Mi hermano Carlos fue un activo foto-observador electoral con un grupo de compañeros fotógrafos, que de hecho recibieron un pequeño financiamiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1997 y 2000 para realizar esta labor. Él citaba a los fotógrafos de grandes acontecimientos políticos y sociales del mundo, que aseguraban que la presencia de un testigo que pudiera documentar, o incluso inhibir, un delito político o contra la humanidad, hacía una diferencia en el ejercicio y defensa de ciertos derechos. Estamos hablando de hace un poco más de 20 años, pero en ese momento quedaban impunes más delitos electorales (y tantos otros) por la falta de pruebas o testigos. Por muchos años, solo la fotografía, los periodistas y los reporteros gráficos tuvieron esta valiosa encomienda.
Me remito a esa experiencia de mi hermano para comparar el mundo de hoy, que con mayor facilidad puede exhibir actos ilegales o faltos de ética si se pueden registrar con la cámara de un teléfono celular que cualquiera puede tener a la mano. No creo que haya que creerse y menos condenar automáticamente todo lo que se ve en redes, ya que hay montajes, mentiras, manipulaciones o sesgos de contexto, pero de que ayuda, ayuda.
La pandemia ha multiplicado el uso de tecnologías en las comunicaciones, y el uso del Zoom ha dejado en evidencia desde penosas o curiosas exposiciones de la vida privada, hasta graves actos de acoso o violencia escolar por parte de algunas maestras y maestros. Los de las semanas más recientes en México: dos profesores de la Facultad de Química (UNAM), un maestro de la Universidad Autónoma de Nuevo León y uno del Tecnológico de Victoria (Tamaulipas). Todos son videos profundamente indignantes, maestros que se burlan de alguna discapacidad de sus alumnos o hacen comentarios misóginos y acosadores a las alumnas.
Estas violencias han sido conocidas de alumnas y alumnos en todos los niveles escolares de toda la vida. Muy pocos alumnos/as o padres o madres de familia se dan a la tarea de denunciar estas violencias, porque están altamente normalizadas y forman parte de esa gran cultura autoritaria donde los maestros tienen derecho a tratar mal a los alumnos, confundiendo la violencia y el autoritarismo con educación. Solo muy recientemente, quizá en los últimos tres o cinco años que empezó a visibilizarse más la violencia de género con movimientos como el “MeToo”, que hizo masivas una serie de denuncias no formales, y empezaron a activarse protocolos en instituciones educativas, comenzó, con mucho trabajo, pero comenzó a hacerse visible esta violencia y a levantarse denuncias al respecto. Las y los denunciantes han pasado a veces por re-victimizaciones, cuando ha sido cuestionada su palabra o han sido descalificadas/os como “gente problemática”. Ni qué decir del impacto de las grandes movilizaciones a nivel mundial para seguir denunciando estas violencias.
Hoy tenemos la posibilidad de documentar estas violencias por Zoom. Los y las maestras y maestros acosadores se sienten impunes porque, insisto, les parece lo más normal burlarse, hostigar y acosar a sus alumnas y alumnos. Pero por suerte la exhibición de algunos de los miles de casos que ocurren a diario, y las sanciones a que se han hecho acreedores, empoderarán a más alumnas y alumnos para grabar estos hechos y poderlos denunciar. Porque la exhibición pública ayuda, pero creo firmemente en el acto legal de la denuncia, el beneficio de la duda, el derecho a la defensa y el debido proceso.
He sostenido aquí y en varios espacios, que las violencias de género no están desconectadas de todas las otras violencias (políticas, delincuencia, discriminación, transfobias, homofobias, laborales, escolares) y todas deben ser visibilizadas, denunciadas y sancionadas, versus las prácticas dominantes de normalización, silenciamiento e impunidad. Celebro esos casos escolares dados a conocer públicamente y su respectiva sanción. Y me pregunto, ¿cuándo conoceremos los acosos de jefes o jefas, compañeros o compañeras de trabajo que en estos momentos también están ocurriendo en Zoom?, ya que, con todo, la gran impunidad que existe a nivel escolar creo que no se compara con el medio laboral, porque finalmente las empleadas y los empleados son más vulnerables porque temen perder sus trabajos si señalan o se quejan o denuncian maltratos de sus jefes o jefas. Ojalá que las evidencias por Zoom de estas violencias también puedan exhibirse muy pronto y, sobre todo, denunciarse y sancionarse con todas las de la ley, por la construcción de relaciones respetuosas e igualitarias en todos los ámbitos.