Hace 34 años, el escribidor “cubrió” el Mundial de Futbol de 1986, celebrado en México. En la tribunas asignadas a la prensa, descubrió que los reporteros de periódicos europeos usaban unas máquinas de escribir electrónicas, que les llamaban “tandis”.
Aquellas maquinitas, un ordenador de palabras con conexión telefónica, eran una maravilla. Se escribía sobre ellas, sin papel, en el lugar que fuera; se guardaba el texto y entonces se buscaba un teléfono de los de entonces, de disco o teclas; se usaba un aparatejo con dos gomas o espumas para colocar las dos bocinas del teléfono; se marcaba y se transmitía la información a una máquina receptora.
Los demás reporteros, según fuera el caso, teníamos que utilizar una máquina de escribir normal de entonces, que hoy ya no se fabrican, escribir su texto en papel y entregarlo a un técnico para que lo “picara” y lo transmitiera vía télex a la Redacción; otros la dictaban directamente por teléfono, y los compañeros de radio utilizaban sus grabadoras y unos cables llamados “caimanes”, que se conectaban a la bocina del teléfono, previa apertura de ella; lo peor que les podía pasar es que aquellas bocinas no fueran de rosca.
No se puede negar que quienes portaban las tales “tandis” eran la envidia de los demás.
Dos años más tarde, el escribidor fue comisionado para “cubrir” la campaña presidencial de Heberto Castillo, candidato del Partido Mexicano Socialista (PMS). Pese a ser un partido de izquierda real, el PMS dispuso de ciertas comodidades para los reporteros, entre ellas la utilización de dos aparatos de fax, que entonces era la gran novedad tecnológica, una fotocopiadora a distancia, más o menos.
Cada tarde-noche, el camión en el que viajaban los reporteros (el inolvidable “El Machete”) se estacionaba en el centro de la población a la llegaba; los encargados hablaban a Telmex para que mandara a técnicos que conectaran las líneas telefónicas los dos faxes que iban en el camión. Los reporteros escribíamos a máquina y entregábamos nuestras cuartillas para que se transmitieran por aquellos aparatos, cuyos receptores reproducían en papel una copia.
El avance siguió su curso y llegaron las primeras computadoras a las Redacciones (octubre de 1989, en el caso de este reportero), con disco de arranque, disco de programa y disco de archivo, que había que entregar para que se abriera en la computadora que habría de corregirse; discos de 3 y media les llamaban, creo. Luego llegaron los teléfonos celulares (1991) y eran tan limitados que sólo funcionaban en algunas ciudades y para ello había que ir al centro de la plaza principal del lugar para tener cobertura. Y más tarde la Internet. De eso hace más de 25 años. Imagine los cambios tecnológicos en la administración pública para más o menos estar a la par.
Los jóvenes y los niños no conocen las máquinas de escribir, el télex, el fax, el telefax, muchos menos el telégrafo; vamos, ni la televisión analógica, aquella que transmitía en blanco y negra mediante antenas aéreas, reforzadas por la de “de conejo” o por ganchos para colgar la ropa.
Pero hoy, en el 2020, la “honesta” austeridad republicana ha llegado al país y la Secretaría de Economía y el Instituto Mexicano de Cinematografía, los ejemplos más notables, han decidido cancelar el uso de computadoras para sus trabajadores.
El señor presidente de la república ha dicho que los héroes que nos dieron patria no necesitaron de computadoras para sus epopeyas que cuenta la historia oficial.
No, por supuesto. Si en esos tiempos hubieran existido, parece obvio que Morelos habría escrito “Los sentimientos de la nación” en “la nube”; Vicente Guerrero hubiera dicho: “¡va mi iPhone en prenda y voy por él”; Juárez: “el respeto al Twitter ajeno es la paz”, y Zapata: “Internet y Libertad”.
Nos se ría, no es cosa de burla. El neoliberalismo acecha y pone tentaciones a cada paso; la penitencia será que los cineastas regresen a editar con tijeras y cinta adhesiva, y los burócratas de Economía retornen a los nacionalistas lápices de dos colores (azul y rojo), porque máquinas de escribir ya no hay. No hay que ceder; el alma y la pureza de la Patria están en juego.