Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado.
Miguel de Unamuno
Por. Boris Berenzon Gorn
Las expectativas que pesan sobre el año que inicia son bastantes, en buena medida hay que admitir que no le hacen justicia. El año que pasó nos dejó profundos sinsabores y su fin ha representado una oportunidad de cambio, una esperanza de mejora que anhela no solo finitud del caos que la pandemia desató, sino también el regreso a una normalidad que realmente parece cada vez más lejana, cada vez menos parecida a la situación que vivíamos antes de la llegada del Covid-19. Esperamos demasiado porque el pasado nos marcó.
Pero para enfrentar lo que viene, debemos tener en cuenta que los acontecimientos se suceden en procesos, que los cortes temporales que hemos creado como humanidad corresponden a puntos de partida simbólicos que nos ayudan a aprehender el TiempoEspacio y que no son equivalentes al desarrollo de las circunstancias reales. Sabemos que cuando termina una década o un siglo, no todo cambia al día siguiente; que no estamos conscientes de en qué momento preciso el rock & roll dejó de ser el baile de moda; o de en qué fecha desaparecieron de las calles los pantalones acampanados o de en cuál nuestro hijo abandonó para siempre el biberón. Esto es así porque los procesos se insertan de formas complejas en el devenir, los procesos registran transformaciones aleatorias e impredecibles.
El Covid-19 todavía representa un reto y si no lo reconocemos nos enfrentamos a la posibilidad de vivir escenarios todavía más complejos. Hoy en día, según las cifras oficiales, en México hemos alcanzado las 130 mil muertes. Un número así expresado dice poco, incluso cuando se repite hasta el cansancio en los medios de comunicación. Pero por un momento dejemos de visualizar un número, visualicemos en cambio los rostros de nuestros vecinos, padres, abuelos, profesores, compañeros de trabajo, amigos, tíos, hijas, hermanos, hijos, primos; visualicemos personas con cara, nombre, familias, con historias. Pensemos en cada uno de los que se fue como en alguien que conocemos, alguien con quien hemos convivido. Sólo reconociendo la identidad de los seres humanos tenemos la capacidad de asimilar las pérdidas, las vidas son irreparables.
La vacunación ha comenzado, pero todavía falta un largo camino por recorrer. Existen casos dentro del personal de salud de personas que está recibiendo la vacuna después de haberse infectado de Covid, incluso más de una vez al estar todos los días en la línea de fuego. Miembros del personal de salud fallecieron en el camino, otros se infectaron ellos y sus familias. Su trabajo invaluable sigue necesitando conciencia de la población. Cuando la vacuna llegue a los sectores más vulnerables, todavía será necesario tener precauciones, pues aún se desconoce cuánto durará su efecto. En resumen, en lo que respecta al control de la pandemia, aunque las expectativas son positivas, el nuevo año plantea todavía muchos retos.
Por otro lado, la economía que ya ha sido golpeada con la crisis sanitaria muy probablemente seguirá atravesando momentos complejos. Los afortunados que tienen trabajo deberán seguir en sus labores y asimilar que la situación no volverá fácilmente a una normalidad en el sentido anterior a la pandemia. Con todo, guardamos una enorme esperanza de mejoría, por lo que como país y como planeta debemos trabajar juntos a mantener el barco a flote sin que esto signifique romper las medidas de cuidado sanitario. Los sectores económicamente vulnerables deben ser atendidos para garantizar que la desigualdad no golpeé todavía más a los grupos que se encuentran marginados.
Como sociedad, tenemos profundas responsabilidades; pero en los momentos complejos la humanidad tiene la oportunidad de crecer, de aprender. En primer lugar, queda claro que llevar una vida sana no es cuestión de slogan publicitario, no es un tema relegado a la industria fitness. Alimentarse sanamente, hacer ejercicio, buscar acciones preventivas para constatar el estado integral de la salud, evitar excesos en sustancias nocivas, entre otros rubros, constituyen una responsabilidad no sólo personal, sino del Estado. Las políticas públicas deben conducir al bienestar desde la perspectiva preventiva, incentivando prácticas saludables y fortaleciendo los sistemas de salud.
Muchas de las debilidades que nuestro sistema de salud acarreó por décadas se hicieron evidentes frente a la crisis sanitaria: falta de infraestructura, falta de personal profesional capacitado, inequidad en los servicios de salud urbanos y rurales, corrupción, falta de presupuesto para insumos médicos, entre otros. Es preciso que este aprendizaje se traduzca en cambios de fondo y a largo plazo que beneficien y protejan a toda la población. Es impostergable además invertir en investigación, fortalecer no sólo la infraestructura y los intercambios académicos internacionales; sino impulsar nuestra planta investigadora tanto en cantidad como en calidad. Impulsar una educación al alcance de todos en niveles de pregrado y posgrado es fundamental, así como inyectar recursos en las áreas prioritarias.
En medio del confinamiento como única posibilidad de control frente a una enfermedad altamente infecciosa, nos hemos hecho conscientes de que lo emocional importa. La salud mental en nuestro país es uno de los rubros más olvidados, no sólo en el ámbito clínico sino también preventivo. A esto le sumamos la enorme cantidad de prejuicios que siguen pesando sobre las enfermedades mentales, las precarias condiciones que los profesionales de la salud mental enfrentan todos los días y la falta de información que permita a la población reconocerla como un eje de su vida cotidiana. Con el confinamiento se exacerbaron la depresión y la ansiedad, mientras que muchas personas que ya viven con problemas clínicos empeoraron. El sistema de salud también debe garantizar el desarrollo del área de manera contundente.
Como humanidad hemos vivido una larga historia donde las guerras, muertes, migraciones, catástrofes naturales y por supuesto pandemias no han faltado. Pero en todos los momentos caóticos se plantea la posibilidad de transformar, de reconstruir lo que se cayó mucho más fuerte, de evaluar si hay situaciones que deban cambiar de manera definitiva. Este año encierra la posibilidad de levantarnos siendo más fuertes, de diseñar un nuevo horizonte a nuestra medida abrazando los aprendizajes y pensar como grupo. De preguntarnos que prácticas nuevas deben quedarse y cuáles condujeron a la debacle en el pasado. Es un tiempo de esperanza, pero también de mucha responsabilidad, de trabajo y unidad.
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