Sería ingenuo asegurar que la caída del autoritarismo en México a finales del siglo XX y la construcción de un nuevo modelo democrático aunado a la economía neoliberal se hubiera producido en un sexenio, o más aún, en una noche, la del 2 de octubre de 1968. Se trata de un largo proceso donde el quiebre del sistema demostró la pugna entre la estabilidad económica (que dejaba de existir) y la pérdida de libertades. El modelo del desarrollo estabilizador funcionó por mucho tiempo por haber permitido asegurar a México un crecimiento constante e inusitado, donde el bienestar económico permitió que la figura fuerte de un solo hombre cohesionara el poder. El régimen de Díaz Ordaz estuvo marcado por un tajante autoritarismo represivo que se relacionaba directamente con el carácter del mandatario, como lo explica Enrique Krauze en El Sexenio de Díaz Ordaz, pues el presidente detestaba el desorden; pero también con las premisas del mismo régimen y del clima mundial marcado por la Guerra Fría, cuyos acontecimientos ejercían de manera directa o no, presión sobre las decisiones político-administrativas del régimen. Como antecedente, podemos mencionar el proceso de globalización creciente de la economía que puso en entredicho las teorías keynesianas así como a los gobiernos que las empleaban.
El régimen de Díaz Ordaz comenzó en 1964, un hombre autoritario que se preocupó por la estabilidad del país adscrita al principio de autoridad. Pero la legitimidad del partido único ya estaba en entredicho por aquellos años, a grado tal que Soledad Loaeza lo califica como el “Último presidente de la revolución”. Sucediendo a Adolfo López Mateos, Ordaz inició con cierta continuidad su sexenio. Los conflictos estuvieron permanentemente presentes: las manifestaciones de los médicos, las guerrillas guerrerenses contenidas por la llamada “guerra sucia”, así como de los estudiantes michoacanos, demostraban que el régimen se enfrentaba a serios problemas políticos. Sin embargo, también es cierto que su administración se distinguió por un impulso tajante al reformismo. Entre las principales están la reforma a la ley federal del trabajo, cuya discusión se anunció de manera recurrente en diarios como El Universal y que tuvo una gran trascendencia durante todo el sexenio. También destaca la aprobación de la ley que reformó el artículo 34 constitucional para reducir la edad de votar de 21 años a 18 a consecuencia de la presión del movimiento estudiantil.
En el periodo de Ordaz hubo una fina capacidad administrativa que en los aspectos judiciales dirimía los conflictos a favor de los intereses del régimen. La actuación de las diversas corporaciones durante fue tan activa como la de los gobiernos que le precedieron y prácticamente se observó su fortalecimiento. La acción sindical fue muy importante y se respetó con gran ahínco, aunque no sin sus inconvenientes locales, puesto que se observó a menudo el activismo político de oposición, sobre todo del PAN, dado que para estos años el Partido Comunista tenía prácticamente una influencia nula y los demás partidos mínima.
Con el conflicto estudiantil que tuvo lugar en 1968, el sistema político mexicano entró en una crisis, puesto que la opinión pública comenzó a vislumbrar sus conflictos internos. Si bien el movimiento estudiantil se encuadra dentro de un clima mundial de manifestaciones, gestado en Francia, en ese mismo año, lo cierto es que el movimiento mexicano tuvo causas, consecuencias y características propias que influyeron directamente en el régimen, como lo apunta Ramírez, Ramón en El movimiento estudiantil de México: Julio-diciembre de 1968. En 1965, Pablo González Casanova publicaba su obra La democracia en México, muestra del descontento de muchos intelectuales de clase media ante las fisuras del régimen. La obra puso de manifiesto el sistema autoritario y poco democrático que definía la política mexicana, al mismo tiempo que cuestionaba la distribución de la riqueza en manos de unas élites cerradas. La clase media se encontraba inconforme ante el sistema y la congelación de los subsidios a las universidades, y se agrupaba en torno a una ideología de izquierda caracterizada por inspiración soviética o maoísta, que conformaba un grupo constituido por politólogos y escritores cuya influencia se adscribía sobre todo a las aulas de las universidades, por no poder actuar ampliamente en el terreno político, y que obviamente ejercía una influencia tajante sobre los alumnos. El régimen ya se había visto marcado por acontecimientos como el movimiento médico, la huelga de la facultad de derecho de Derecho contra su director, la huelga estudiantil en Michoacán, todos movimientos por una clase media pujante que crecía cada vez más por la migración de la población del campo a la ciudad, y que se mostraba deseosa de participar de los beneficios de subir peldaños en la escala social y de disfrutar mejores condiciones de vida.
La opinión pública comenzó a manifestarse en momentos posteriores, las numerosas pérdidas fueron evidentes aún sin las cifras oficiales, e incluso se hizo patente la renuncia de Octavio Paz de la embajada de la India, acontecimiento que narra Salvador Novo en La vida en México en el periodo presidencial de Díaz Ordaz. Pese a ello, el discurso que se mantuvo desde el poder fue el de defender al país de la amenaza comunista que según le gobierno se había infiltrado en el movimiento. Esto en el contexto de las olimpiadas y particularmente de la Guerra Fría, ponía a México en una relación muy delicada con respecto al gobierno norteamericano. Sin embargo, estos acontecimientos marcaron el punto clave de ruptura del régimen en el ámbito político. El movimiento estudiantil generó una fisura política al autoritarismo de manera irreversible, insertándose en un complejo contexto de cambios a nivel nacional e internacional. Contradictoriamente, aunque el crecimiento económico fue estable, no fue suficiente para sostener la legitimidad de un sistema autoritario y represivo.
Mientras que la economía siguió siendo fundamentalmente dirigida por el Estado con un fuerte apoyo a la industria en detrimento del campo, las realidades de las clases bajas y medias pujaban ante la apertura del sistema político. Era evidente que éste se resquebrajaba. Ante los cambios recientes y la violencia generalizada, estaba claro que el autoritarismo ya no respondía a los intereses de la población. Si bien las tendencias comunistas soviéticas habían muerto, las élites estaban familiarizadas con las maoístas y cubanas, inspirados por los franceses, pero no influenciaban a las bases obreras y campesinas, sino a estudiantes de clase media, cuyas necesidades crecían a la par que tenían que luchar por sus oportunidades cada vez con mayor crudeza. El movimiento del 68 no fue una revolución, pero algo cambió en el país. Hizo evidente que el modelo económico y político comenzaba a manifestar sus contradicciones. La ciudad estaba repleta y los servicios cada vez más escaseaban, las oportunidades se cerraban en la escala social, y la represión permitía ver que el Estado no encontraba mejores formas de lidiar con los problemas.
De tal suerte, que ante la crisis, el sistema se fisuró. A partir de este momento, la historia siguió su curso, pero la contradicción entre estabilidad económica y libertad política se imprimió en la piel del México de nuestros días.