Suele ser la calle más transitada, la de los anuncios de turismo, la que se visita sí o sí cuando se va de fin de semana a la Ciudad de México. Llega, de un lado, a Bellas Artes, y —del otro— a la Catedral. Si este sitio fuera un cuerpo humano, Madero, sin duda, sería una de sus arterias principales. Ésta, a diferencia de las otras, no alberga autobuses ni automóviles; a lo largo de ella se mueven las almas sin más transporte que sus cuerpos. Por ello la vida es más evidente sobre su pavimento, porque se exhiben las sonrisas, porque vemos emociones en lugar de parabrisas.
Madero se ha cerrado por la pandemia. El COVID-19 sigue avanzando y las medidas no pueden esperar. Esa calle que tantos años costó convertirse en victoria de los peatones ha sido momentáneamente pausada para no dejar pasar por ella al virus. Es inevitable. Es, incluso, deseable. Pero no deja —por ello— de ser impactante. Los negocios han cerrado sus cortinas; ese sendero emblemático añora su brillo diario. ¿Cuánto tiempo pasará antes que podamos volver a disfrutarlo en su esplendor?
Sin embargo, el Centro Histórico no se ha detenido por completo. No todas las calles disminuyen su afluencia, y solo algunas, como Madero, funcionan como símbolo de lo que estamos atravesando, de la forma como deberíamos enfrentarlo, de la quietud y el encierro como únicos antídotos.
La receta fue emitida. Veremos qué tal la asimila el paciente.