Tere Díaz y Adriana Segovia
Como colegas y amigas que compartimos un intenso diálogo cotidiano profesional y afectivo, cada tanto nos encontramos con conceptos o situaciones a las que, juntas, les damos las suficientes vueltas, que nos aclaran y enriquecen nuestras propias prácticas profesionales y vidas. Recientemente dimos con uno que nos inquieta por igual, y se trata del “matriarcado”.
Trabajando, yo Tere, con mi hijo Alejandro, con un grupo de hombres, y con la intención de cuestionar su experiencia de vida en un mundo patriarcal, donde los privilegios que disfrutan también tienen altos costos, surgió el tema. Alejandro expresó que para él la experiencia de vivir en un “matriarcado”, con una madre propositiva, cercana y fuerte, lo ha alejado de creencias y patrones de comportamientos propios del hombre macho. El planteamiento, tras largos años de trabajar con mujeres violentadas y hombres violentos en un país donde la violencia doméstica es –en todos sus matices, atrocidades y sutilezas- la norma, me perturbó. Por alguna razón no me identificaba alegremente con el término, aun cuando acepto mi centralidad en una familia con cuatro hijos varones.
La anterior sería una de las acepciones hasta cierto punto “positivas” del término. Cuando en un sentido popular decimos que “en mi casa hay un matriarcado” o que “mi abuela era la matriarca”, estamos dando cuenta de familias y contextos con mujeres fuertes, básicamente. Y de que existen mujeres fuertes, ni duda cabe. Y esto incluye madres que tienen iniciativa y proactividad, hermanas decididas y valientes, abuelas que dan la pauta.
Si bien la Antropología ha estudiado culturas antiguas más igualitarias en las que las mujeres y los hombres realizaban actividades conjuntamente, tomaban decisiones en común y realizaban esfuerzos en conjunto para la supervivencia de su grupo, existen discusiones sobre si éstas pudieron ser realmente estructuras matriarcales. En todo caso, más que sobre el “poder” de las mujeres, muchas veces tiene más que ver con descripciones del parentesco, la filiación y el linaje.
Aún así, no se refiere a eso el lenguaje común que habla de “matriarcado”, sino, como mencionábamos, pretende describir la fuerza o franco poder superior de las mujeres en algunas familias. Éstas serían nuestras principales objeciones al término del sentido común (no de la Antropología) de matriarcado:
No es equiparable matriarcado/patriarcado
El patriarcado, y la cultura patriarcal, ha sido estudiado como la estructura que por siglos ha sostenido el predominio de los hombres sobre las mujeres, en todos los aspectos de la vida privada y pública, abarcando así ámbitos simbólicos, materiales, estructurales e institucionales. En la actualidad, el sistema ostentado en las sociedades patriarcales, que son prácticamente todas, sostiene la desigualdad entre hombres y mujeres, hecho que deriva en distintas violencias que pueden ir desde la sutil invisibilización de la voz femenina, pasando por agresiones verbales, controles económicos, palizas físicas, hasta atroces feminicidios. Por tanto, si queremos hablar de mujeres fuertes en el sentido positivo de asertividad, proactividad y agencia, no podemos equiparar este empoderamiento a un sistema que lleva en su definición la desigualdad, el sometimiento y la violencia.
Mujeres “fuertes” no se traduce en igualdad
Sí, podemos afirmar que en algunas familias la autoridad pueden tenerla las mujeres. No obstante, en términos generales y a nivel macro, la mayoría de las mujeres no poseen ni las ventajas ni los privilegios de los hombres, debido a la misma desigualdad del sistema patriarcal.
Por otra parte, existen mujeres fuertes que, teniendo el poder, lo que reproducen con sus conductas son justamente valores netamente patriarcales: mujeres que dan el lugar al hijo mayor, o que ordenan a las hijas que atiendan a los hombres, o que critican a otras mujeres por no cumplir los roles tradicionales de madres sacrificadas y esposas abnegadas. Todo esto, incluso en formas más sutiles, también promueve valores patriarcales de desigualdad, de dominio de los hombres y con frecuencia de violencia.
El riesgo de utilizarlo como equivalente al patriarcado
Si lo usamos como equivalente, hacemos creer que existiera realmente un sistema “matriarcal” que se equiparara al patriarcado, que en verdad hay sectores de mujeres que predominan sobre los hombres, y los hay, pero esto no rompe con el sistema patriarcal mayor que sigue siendo hegemónico y abarca aún a esas mujeres con poder.
Por otro lado, la labor de siglos de reconocer, nombrar, visibilizar y resistir los abusos y las violencias de un mundo patriarcal que impiden la igualdad entre hombres y mujeres, queda borrada cuando se usa un término que crea la ilusión de que existen “por igual”, “patriarcados” y “matriarcados” en un mismo e igual sentido.
No contribuye a la construcción de igualdad
No ayuda a construir una sociedad igualitaria pues minimiza o invisibiliza las grandes inequidades aun reinantes entre hombres y mujeres. Y por ello, puede llevar a la gente a pensar que de verdad existe una estructura equiparable al patriarcado en donde son las mujeres las que gozan de todo tipo de privilegios.
Cuando señalamos las conductas, actitudes y sentimientos de mujeres fuertes, pero de mujeres que promueven valores igualitarios como respeto, colaboración, determinación, asertividad, solidaridad, agencia, hemos de insistir en esa forma de plantarse en la vida no existe en ello un abuso de poder. Entonces, ¿para qué llamarlo “matriarcado” si el patriarcado tiene una connotación de dominación y desigualdad?
Por todas estas razones hablar de matriarcado es inexistente, inútil, confuso, poco preciso y riesgoso.
Para la construcción de igualdad
Sigamos promoviendo que las mujeres tengamos papeles igualmente significativos que los hombres en la vida política, económica y social del mundo que habitamos, y dejemos de usar el término matriarcado como descripción de culturas, espacios y familias donde las mujeres hemos conquistado suficiente libertad, fuerza y agencia personal como para que nuestra voz resuene en los corazones de nuestros hijos, hijas, amigos, amigas, familiares y colaboradores de vida.