De la mano de las furiosas diamantinas rosa que en verano pasado rompieron el confort de la clase política, este domingo 8 de marzo marcharé con ellas y por todas.
Iré de prisa, respondiendo a sus reclamos de que esto no puede ser más una historia de paciencia y aproximaciones sucesivas.
Acompañada de colegas, cómplices, amigas y miles de jóvenes, maduras y mayores, gritaré el ya basta y el ni una más y el nos queremos vivas que el relevo generacional nos ha enseñado.
Y, por supuesto, vestiré de morado, como lo hacía en el CCH sur, cuando declamaba los versos de Rosario Castellanos y Alaide Foppa y me autoproclamaba feminista.
Porque este mes de marzo del 2020 que marcará la historia de nuestra lucha por la igualdad de las mujeres no es el primero que nos encuentra con la voz en alto.
Por eso ahora lloro de alegría, nostalgia y satisfacción. Porque hoy somos la noticia más importante de México, después de tantos años de registrar esta efeméride desde la doble condición de reportera y feminista.
Y por eso hoy, en la espera de un domingo inolvidable, abrazo con gratitud infinita a mis maestras del feminismo, mientras el sollozo se traba en mi garganta recordando la mañana en que el vendedor de periódicos del anexo de la vieja Facultad de Ciencias Políticas y Sociales anunciaba la existencia de La Doble Jornada.
Cómo acaricié aquel ejemplar que se encartaba en el periódico La Jornada bajo la audacia y valentía de la periodista Sara Lovera. Soñaba con trabajar ahí y contar las historias de injusticia y libertad de las mujeres.
Amaba tanto aquel suplemento que convertía en noticias de carne y hueso los ensayos de la revista Fem que mi amada y bellísima Madre, Candelaria Navas, atesoraba en casa.
Porque mi hermana Gilda y yo tuvimos la fortuna de nacer al feminismo cuando ella nos habló por primera vez que aquel Día Internacional de la Mujer que había resonado en 1975 no era una fecha para celebrar, sino para entender el mundo patriarcal.
Por eso en los años 80, al clausurar los estudios del CCH, cantando con Amparo Ochoa, aquel su primer disco feminista, gracias al entusiasmo inspirador de la maestra Blanca Figueroa, escribí una pretendida obra, El manifiesto feminista, que sólo era un compendio de poemas que recitamos en el teatro del Colegio…
“Un fantasma recorre el mundo, el reclamo feminista de las mujeres”, decía el inicio del libreto…
Ya en la Facultad, con nuestros entrañables María Luisa Castro y Sergio Colmenero, liberamos la palabra y en medio de lo mejor de la literatura mexicana y universal, fuimos escribiendo nuestras pretensiones de igualdad. Ahí lloramos con La Mujer Rota. Y con Lilia Monroy, recitamos a Ángela Figuera Aymerich y a Silvia Plath.
A finales de los años 80, ya concluyendo la carrera de Ciencias de la Comunicación, atendiendo a la tarea de cómo trabajaba un reportero, gracias a los buenos oficios de mi amigo Renato Ravelo, llegué con Patricia Vega, de quien admiraba la fortaleza del relato cotidiano y esas ganas de contar siempre distinto lo que al final era lo mismo: la vida creativa de los otros.
Esa vez, me quedé en la entrada de La Jornada para ver de lejos a Sara Lovera, cuyas risas llenaban el pasillo. “Yo también viviré en un periódico”, me dije entonces.
Pronto inició para mí el capítulo de Unomásuno, donde Luis Gutiérrez y Jorge Fernández Menéndez, siempre me dijeron sí, por supuesto, adelante, a todas las iniciativas de textos con enfoque de género.
Fue ahí, cuando en la crianza de mi primer hijo, le pedí al director que me permitiera trabajar desde casa los textos en los que expondría, le propuse, investigaciones especiales sobre asuntos educativos, de género y demografía.
A ambos hoy les digo, gracias. Gracias, Luis. Gracias, Jorge. Por cobijarme entonces y entenderme tanto.
Fue en aquellas páginas donde, en mi caso, comencé a conmemorar esta efeméride con entrevistas a las mujeres pioneras de las que tanto aprendí y sigo aprendiendo: Amalia García, Rosario Robles, Dulce María Sauri, Sylvia Hernández, María Elena Chapa, Cecilia Loría, Patricia Mercado…
Ya en Reforma, a partir de 1997, el feminismo se volvió una fuente de cobertura periodística. Lo hicimos, porque Lázaro Ríos, René Delgado y Roberto Zamarripa, entendían que esa era parte de la agenda de la justicia y la igualdad.
Y lo hicimos, ahora puedo contarlo, a pesar de las voces conservadoras que llegaron al periódico a reclamar por qué esa reportera daba espacio, voz e importancia a “las abortistas”.
Nunca nos frenamos en contar el caso Paulina y registrar el grito feminista por el derecho a decidir y las muertas de Juárez.
Fue en esos años de las Conferencias de Naciones Unidas en El Cairo y en Nueva York que conocí al funcionario más feminista que México ha tenido, Rodolfo Tuirán, con quien construimos una alianza por el entendimiento de la maternidad elegida.
En la vida cotidiana, con amado Martín Beltrán, mis bellos y adorados Gilda Melgar y Jesús Murillo; mis hermanas del alma Adriana Segovia y Nashieli Ramírez, y el admirado Jorge Linares, construimos cada fin de semana de convivencia un código de ruptura con miras a la equidad. Fueron los años de la infancia y adolescencia de nuestros hijos. Y fueron definitivos e inolvidables en la comprensión de que, como diría la gran Rosario Castellanos, existe otro modo de ser humano y libre, otro modo de ser.
En esos años de la primera alternancia conocí a Sara Lovera, mi guía de lujo en el primer recorrido por la sede de Naciones Unidas. Y entendí el valor de la perseverancia y la fuerza indomable del feminismo mexicano que había ya sembrado tanto en activistas como ella, Patricia Olamendi, quien me demostró que el tema clave era ir contra la impunidad; María Consuelo Mejía Piñeros, la incansable de Católicas por el Derecho a Decidir
Fueron los años en que Marcela Lagarde nos habló del feminicidio, del crimen de odio por razón de género. Y de la inevitable lucha que vendría para visibilizar al Estado misógino y machista que hoy, entre miles, estamos buscando desmontar.
Y hubo más: la despenalización del aborto en la CDMX, la lucha por el respeto a las cuotas de género, la ley por una vida libre de violencia, la paridad.
Pero hoy, a unas horas, de la marcha del domingo, quería dar las gracias a mis feministas de cabecera. Gracias con diamantina rosa.