jueves 21 noviembre, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS COLUMNA INVITADA

La Huelga General de 1916 a través de los ojos negros de la costurera Esther Torres II

  • 104 años de la fundación del Sindicato Mexicano de Electricistas

La Utopía de hoy, será la realidad del mañana

 

POR. RAÚL JIMÉNEZ LESCAS¹

Los sindicalistas somos hijos de la… Casa del Obrero Mundial y/o de la Huelga General de 1916. Porque en ella nacieron los modernos sindicatos y ahí se cerró la etapa del mutualismo del movimiento obrero. El SME, el próximo 14 de diciembre, cumplirá 106 años, es el hijo desobediente de la señora y, pese a su edad avanzada y la represión del gobierno mexicano, goza de buena salud.

     La voz femenina de la COM no podría faltar. Así despertamos de su profundo sueño a Doña Esther, miembro de la etapa romántica de la Casa del Obrero y primera mujer obrera en ocupar un cargo sindical en el Comité de la Huelga General de 1916, junto a su camarada Ángela Inclán, bonetera y sombrerera.

     También le preguntamos lo mismo que a su compañero Jacinto y contestó:

Cuando fui miembro de la Casa del Obrero Mundial, podríamos decir que era la edad romántica de la Casa del Obrero Mundial, porque era hermoso, hermoso, hermoso, que el 1º de Mayo, ya por abril empezábamos a ahorrar, ya empezábamos a tomar acuerdos cómo vestirnos; que con falda negra y blusa roja (…); un entusiasmo muy grande para ir por las calles en la manifestación (…) cantábamos El Hijo del Pueblo sin pena, dice mi hermana nachita: ‘Sí ahorita me dan mil pesos porque yo no cante en la calle, quédense con sus mil pesos’. Pero en aquella época el entusiasmo, sin saber cantar, brincábamos y cantábamos y creíamos que éramos los dueños de la situación con nuestras banderas, con nuestro estandarte, muy esperanzados de que las cosas cambiarían, ¿verdad?, cambiarían, ¿verdad?, cambiarían. Yo a esa época le llamo la época romántica de la Casa del Obrero Mundial.

     Cien años después el eco de la voz de Esther retumba en nuestros oídos:

 “…, muy esperanzados de que las cosas cambiarían, ¿verdad?, cambiarían, ¿verdad?, cambiarían.”.

     Esther es parte de esas sindicalistas y luchadoras sociales de principios de siglo como las Marías (Ayala y Pimentel); las Torres (Esther y su hermana Nachita); las profesoras Genoveva Hidalgo, Reynalda González Parra y Paula Osorio Avendaño; las enfermeras que nutrieron al Grupo Sanitario Ácrata, las maderistas Margarita Ortega, fusilada y Carmen Serdán, primera presa política de la Revolución en Puebla y, por supuesto, las magonistas, zapatistas y villistas. Las textileras de Río Blanco y las esposas de los huelguistas de Cananea y los ferrocarrileros (“Nunca te cases con un ferrocarrilero” decía una rola setentera).

     De esa generación de tenaces obreras, sindicalistas, socialistas, anarquistas y feministas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX: Clara Zetkin, Lucy Parson (la viuda de los Mártires de Chicago), Mamá Jones fundadora de la IWW (los woglis), la comunera Louisa Michel desterrada en Caledonia y cientos más.

     Jacinto Huitrón, administrador de la COM, escribió:

La tiranía empieza con las relaciones amorosas de los seres. Lo que debía ser base de una generación consciente, libre y dichosa, es hoy el producto de una humanidad fea, esclava y corrompida. (…) El primer verdugo es el marido que se impone a la mujer, ya sea por la fuerza física o por la fuerza legal o religiosa. El hombre, al unirse con la mujer, la sociedad lo considera como un pequeño tirano al que hay que obedecer ciegamente: las relaciones con ellas no son morales, ni amorosas, sino materiales y despóticas. (…).

Tan solo los anarquistas, los llamados destructores de la humanidad, los enemigos del orden, de la moral divina, son bastante atrevidos, nobles y sinceros para propagar estas nuevas ideas de amor libre, de igualdad, de fraternidad, poniendo a la mujer a la misma altura del hombre, considerándola como una compañera de la vida, como una compañera de sociedad, de lucha, como una parte integrante de la producción de la especie (…).

¡No más esclavas de la familia, de la sociedad, de la religión, del trabajo y del hogar! ¡Arriba la mujer! Igualdad en derechos y en deberes para todos! ¡Cultivad a la mujer! Que “querer es poder” y “la utopía de hoy será la realidad de mañana”. Todo es obra de educación, educación y educación, señores egoístas. ¡Reivindicad a la mujer y se manumitirá la humanidad³.

¿Quién fue Ester?

     María Ester Torres nació en Guanajuato, en 1896. Con su madre que había enviudada y su hermana Ignacia (Nachita) emigró al Distrito Federal en 1910 para trabajar jornadas de 12 horas diarias en la Cigarrera Mexicana de Ernesto Pugibet, Luego ingresó como costurera en la fábrica La Concordia (ahí en el actual San Antonio abad).

En 1915 se unió a la COM, donde recibió formación doctrinaria de parte de Rafael Quintero, participó en la formación del Sindicato de Boneteras de la fábrica La Perfeccionadora y organizó el primer Sindicato de Costureras del Distrito Federal. Como delegada de éste, participó en la huelga general del 31 de julio al 2 de agosto de 1916 en el DF, y fue detenida con el Primer Comité de Huelga, recluida en la penitenciaría y sometida a consejo de guerra. Fue liberada a los 26 días con casi todos de detenidos, excepto el electricista Ernesto Velasco.

     La historiadora Anna Ribera Carbó recogió el testimonio de Esther, en un fabuloso ejercicio de Historia Oral:

Estas mujeres obreras, trabajando en el sindicato y en el aula, así como en el Grupo Sanitario Ácrata que acompañó a los Batallones Rojos en 1915, tenían su propia trayectoria en la militancia y su personal camino hacia la organización sindical.

     Sigamos con el relato de Esther, que contó que a su natal Guanajuato llegó la noticia de que “en México había una fábrica donde trabajaban las mujeres”, y entonces “Nachita mi hermana, ella se vino, yo no me vine por la escuela, porque ya estaba adelantada querían que aunque fuera una terminara la primaria”.

     Poco después, Esther siguió las huellas y pasos de sus familiares.

“Y yo entré ahí -dice- y encontré luego luego trabajo. Aquí ganábamos muy bien, decíamos, porque veníamos de la provincia donde sabíamos que ganaban poquito”.

     La Revolución Mexicana avanzaba viento en popa y, en cuando Francisco I. Madero entró en la capital de la República, Esther -señaló Carbó- “ya estaba trabajando en la Cigarrera Mexicana en la calle de Pugibet”.

     Como no existía aún la jornada laboral de 8 horas como demandaba el movimiento obrero internacional y el programa del Partido Liberal Mexicano (magonista), la nueva obrera trabajaba de sol a sol, 12 horas diarias. Esther contó que “una señorita le dijo a mi mamá que nosotras íbamos a acabar como acababan otras personas que trabajaban en cigarreras de tuberculosas (…) y ya entonces mi mamá nos buscó en la fábrica de costura, (…) a mí me mandaron a la camisería y a Nachita mi hermana a hacer (…) uniformes, ropa para obreros, pantalones de mezclilla (…)”.

     El patrón Pugibet, “cuando vino la revolución, se asustó y se fue a los Estados Unidos y ya dejó en otro poder la fábrica”. “En tiempo de revolución pues uno quiere vivir nada más”, dice Esther, y entonces, “en la época (1914) en que estuvo Carranza aquí todos teníamos dinero pero no había que comprar, fue cuando vino el hambre”.

     La Casa del Obrero Mundial había sido fundada en 1912, al siguiente año, organizó la primera gran manifestación en el DF para conmemorar el 1º de Mayo y entregar el pliego petitorio a los diputados en el edificio de Donceles. En 1914, dos gobiernos tomaron el poder central, primero la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, y en agosto de 1914, los constitucionalistas.

     La historiadora Garbó narró: “Sin trabajo por falta de materia prima, con una creciente escasez en la capital de la República, Esther y Nachita Torres hicieron caso a una muchacha, Guadalupe Gutiérrez, quien les dijo ‘las voy a llevar a la Casa del Obrero Mundial para que vean que bonito es, que bonito hablan y se contradicen y luego al final se abrazan y que más allá y que más acá (…) Y fuimos’.”

     Cuando las hermanas Torres fueron a la Casa del Obrero ya se había firmado en febrero de 1915 el “Pacto celebrado entre la Revolución Constitucionalista y la Casa del Obrero Mundial, por el cual el constitucionalismo se compromete a mejorar las condiciones de los trabajadores, a cambio del apoyo armado de éstos. Veracruz”. De ahí surgieron los llamados Batallones Rojos y el Grupo Sanitario Ácrata de mujeres y enfermeras 4.

Esther recordó que:

Hubo compañeras que se fueron a la Revolución porque eran de la Casa del Obrero Mundial, que se fueron de enfermeras, con los primeros auxilios.

Esther y Nachita se hubieran sumado al Grupo Sanitario Ácrata pero, cuentan, “no nos dejó ir mi mamá (…) por eso no fuimos, ¡pero de mil amores! Veíamos el entusiasmo con que se iban las muchachas (…) todas ‘salud y salud’; era el saludo oficial, no se decían ‘buen días’, ‘buenas tardes’ sino se hablaban ‘salud’ y decíamos ¡Ay qué bonito!”.

“Indoctrinamiento” de las hermanas Torres

La Casa del Obrero tenía su escuela racionalista para educar y doctrinar a sus miembros, uno de los ideólogos fue Quintero del Sindicato de Tipógrafos. El recuerdo de Esther fue:

Él nos dio una conferencia (…) y nos habló de qué cosa era socialismo, cómo era el socialismo, a que nos conducía el socialismo, de una manera gráfica sencilla, pero tan sencilla, que salíamos de ahí convencidos (…) Cuando salimos dijimos: ‘Qué bonito es esto, cuáles son las armas…qué es un sindicato, cómo es un sindicato, cómo está formado un sindicato, para qué sirve el sindicato (…) salimos de ahí convencidas, de todos los gremios (…) luego luego nos echamos a las fábricas en dónde habíamos trabajado.

     La Revolución tuvo impactos en todos los niveles de la vida social, cultural y sindical en el DF. Esther contó –dice Garbó- “… que las mujeres participaban en las asambleas, y que ‘una vez que entramos al círculo, ya también opinábamos’. Las asambleas tenían lugar cada ocho días, un día a la semana, hasta que ‘llegó el general Pablo González con yaquis (sic), nos echó de la Casa, nos sacó nuestros archivos y nos los quemó en el patio de Sanborns, y que fue por orden del señor Carranza’”.

El feminismo de la COM

Esa participación de las mujeres se debió al clima camaderil en la COM. Como señaló la historiadora Garbó: “Esther Torres reconoce que las cosas, afuera, no fueron fáciles para las mujeres sindicalistas: ‘Lo importante es que éramos muy mal vistas; por nuestros compañeros muy bien vistas porque hasta nos decían compañerita, compañerita, compañerita, pero por la sociedad éramos mal vistas, porque eso no era para una mujer, eso era para el hombre. Los hombres tenían derecho a hacer todo, ¿verdad?, pero las mujeres no”.

     “Es seguramente por esto último –dice Garbó-, porque al interior de la Casa del Obrero Mundial las mujeres se sintieron respetadas por sus compañeros, y porque en el discurso de la organización se vieron dignificadas como trabajadoras, como personas y militantes, que se hicieron sindicalistas y se aprestaron a luchar por un mundo mejor”.


 ³ Jacinto Huitrón, “Amor sin cadenas” en: Revolución Social, Orizaba, 1 de julio de 1915. Etapa
II, Número 9.
 4 Rosendo Salazar y José G. Escobedo, Las pugnas de la gleba, México, Editorial Avante, t. 1, 1923, pp. 98-101. La Revolución Mexicana. Textos de su Historia. Investigación y compilación: Graziella Altamirano y Guadalupe Villa. SEP/Instituto Mora, México, 1ª ed., 1985, IV tomos, t. III. p. 455.

 

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