Calles sin sonidos vitales, con ausencia de prisas matutinas, pintadas de angustias e incertidumbres. En las que sólo resuenan los temores que generan otros temores. Esta es la escenografía cotidiana de 30.9 millones de personas en este país, que al no contar con derechos laborales en este momento de aislamiento social y recesión, el insomnio se les dispara.
Así, Paloma coloca su vaporera llena de tamales cada día, y estas últimas noches han sido más eternas que antes, porque con el paso de los días cada vez se vende menos. Ella porta su cubre bocas e invirtió en un gel antibacterial para que la gente no “tenga miedo”, pero su estrategia parece no funcionar. Esto apenas empieza, y no hay dinero para sustituir los alimentos que cada día están faltando en la alacena de su casa.
Paloma forma parte de los 26 millones de personas que dependen del consumo local para vivir su día a día, de las cuales 15.3 millones son mujeres que trabajan en el comercio ambulante (INEGI).
Las ventas de Paloma alimentan a sus tres hijos, no hay otra fuente de ingreso, no hay familia que le releve para pasar al menos estos 40 días.
Por otro lado, Ofelia está preocupada porque ya no le llamaron para trabajar en el restaurante donde regularmente se desempeña como mesera, dentro de un hotel de renombre. No le aseguraron la conservación de su trabajo después de este periodo de cuarentena, y mientras tanto, tampoco le dieron ni el salario mínimo acordado con su empleador.
Se estima que como Ofelia, hay 4 millones de mujeres y más de 1 millón de jefas de familia, contratadas por empresas de outrsourcing, lo que significa que no gozan de ningún servicio de salud pública, y tampoco de derecho laborales.
Por su parte, Julieta está detrás de su computadora tecleando algunas notas de preocupación, porque simplemente todo se paró, no hay clases ni cursos de capacitación qué impartir, por lo tanto no hay ingresos en estos días que se volverán probablemente meses. Sin embargo los gastos no duermen, se acumulan o se vuelven cortes de servicios, reclamos de deudas de familiares y bancos, y peligro de perder la vivienda por falta de pago del alquiler. Julieta es parte de los 14 millones de personas que trabajan de forma independiente conocidos comúnmente como freelancers (INEGI). De los cuales el 42% son mujeres entre los 21 y 30 años, según datos de Workana, empresa especializada en esta modalidad de contratación.
Por su cuenta, Enriqueta se ve en la difícil discrepancia de decidir cuál de los riesgos es el menor: contagiarse del virus tan temido, o dejar de obtener el dinero con el cual día a día adquiere la manutención de sus hijos y la propia.
La patrona parece desconocer sus derechos laborales, peor aún, parece olvidarse de sus derechos humanos. La patrona cumple con su cuarentena, y como toda la familia está en casa, olvida que Enriqueta también debería poder estar resguardada con goce de sueldo ante la pandemia.
En México hay 2.3 millones de trabajadoras domésticas que como Enriqueta, a pesar de las recientes reformas a la ley del Trabajo y a la del Seguro Social, que les dota de derechos laborales, todavía dependen de la “buena o mala voluntad” de sus empleadores.
La cuarentena recrudece las desigualdades sociales en las que vive México a todas escalas: vemos familiares que muestran nula solidaridad con otros familiares que viven las circunstancias citadas antes; grandes empresas que desconocen los derechos laborales de sus empleados; pequeños empleadores que tampoco tienen y/o muestran alternativas. Condiciones que ya existían, pero que ahora provocan estragos más visibles y más graves.
El dilema para millones de personas es: poner en riesgo la vida por contagio o por hambre. Es así, no hay romanticismo en estas realidades.
Pero también hay esperanza que se materializa, hay quienes se desprenden un poco de su subjetividad, cuentan las monedas de sus bolsillos, su sentido de solidaridad y responsabilidad social, y se organizan para ayudar. Hay quienes sin prejuicios y mayores dudas, ayudan a sus amigas con un préstamo o apoyo para solventar esta etapa de oscuridad.
En este mismo sentido, a Ofelia su hermano que radica en Estados Unidos le apoyó para surtir la despensa y pasar estos días. De esta manera ella le ha comprado tres tamales cada noche a Paloma. Al tiempo que Paloma le compra sus productos a la señora que vende ropa en abonos. Y Julieta, acaba de recibir un préstamo de su amiga que sin más ni más le extendió la mano mientras se vuelve a contratar como freelance.
Sí, la desigualdad social tiene tantas caras tan complejas, que se requieren abordar desde distintos frentes, pero mientras tanto ante la crisis repentina, indudablemente la colectividad y la potencia de la solidaridad, configuran la vacuna más efectiva para mitigar el hambre y las angustias. De responsabilidades políticas hablamos en cuarenta días.