, para ser juzgados y pasados por las armas a ocho diferentes niveles de insurgentes: los militares, los “espías de cualquier clase”, los excitadores a la rebelión, los desertores del ejército realista, los empleados del gobierno revolucionario, “los que en sus proclamas o escritos y opiniones públicas se dedican a encender el fuego de la Revolución”, los que abusando por la anarquía cometen desmanes y “los que reconocen al gobierno insurgente”.

Con esas caracterizaciones, Doña Gertrudis, entraría en varios de los niveles de la insurgencia: “espías de cualquier clase”, “los que en sus proclamas o escritos y opiniones públicas se dedican a encender el fuego de la revolución” y “los que reconocen al gobierno insurgente”. Espía, incendiaria de la Revolución, reconocedora del gobierno insurgente y donadora de su propia vida, la de su esposo y de su único hijo varón para que México fuera una Nación Independiente y libre del yugo español.

Como dice la historiadora Carmen Saucedo:

Gertrudis Bocanegra perdió a su esposo e hijo cuando combatían en el bando insurgente. Dispuesta a colaborar por los medios que le eran posibles en el campo de batalla, tuvo la tarea de regresar a Pátzcuaro a fin de averiguar el estado de las fuerzas realistas, conspirar y seducir tropas. Fue descubierta y pasada por las armas…

Es necesario recordar las palabras de Jesús Romero Flores: “…una de las mujeres cuyo recuerdo debe perdurar en el alma de las generaciones presentes y futuras”.

Yo también lo creo. Es cuanto.

En la placa se lee: “Al pie de este árbol fue fusilada Doña Gertrudis Bocanegra el 11 de octubre de 1817 por los enemigos de la Independencia”.

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