A Hilda, para que el día de la partida, le quede el sustrato de mi ambición de horizontes y mi fatalismo combatiente
- La familia mexicana del Che e Hilda, una historia de amor y ruptura
Para vivir sin pausa,
para morir sin prisa,
vivir es desvivirse
por lo justo y lo bello.
Andrés Eloy Blanco
Por. Raúl Jiménez Lescas
El Che e Hilda, el argentino y la peruana, ambos exiliados, vivieron en México todas las etapas de una relación sentimental: exiliados reencontrados, pretendientes, novios, “solamente amigos”, novios reconciliados, amigos con derechos, novios, pareja enojada, novios comprometidos, esposos, matrimonio desastroso, padre y madre de familia, familia feliz y una ruptura anunciada con un adiós para siempre, como los que el Che solía decir. Tres años después de la despedida, Hilda e Hildita viajaron a Cuba revolucionaria para reencontrarse con el Che, convertido en destacado ministro comunista del gobierno y, entonces, la relación fue cordial, porque el Che se había vuelto a casar en junio del 59 con la cubana y combatiente, Aleida March (Evocación). Hildita querida como la llamó el Che en su última carta de 1966, por su parte, muchos años después se casaría con un mexicano, Alberto Sánchez en Cuba y, tendrían dos hijos cubanos (Canek y Camilo).
Parafraseando a Paul Ricoeur le preguntamos a los actores de esos días y años: ¿De qué hay recuerdo?, ¿de quién es la memoria?
Sabemos que, Hilda y el Che se conocieron en el “lugar de muchos árboles” (Guatemala), durante el gobierno nacionalista de Jacobo Árbenz (1951-1954).
América Latina en la década del 50 del siglo XX abrió un ojo violento pero el otro revolucionario: El 10 de marzo del 52, Fulgencio Batista dio un golpe de Estado en Cuba; pero el 9 de abril, los mineros con sus dinamitas en mano y los campesinos bolivianos hicieron la famosa “Revolución del 52” y fundaron la Central Obrera Boliviana, la no menos famosa COB, que actualmente resiste otro golpe de estado en Bolivia.
Tras el golpe de Batista y la Revolución Boliviana, sucedieron otros golpes de Estado, pero ninguna revolución hasta el primer día del 59. En el 53, asumió el mando el general Rojas Pinilla en Colombia; en Venezuela, el dictador Marcos Pérez Jiménez y, el 17 de junio del 54, mercenarios armados por los gringos invadieron Guatemala y asumió el control, Castillo Armas.
América Latina hervía, por arriba y por abajo y, nos legó una generación de luchadores antimperialistas, progresistas o democráticos como el maestro Pedro Albizu Campos en la Tierra del Edén (Borinken, así como el Lamento Borincano), Fidel Castro, el Che e Hilda Guedea, Lucila Velásquez entre cientos o miles más. Todos estarían mirando o participando de las jornadas de una década después: el 68, menos uno: el Che, capturado en Bolivia el 8 de octubre de 1967 y, asesinado un día después, el 9 a las 13:10 horas de la tarde y, su cuerpo desaparecido en una tumba que se encontraría 30 años después.
Ese gobierno nacionalista de Árbenz en el lugar de muchos árboles pretendió nacionalizó la industria eléctrica (en México sería hasta el 27 de septiembre de 1960), promulgó la Ley de Reforma Agraria y otras medidas de defensa nacional ante la mirada interventora de los yanquis. Ahí estaban el Che e Hilda, que lucharon contra el golpe de Estado y, ambos, en diferentes momentos se exiliaron en México en el año del 54: el Che llegó en septiembre e Hilda Guedea, deportada de Guatemala, dos meses después, en noviembre, luego de la celebración de los Días de Muertos. Entre sus andanzas guatemaltecas, hay una notable: conocieron a un tal Ñico (Antonio López) que les profetizó: algo bueno se ha producido en Cuba desde Martí, es Fidel Castro; él hará la revolución (Taibo. 1996).
Quizá por ese recuerdo entre muchos árboles, el Che escribió:
Estaba en aquellos momentos en Guatemala, la Guatemala de Árbenz. Entonces me di cuenta de una cosa fundamental, para ser médico revolucionario o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución. (inscripción en el mausoleo al Che en Santa Clara, Cuba).
En 1954 gobernaba el PRI sin ninguna importante oposición, una dictadura “casi perfecta” o una democracia imperfecta y, el mandamás de la casa, era Adolfo Ruiz Cortines que pretendía arreglar los desperfectos de Miguel Alemán, ese que prometió meter al vagón de la modernidad al país agrario mexicano.
Cuenta Hilda que se comunicó “de inmediato con su amigo [casi su novio]: ‘Poniendo un pañuelo en el fono [teléfono] para disimular mi voz, pregunté ‘¿el doctor Guevara?’ Pero él me reconoció al instante”. (Taibo. 1996).
Los combatientes del golpe de Estado supervisado y orquestado por la CIA en Guatemala, se reencontraron en Roma, la colonia de la Ciudad de México. En esa década, México era el país latino que abrió sus puertas a los exiliados y refugiados políticos: dominicanos, boricuas o puertorriqueños, cubanos, guatemaltecos, venezolanos, un argentino y una peruana.
Expulsada, ahora sí de Guatepeor en el 54, Hilda arribó al aeropuerto de la ciudad de México “Benito Juárez” y se trasladó al Hotel Roma, donde se encontró con “el doctor Guevara”. Hilda, recordó tiempo después aquellos momentos:
“Ernesto me planteó nuevamente la posibilidad de casarnos; le contesté que esperásemos todavía, pues recién llegaba, quería ambientarme y buscar trabajo. En realidad, yo no estaba muy decidida, y él se dio cuenta, se molestó un poco; tuve la impresión de que mi respuesta nada concreta había creado cierta tirantez entre nosotros. Entonces decidió que seríamos solamente amigos. Me quedé algo sorprendida de su reacción […] apenas llegaba yo y ya nos peleábamos.” (Taibo. 1996).
Y así pasaron los días, las horas y los minutos, mientras Hilda se alojó con la poeta exiliada venezolana Lucila Velásquez (Olga Lucila Carmona Borjas); el Che la llamaba por teléfono, la invitaba a comer y al cine, sobre todo la película Abajo el Telón de Cantinflas, que hizo reír tanto al Che.
La poeta Lucila, venía de “Contrapunto”, la generación literaria del 48 y fundadora del Círculo de Escritores de Venezuela. Un buen día escribió:
y por qué no pensar sin malas intenciones
que los silbos petrificados
y las improntas de hojas
y los afloramientos de carbón
y las masas intrusivas de granito
y fulgor en la conciencia
son testimonios de una sucesión de vidas inocentes
muy anteriores a nuestra manera de pensar
y es deseable que no llegue la desgracia
que nadie profane el fósil del coral y su rubor
ni se involucren sus claridades
con otros elementos que llegaron
de las regiones templadas
y déjenla vivir en paz consigo misma
y no perturben el sitio de su polo sur
que es el momento de extremar la belleza.
Después Hilda y Lucila se mudaron a la colonia Condesa, en la casa marcada con el 108 de la calle Pachuca (actualmente a unas cuadras del Circuito Interior). Una casita con mucha literatura, poesía y cultura, ya que la llanera Lucila estaba pensando en crear la corriente: Cienciapoesía, muy novedosa para esos años y, también, para los de ahora. Además, había escrito el Himno de la Universidad de Oriente (UDO) de Venezuela.
Por lo tanto, Lucila debe ser considerada “como testigo de excepción” de esa pareja y, también de la relación de la pareja con los hermanos Castro, especialmente Fidel. Muchos años después, lo escribiría en su último libro antes de morir en Venezuela en 2009.
Ahí en la Condesa, el Che visitó a su novia con frecuencia, pero tanto la cena de Navidad como del Año Nuevo, al parecer no fueron muy cordiales por los plantones o llegadas tardes del Che que laboraba en el Hospital, como corresponsal de la Agencia Latina y, fotógrafo callejero, además de hacerle compañía a la soledad del Patojo (Julio Roberto Cáceres), su amigo, también exiliado guatemalteco.
Pero en el año del 55, pintaron de otro color las cosas -entre estiras y aflojas- para la pareja de exiliados; se dan una vuelta por Toluca la Bella, para mirar de lejos El Nevado (luego el Che subiría al Popo), pasearon por Chapultepec y, el Che decidió hacerle un buen regalo a su novia: el poema narrativo Martín Fierro de José Hernández, con una dedicatoria:
A Hilda, para que el día de la partida, le quede el sustrato de mi ambición de horizontes y mi fatalismo combatiente. Ernesto.
La pareja no dejó de soñar con innumerables viajes a París o la nueva China, pero sólo llegaron a Palenque, en la zona maya. De todos esos sueños guajiros, quedó un poema del Che:
El mar me llama con su amistosa mano
mi prado -un continente-
se desenrosca suave e indeleble
como una campanada en el crepúsculo.
Mientras llegaban los viajes, había que trabajar. Hilda consiguió chamba en la CEPAL y, luego en la Oficina Sanitaria Panamericana. Y así les dieron los días de febrero, de marzo, de abril y la conmemoración del 1º de mayo, Día Internacional de los Trabajadores… hasta el 18 de mayo, que viajaron como novios a Cuernavaca y, según los recuerdos de Hilda, fue “fecha de nuestro verdadero matrimonio”, porque se casaron por lo civil, tres meses después, el 18 de agosto de 1955 en Tepozotlán, Estado de México. Con la novedad de que Hilda ya andaba embarazándose. Como lo había planeado Hilda, el matrimonio de hecho se consumó en mayo, porque ella así lo había pensado:
Cuando llegó a casa [el Che], me preguntó seriamente sí me había decido o no; su tono era calmado, pero firme, casi me daba un ultimátum. Y en realidad yo lo estaba, le contesté que sí y que nos casaríamos en mayo […] después le pregunté si había estado seguro de mi respuesta afirmativa; me contestó seriamente: Sí, porque vos sabés que me perdías si estaba vez me contestabas que no.
Muchas cartas se escribieron por la pluma del Che, hasta que le comunicó, finalmente a sus padres en Argentina, su matrimonio:
Te comunico la nueva oficialmente para que la repartas entre la gente: me casé con Hilda Guedea y tendremos un hijo dentro de poco. Y a su tía Beatriz: Las noticias efectivas ya las debes saber por mamá; me casé y espero un Vladimiro Ernesto para dentro de un tiempo; obviamente yo lo espero, pero mi mujer lo tendrá. (Taibo. 1996).
Sabemos que la “luna de miel” o viaje de expedición de los recién casados fue muy buena por la zona maya y el puerto de Veracruz, misma que ya fue contada en un episodio pasado. Así que el Año Nuevo del 56 pintaba prometedor para el matrimonio. Los visitaría la cigüeña, tenían trabajo, techo y sustento, pero, sobre todo, maduraba la idea de su amigo Fidel Castro de visitar al tal dictador cubano, Fulgencio Batista con un buen regalo, como esos que se dan de corazón a los dictadores: la Revolución.
Matrimonio feliz y desastroso
¿Puede un matrimonio feliz volverse desastroso? Al parecer, las leyes de la dialéctica o de la vida, lo permiten: todo se vuelve su contrario.
Un día después del Día de San Valentín, que en México se celebra en grande y, apenas iniciada la noche de aquel 15 de febrero del 56, nació en el Sanatorio Inglés de la Ciudad de México, Hildita Beatriz, no “Vladimiro Ernesto” como quería el Che.
El Che esperó, al fin médico-social, sentado con su mate en mano en la sala de espera del sanatorio inglés a que terminara el parto y, días después, confesó su doble felicidad:
Tiene el nombre de [Hilda] Beatriz y es motivo de una doble alegría para mí. Primero la de la llegada que puso un freno a una situación conyugal desastrosa y segundo, el que ahora tengo la total certidumbre de que me podré ir, a pesar de todo. Que mi incapacidad para vivir junto a su madre es superior al cariño conque la miro. Por un momento me pareció que la mezcla de encanto de la chica y de consideración de su madre (que en muchos aspectos es una gran mujer y me quiere con una forma casi enfermiza) podrá convertirme en un aburrido padre de familia […] ahora sé que no será así y que seguiré mi vida bohemia hasta quién sabe cuándo, para ir aterrizar con mis huesos pecadores a Argentina, donde tengo que cumplir el deber de abandonar la capa de caballero andante y tomar algún artefacto de combate. De la chica no puedo hablarle; es un pedazo de carne amoratado que mama cada cuatro horas con la puntualidad de un omega y desaloja el resto de lo que mama con algo menos de regularidad…
Con su madre, el Che fue más específico: Ha salida igualita a Mao Tse Tung; es más malcriada que la generalidad de los chicos y come como comía yo según cuentos de la abuela, vale decir, chupando sin respirar hasta que la leche salga por la nariz. (Taibo. 1996).
Una familia mexicana de exiliados
Todo se vuelve su contrario: el matrimonio desastroso se volvió doblemente feliz. El Che e Hilda se estrenaron como padre y madre de familia. Una familia mexicana de exiliados. Y, así transcurrieron los primeros meses de aquel 56.
Cuenta Paco Ignacio Taibo II que: “La vida de Ernesto se mueve ahora entre los placeres de la paternidad, los entrenamientos cada vez más intensos y los restos de su labor como médico [social]. A sus padres les ha dicho que aceptó la cátedra de fisiología [en la UNAM] y a Tita Infante le reporta el desastre de sus investigaciones [un trabajo sobre la determinación química de la histamina].”.
El matrimonio, entre cambiar, lavar y tender pañales (en esa época no había desechables), amamantar a la insaciable Hildita, hizo muchas migas con los exiliados moncadistas de Cuba, pero en especial, con los hermanos Castro, Fidel y Raúl. La idea de visitar con un regalito a Batista ya estaba madurando, pero el matrimonio Guevara-Guedea soñaban con establecerse en Perú o la Argentina, luego de darse una vuelta por Europa:
Nuestra vida errante no ha acabado todavía y antes de establecernos definitivamente en Perú, país al que admito en muchos aspectos, o en Argentina, queremos conocer algo de Europa y dos países apasionantes como son India y la China, particularmente me interesa a mí la nueva china por estar acorde con mis ideales políticos…
Pero no viajaron al Perú, ni a la Argentina, tampoco a India o China, el Che, con el apoyo de su esposa Hilda, se enroló en la visita planeada a Cuba, con la cual se despedirá de México y terminará con su matrimonio mexicano con una exiliada peruana y una hija mexicana.
Mañana el último episodio: El Che se despide de su México lindo y querido.
Fuentes:
Aleida March. Evocación. Mi vida al lado del Che. Cuba. Fondo Editorial Casa de las Américas. 2007.
Carlos Puebla. Hasta siempre, comandante (guajira). Cuba. 1965 (hay al menos 200 versiones de la guajira).
Cronología. En: Nahuel Moreno. Che Guevara. Héroe y mártir de la revolución. México. Uníos. 1997 (Colecc. Personajes del Socialismo).
Ernesto Guevara de la Serna. Investigaciones cutáneas con antígenos alimentarios semidigeridos. Alergia. 1955;2(4):157-167.
Mensaje a la Tricontinental. Crear dos, tres… muchos Viet-Nam, es la consigna. Cuadernos de Ruedo ibérico. París, abril-mayo 1967, número 12
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94-101.
Notas de viaje. Tomado de su archivo personal. La Habana: Sodepaz, D.L. 1992. Citado por: Blanca Rosa Garcés, Lian Roque y Ana María Molina Gómez. Universidad de Ciencias Médicas, Cienfuegos, Cuba.
Hilda, Gadea. Mi vida con el Che. Txalaparta. 2017.
Che Guevara. Años decisivos. México. Aguilar. 1978.
Jon Lee Anderson. Che Guevara, una vida revolucionaria. Barcelona. Anagrama. 2010 (Colecc. Compactos).
José Hernández. Martín Fierro. Cátedra. Universitario. 2005.
José Natividad Rosales. ¿Qué hizo el Che en México? Famosos documentos desconocidos a 5 años de su muerte. México. Editorial Posada. 1973.
Jorge Denti. La huella del Dr. Ernesto Guevara. Documental (124 mins). TVAL/Imcine. 2012.
Lucila Velásquez. Memoria de mis días con Ruiz Pineda y Betancourt, el Che y Fidel. Caracas. Grijalbo. 2008 (Prólogo: Juan Carlos Zapata)
Paco Ignacio Taibo II. Ernesto Guevara, también conocido como el Che. México. Planeta. 1996. Capítulo 7. Estaciones de paso.
Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. México. FCE. 2004 (Colección: Filosofía).
Pierre Kalfon. Che: una leyenda del Siglo XX. Buenos Aires. Edhasa. 2010.
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