A Karla Iberia Sánchez periodista vital.
Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, celebradas la semana pasada, nos mantuvieron a todos expectantes y al filo de una genuina ansiedad social. Por mucho que no se trate de nuestro país y que la desinformación nos domine, era imposible no tener más expectativas emocionales que racionales con respecto a este proceso. Queríamos que perdiera Trump, eso está dicho, y la realidad es que es difícil llevar a cabo un ejercicio de autocrítica. Con tanto odio, tanto desprecio a los protocolos, tanta discriminación, misoginia y racismo, ¿cómo no desear verlo descender del peldaño que representa el mando del llamado “mundo libre”?
El candidato demócrata, Joe Biden, fue declarado ganador por las proyecciones de los medios en la dupla conformada con Kamala Harris, causando júbilo en el mundo. El candidato republicano, el por muchos considerado mil veces infame, Donald Trump; se negó a conceder la victoria y manifestó sus deseos de judicializar la elección. El panorama actual es difuso, pero las muchas dificultades ya pueden irse divisando.
Lo cierto es que, aunque Trump se aferrara sin recato al despacho oval, Biden cuenta ya con la aprobación de la comunidad internacional que, apresurada como los medios, ha reconocido su victoria. A Trump le está tocando una cucharada del chocolate amargo que los Estados Unidos han repartido por el mundo. Sin esperar impugnaciones ni cualquier otro proceso aclaratorio (ante los alegatos de fraude que, hay que decirlo, son infundados), los líderes mundiales se han pronunciado ya sobre la elección, dejándole al magnate un marco cada vez más reducido de acción.
En medio de la algarabía, el mundo entero se olvidó de los modos y de los protocolos que tanto le pedía a Trump que respetara. El resultado oficial lo dieron los medios y fueron ellos mismos los que decidieron callar las palabras del aún hoy presidente. Nadie niega que el hombre sea una ofensa para la democracia, pero ¿callarlo por la fuerza contribuye en algo al mundo democrático que presuntamente deseamos construir? La falta de respeto a las formas podría sentar el precedente a abusos intolerables, incluso cuando en apariencia en este caso parezca existir justificación.
Como buenos vecinos, estamos más involucrados en los asuntos de los Estados Unidos de lo que quisiéramos. Es por ello que la celebración por la virtual victoria de Biden no se hizo esperar. Sin embargo, conforme el tiempo pase habrá que racionalizar que ésta no fue una batalla del bien contra el mal. Es cierto que el discurso de “todos son iguales” tampoco aporta nada y sólo contribuye a las corrientes de ultraderecha que alimentan personajes como Trump. De cualquier modo, será necesario evitar una visión maniqueísta de ángeles y demonios y entender que la relación de México con los Estados Unidos es mucho más compleja. No olvidemos que los Estados Unidos son un país hegemónico cuyos intereses trascienden sus propias fronteras, lo que se justifica en el imaginario de su concepción de “democracia”.
El arribo de los demócratas al poder no será la fórmula mágica para México. Aunque puedan destensarse las relaciones, hay problemáticas que se vienen arrastrando en la larga duración. Entre ellas, claramente está el tema migratorio. Porque éste no surgió en la última década y no ha sido Trump el primero en maltratar a los connacionales y a las personas en tránsito en general. El tema se hizo más visible porque el magnate equiparó a los migrantes latinos casi con terroristas, pero eso no significa que antes de él se les recibieran con los brazos abiertos. El muro ya existía antes de Trump y probablemente seguirá existiendo, aunque él ya no esté al mando.
Éste es sólo uno de los problemas que habrá de encarar Biden y que impactará a México directamente. Los retos son muchos. El primero e inmediato, es el del control de la pandemia. El manejo de Trump no ha sido para nada alentador y las medidas de confinamiento general se han desgastado. Por si esto fuera poco, las vacunas que se están desarrollando, a pesar de ofrecer alicientes, no serán una panacea. El camino de Biden será cuesta arriba en ese tema.
Más allá de la coyuntura de salud y económica, Biden tendrá que cambiar la dirección del país si no quiere que una versión recargada de Trump vuelva más potente y respaldada dentro de cuatro años. Está claro que una gran parte de la población está decepcionada de la política del país; el gran reto de los líderes por venir será evitar que sigan encontrando opciones viables en figuras como el magnate. Éste será el final de la era Trump, sólo si los políticos que estarán al frente del país saben leer el malestar social que la originó y lo transforman en una fuerza constructiva. De lo contrario, resurgirá de mil maneras, aunque no necesariamente se apodere de la presidencia. El sabio don Rubén Bonifaz Nuño nos mostró en repetidas ocasiones en su poesía que a veces nos repensamos y otras somos: “De otro modo lo mismo”.
Manchamanteles
Dice la historiadora Mary Beard (1955), que el problema de la desigualdad no es la pura existencia de los hombres, sino la masculinidad que al ejercerse replica las múltiples prácticas nocivas del sistema. Con ello, no se refiere a una única masculinidad, sino a una de sus muchas opciones posibles, quizás la más extendida. La autora de La herencia viva de los clásicos: tradiciones, aventuras e innovaciones (2013). Afirma categóricamente que no todo está perdido, así Beard parece enunciar; nuestra convivencia armónica y equitativa no es imposible. Sin embargo, para llegar a ella hacen falta niveles de autocrítica a los que no estamos acostumbrados.
Narciso el Obsceno
No es lo mismo tener una gran autoestima que llenar la vida con el ego y nada más… Un susurro impropio de Narciso ante el espejo.