jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» El Zoom que nos salva… y ¿nos vigila? 

 

En tiempos de crisis, lo que para unos es infortunio, para otros es bendición. Si no pregúntenle a Eric Yuan, el fundador y presidente ejecutivo de Zoom Video Communications (ZVC), la plataforma de videocomunicaciones más usada hoy en todo el mundo a raíz del confinamiento en que nos tiene la pandemia por el Covid-19.

Colegios, empresas, partidos políticos, organizaciones privadas o sociales y millones de personas se comunican y “reúnen” hoy gracias a Zoom. 

El “home office” y las “clases virtuales” nos obligan a seguir con la rutina, a cumplir con la agenda, a no romper el ritmo de la vida productiva (por fortuna) desde la comodidad de un estudio, la sala e incluso desde nuestra habitación. 

Chinos, españoles, argentinos, estadounidenses o mexicanos, cada uno desde su país y circunstancia, pero todos “conectados” desde la misma locación (una pantalla de fondo negro con los rostros de los compañeros de trabajo o escuela, pacientes, clientes, amigos, vecinos o seres queridos), bajo la misma intención (de trabajar, estudiar, acordar, debatir, platicar, consultar o apapachar) y con el propósito mayor de que la vida no se detenga, ahora menos que nunca. 

ZVC no sólo ha duplicado su valor en los últimos tres meses, sino que, ante el derrumbe de la bolsa hace unos días por el efecto del coronavirus, fue una de las pocas empresas sin afectaciones.  Yuan, Su fundador, con 50 años de edad y de origen chino (ironías de la vida) ingresó en marzo pasado a la lista de las 500 personas más ricas del mundo gracias a su sistema de videollamadas cuya aplicación es bajada diariamente por más de 300 mil personas en todo el mundo. 

La democracia de la tecnología une ahora mismo en una sola aula virtual tanto a los alumnos de la UNAM como a los del Tec de Monterrey o el CIDE.

El mundo no puede parar y mucho menos para los líderes políticos y todos aquellos que se desempeñan en las llamadas “actividades esenciales”. El 26 de marzo se llevó a cabo la Cumbre Virtual del G-20 donde jefes de estado, ministros y presidentes hablaron sobre la situación del Covid-19 y las medidas a tomar para mitigar su impacto económico y social. Lo hicieron a través de una videoconferencia liderados por el representante de Arabia Saudita, en turno. Tras la “reunión” se difundieron imágenes de la pantalla con los rostros atentos de los líderes más poderosos del planeta, cada uno desde su trinchera.

Por fortuna y para nuestra sobrevivencia laboral o social, los mortales también nos hemos subido ya a la ola del Zoom. Para muchos de los de mi generación no ha sido fácil, y no sólo por las limitantes de carácter tecnológico, sino también por cierto resquemor. Eso de que los jefes, compañeros de trabajo o socios irrumpan en nuestro espacio privado está medio peliagudo.

Todas las recomendaciones del “home office” apuntan a que uno debe estar acicalado y listo a la hora de inicio de la jornada laboral. Lo mismo aplica para los estudiantes. Pero todo el mundo se arregla de la cintura para arriba, justo el encuadre que la pantalla personal muestra de uno mismo. 

Sé de una profesora universitaria que, después de la primera semana de clases virtuales, prohibió tajantemente a sus alumnos presentarse a Zoom en camiseta (casi pijama) o sin peinarse. Tampoco recibir el desayuno o un café de sus parientes en pantalla y mucho menos cargar a sus mascotas. La razón: demasiados distractores para su conferencia, y yo añadiría ¡demasiada exposición de la vida privada! 

La maravilla de esta plataforma es que, si bien nos salva para continuar con la vida académica y productiva, también nos permite seguir con la conexión humana. ¿Cuántos abuelos platican con sus nietos e incluso “los ven” por primera vez gracias a Zoom? ¿Cuántas amigas se toman la copa los viernes por la tarde desde su terraza o jardín virtual? ¿Cuántos socios intentan ahora mismo salvar su negocio mientras barajan estrategias “cara a cara” desde su cuarto de guerra? 

Como todas las tecnologías innovadoras de este siglo, tan sólo hace unos meses Zoom era una plataforma que, al menos de este lado del mundo, sólo conocían ciertos círculos privilegiados o millenials. 

Hoy está en boca y al alcance de todos. Con sólo tocar el link enviado por un anfitrión, cualquiera que disponga de un teléfono inteligente o PC puede integrarse a una conferencia o videollamada para “arreglar” su mundo. 

Ahora mismo la compañía del empresario chino-estadounidense está en la mira mediática por acusaciones y quejas en su contra acerca de la seguridad y privacidad de sus usuarios, que tan sólo en marzo alcanzaron la cifra de 200 millones al día. 

Tú decides cuánto y a quién le abres la puerta de tu casa vía Zoom. Por suerte, podemos jugar con el fondo de pantalla. La próxima vez que “asista” a una conferencia virtual voy a arreglarme lo más que pueda. Sonreiré y haré de cuenta que allá fuera no pasa nada. Los invitados me verán delante de un paisaje toscano. 

Allá volveré cuando salgamos de esta pesadilla. 

Mientras ¿nos vemos en Zoom? 

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