La emergencia por el COVID-19 nos exhibe tal como somos, vamos, nos desnuda. Nos pone en evidencia a personas, sociedades, gobiernos y naciones.
Muestra si personalmente somos corresponsables, imprudentes, egoístas o incrédulos. Si como sociedad somos solidarios, generosos o valemadristas. O si los gobiernos tienen o no, la capacidad para enfrentar de manera positiva un problema de tal magnitud.
En México estamos en la víspera de los días más difíciles de la pandemia.
De manera oficial se estableció la fase 2, que implica el cierre de un gran número de pequeñas y medianas empresas. Unos trabajarán desde casa, los afortunados. Otros no podrán hacerlo ante la amenaza de que les descontarán el día o perderán su trabajo. Y otros que ni trabajarán ni percibirán porque sus empresas no pagarán tras el cierre.
En la calle resulta esperanzador ver vialidades sin tráfico, pocas personas, bancos sin filas, parques sin corredores. Parece que entendimos que “por el bien de todos, no salgas de casa”. Ojalá.
Sin embargo, también conmueve ver, como todos los días, al de los jugos, al de los tamales, al de los tacos, al de la fruta, al de los quesos, el bolero, esperando clientes.
Ellos, son parte de los 31 millones de mexicanos que trabajan de manera informal, que viven al día. Saben la importancia del #MeQuedoEnCasa, pero para ellos es imposible, porque, sino trabajan, no comen.
Son, evidentemente, los que más ayuda requieren. Ojalá que los apoyos que anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador les lleguen pronto. Pasada la emergencia no serviría de mucho. Es en este momento, cuando urge.
Frente a la emergencia que se augura larga, la economía se va a parar. Serán muy pocos los empresarios que aguanten. Ellos, también requieren apoyo, son los que generan millones de empleos, que no se nos olvide. Si quiebran las empresas no habrá empleos, ni seguridad social ni recursos.
El futuro no es halagüeño ni en el ámbito de salubridad ni en el económico.
Gobiernos de otros países ya anunciaron apoyos económicos y fiscales para la población, no solo para los más pobres. Es la forma de superar las secuelas que deje el coronavirus, argumentan.
Hagamos lo que esté a nuestro alcance para salir lo mejor posible de esto. Compremos productos nacionales, en la tiendita de la esquina, en el mercado, en los establecimientos más vulnerables, para que el impacto sea menor.
Quien pueda, quédese en casa. Seamos solidarios y responsables para contener y no ampliar la cadena de contagios. Sería una mezquindad pensar en estos momentos, solo en el bienestar personal.
Unidos y responsables podemos enfrentar el COVID-19, pero tenemos que cambiar el chip para ser mejores seres humanos. Esta calamidad nos lo exige.
La convivencia familiar nos debe fortalecer. He visto varios memes que por cierto saturan las redes sociales, en los que muestran como un martirio la cuarentena. Obvio son bromas. O ¿acaso si es un suplicio? Me parece que no.
Encontremos en el aislamiento una oportunidad para impulsar nuevas formas de convivencia, sobre todo en tiempos difíciles.
Que estos días sirvan para escucharnos, para conversar, para hacer lo que hemos evitado con el pretexto de que vivimos de prisa y no hay tiempo.
No olvidemos que ante un débil sistema de salud, debemos ser responsables cada uno de nosotros. Si de por sí, una muerte es una tragedia, un contagio masivo sería catastrófico.
Mostremos madurez, responsabilidad y empatía como sociedad. Después, podremos hacer un balance de lo que se hizo bien o mal. Por lo pronto hagamos lo que nos toca.