¿Alguna vez se han sentido cautivados por una serie?
¿Les ha pasado que se encariñan con los personajes como si los conocieran de verdad?
¿Que sienten sus casas como propias?
¿Que sufren y se alegran en carne propia con sus historias?
Me pasó con Shtisel, una de las series más cálidas, íntimas y humanas que pueda haber.
De entrada nos parecería muy complicado, casi imposible identificarnos con las vidas de los miembros de una familia Haredie (Judíos ultraortodoxos) que viven en “Gueúla”, el barrio más cerrado de la ciudad vieja de Jerusalén.
Muchos los hemos visto caminando por las calles de Polanco, la colonia Roma o Tecamachalco, con sus trajes oscuros, sus sombreros y sus Peies (los rulos que cuelgan a los lados de su sien), sabemos que no suben en coche y que perseveran sus tradiciones milenarias, que son estrictos en cuanto a sus costumbres y que no simpatizan con la globalización y pretenden mantenerse así a pesar y contra todo.
A la mayoría nos parecería una forma terrible de vivir, llena de restricciones y sin oportunidades de interactuar fuera de este micro universo.
Un mundo en donde la vanidad y la banalidad están prohibidas, en donde se comunican con un idioma que solo ellos hablan y dedican su vida a estudiar su propia historia y su religión, una vida sin modernidad, sin lujos, ni ningún tipo de distinciones más que el orgullo de ser ellos.
Imposible imaginar cómo viven el amor, los problemas cotidianos, el miedo al desamparo, la necesidad de identidad en un mundo de completa austeridad que es lo que hace diferentes y dignos a quienes viven de esta forma.
Al contrario de lo que se pudiera esperar, no es una serie en la que se compadezca a los protagonistas o parezca injusta o triste su vida, todo lo contrario.
Shtisel es la historia de una familia, una “Mispohe”, por familia debe entenderse una realidad más amplia y rica que el tipo clásico de familia nuclear burguesa occidental, pues la familia “Mispohe” es una comunidad de familias reunidas en torno al padre, a la guía y autoridad del padre, incluyendo también los antepasados, a la honra del apellido, a las tradiciones.
Todo ello en el marco de la comunidad espiritual del pueblo judío reunido en torno del estudio de La Torah y la práctica de Halajá*.
Shtisel muestra al mundo el orgullo que es la razón real por la que la religión judía de la misma manera que otras religiones e ideologías milenarias han subsistido unidas y fuertes durante tantos siglos.
Priorizan los lazos de sangre, el amor a un ser superior y a las leyes divinas, el entendimiento de un destino, de un mandato divino y el orgullo de pertenencia.
Shtisel abre la mente de los espectadores que estamos acostumbrados y manipulados por los medios que nos muestran una felicidad únicamente proveniente de lo material.
Con destacadísimas actuaciones y un guion natural, sin más pretensión que enseñar cómo vive cualquier familia, cómo es su casa, cómo pasa cada día.
Sin ningún efecto especial, ningún choque, ni una gota de sangre, contacto físico, escena erótica, grito o joya, esta serie enseña mucho más con metáforas y profundos diálogos sobre un mundo, que como muchos otros creemos lejano y diferente, pero del que tal vez deberíamos aprender demasiadas cosas.
Tal vez en este tipo de confinamiento conocer otras ideologías nos ayude un poco a entender que lo importante está dentro de uno mismo, y que la casa que habitamos es una extensión y un reflejo de nuestra alma.