jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» Un secreto, mil secretos

 

¿Cómo se sentirá guardar un secreto fundamental por años o décadas? Y, sobre todo, ¿qué se podría hacer para liberarse de tal carga?

María Luisa Portuondo, una joven artista chilena que guardó un secreto familiar por 10 años dice que es “como cargar piedras en una mochila sin poder descansar ni un momento”.

Para su fortuna, desde 2016 ese secreto se convirtió en una historia de liberación, que ayudó a muchas personas a deshacerse de sus propias “cargas”.

Foto. Instagram

El padre de María Luisa murió prematuramente de cáncer cuando ella tenía 20 años, por lo que no tuvo tiempo de resolver los asuntos pendientes con él, entre otros, su propia relación, pues ella le conoció hasta que tenía 6 años de edad. Su relación era poco profunda y nunca pudieron sincerarse o hablar de las deudas afectivas entre ambos.

Tras el funeral, su abuela le dijo que podía quedarse con todos los escritos de su padre. Así, reunió un montón de textos y ensayos académicos, ya que él era sociólogo y profesor universitario. Tratando de ordenar todos esos documentos, se encontró con una serie de cartas escritas en la década de 1990 y dirigidas al que entonces era siquiatra de su padre.

En una de ellas, él relataba que fue abandonado por su padre biológico a los tres años, y adoptado por una pareja que cambió su nombre y apellidos originales. Además, comentaba que ni siquiera su exmujer ni su hija “María Luisa” conocían ese hecho.

Conocer el secreto de su padre a través de esa carta fue impactante para ella, pues cayó en la cuenta de que no era nieta biológica de los Portuondo y de que, por lo tanto, desconocía la procedencia de 25 por ciento de su sangre. Su preocupación no sólo era en el sentido de conocer a sus verdaderos antepasados, sino también por una posible enfermedad siquiátrica de su padre, que eventualmente podría afectar a su propia descendencia.

A medida que el tiempo pasó y le daba vueltas al asunto sobre la manera de obtener más información acerca de su origen biológico, observó que no sólo había desenterrado un secreto, sino que había heredado la carga emocional que implicaba. Aun así, decidió callar. Pasaron 10 años.

De cuando en cuando se preguntaba por qué su padre había guardado ese secreto o si la carta era sólo ficción, pero después de un largo proceso terapéutico se armó de valor para preguntarle a su tío y hermano menor de su papá. Él le confirmó que todo era verdad y que nunca se habían atrevido a contarle a nadie.

Pero saber que todo era cierto no le fue suficiente para “sanarse a sí misma” y dar por cerrado el tema.

Como creadora y productora de experiencias artísticas, se da cuenta de que el secreto o los secretos son un activo poderoso de transformación, pues había construido sus propias obras desde lo autobiográfico.

Así, motivada por el límite entre la vida y la experiencia artística, entre lo público y lo privado, en 2016 decide montar una obra de arte interactiva llamada Un secreto, con la intención de ayudar a otras personas a drenar la carga de lo no dicho, pues que según ella esto “genera sombras en el inconsciente”.

Quería que fuera escrito y que los participantes usaran un sobre aéreo como los que su padre le enviaba desde Perú antes de morir. Pero, durante el performance, la gente no sólo iba a contar y a guardar su secreto, sino que leería el secreto de alguien más.

La instalación interactiva de María Luisa se colocó por primera vez en los cerros de Valparaíso, Chile. Consiste en una gran red dispuesta al aire libre, en un museo o un teatro, de la que cuelgan cientos de sobres aéreos con un timbre que dice: Secreto, liberación colectiva.

Dentro de cada sobre hay un secreto anónimo escrito a mano. A los espectadores se les invita a que lean un secreto y a dejar otro por escrito para otros lectores futuros.

Después de presentarse en su país y observar la reacción de la gente, decidió llevar el ejercicio a la mayor cantidad de lugares posible, y desde 2016 y hasta enero pasado, había recorrido 26 ciudades por todo el mundo y recolectando 2 mil 300 secretos en 16 idiomas.

María Luisa dice que hay gente que se le acerca llorando agradecida por tener la posibilidad de liberarse de su secreto, pero también ha habido otra que le ha cuestionado su desfachatez para usar la vida íntima de otras personas para beneficio propio. Dice estar consciente de que esto podría tener hasta implicaciones legales, como cuando alguien confesó estar abusando de un menor, por lo que estuvo a punto de parar su iniciativa.

Pero gracias a que ha pesado más la parte positiva de su proyecto, éste continúa. Cuenta que en los lugares tan diferentes que ha visitado, las reacciones a su obra han sido igualmente diversas. En China, por ejemplo, el público estaba atónito con lo que se leía y, al mismo tiempo, reacio a participar con su propio secreto, siendo por cultura poco dados a abrirse y mucho menos a revelar cosas personales; pero en Corea del Sur muchos piensan en el suicidio y se avergüenzan del agobio que sienten por la presión que ejerce la sociedad en una cultura muy competitiva.

Por el contrario, en Roma, la intervención no sólo causó sensación, sino que los italianos hicieron largas filas para dejar sus secretos. (Imagino que en México pasaría lo mismo, latinos al fin).

Enfrentarse a los secretos de otros no ha sido fácil para ella, pues generalmente lo que la gente oculta es algo oscuro, o lo que se entiende generalmente como oscuro. Veamos algunos ejemplos de lo que mujeres y hombres han escrito en Santiago de Chile, Barcelona, Roma, Viena, Hamburgo, Madrid, Argentina y Shangai.

Foto. Instagram

“Abandoné a mi pareja con un embarazo de dos meses. Luego, ella decidió abortar”.

“Mi madre nos confesó en el lecho de muerte a mi hermana y a mí que fuimos hijas adoptivas. Ahora ella y yo tenemos la duda de ser hijos de desaparecidos de la dictadura”.

“Desde los 21 años que adquirí el VIH, nadie sabe de esta condición, ya que he tenido mucho miedo para contarlo”.

“Yo quería tener sexo con mi padre”.

“Tuve sexo con la perra salchicha de mi abuela”.

“Me enamoré de la mujer de mi mejor amigo”.

“Mi marido es muy malo en la cama”.

“Metí al gato al microondas, por suerte no le pasó nada”.

“Cuando mi viejo estaba enfermo en la clínica, nunca fui capaz de ir a visitarlo. Hasta el día de hoy vivo arrepentido por ello”.

“Por 60 años guardé mi gran secreto de haber sido acosado sexualmente por los directores del seminario”.

“Soy artista, pero odio el arte”.

“Me cae tan mal mi cuñado que a veces limpio la tina del baño con su cepillo de dientes”.

“Mi mayor secreto es que no me gusta ser madre. No es que no quiera a mi hija, la amo. Pero a veces fantaseo sobre mi vida sin ella”.

Ahora que María Luisa ha liberado los secretos de otros, ella por fin se siente liberada del secreto de su padre y piensa en cómo le habría gustado que en su tiempo su padre se hubiera encontrado con una experiencia como esa.

Al remontarse al momento en que leyó la carta por primera vez, se da cuenta de que el dolor ha mermado. “Secreto, una liberación”, ha sido como un regalo para su padre, y hoy ya no tiene que ver con ella o con el “secreto” de su padre, sino con liberar a otros de un dolor universal.

En un futuro se editará un libro con los más impactantes secretos que ha recibido en todo el mundo.

Ella asegura que el proyecto ayuda a la gente a sentirse en paz.

“Cuando escribes el secreto y lo metes en un sobre, en cierta forma lo exteriorizas y le quitas la importancia que le dabas a lo que te hacía sentir culpable o avergonzarte. Lo cuentas, sabiendo que mucha gente lo va a leer, pero con la seguridad de que nunca sabrán tu nombre”.

 

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