En el trabajo con mujeres que viven violencia, ya sea en clínica o en talleres de prevención, hablamos siempre del componente de poder que acompaña al ejercicio de violencia. No es que siempre que haya poder hay violencia, pero siempre que hay violencia, hay una diferencia de poder: por fuerza -física o simbólica-, por estatus, por privilegio de género masculino-heterosexual, por jerarquía laboral, por estatus social, económico, cultural o académico, por edad, por antigüedad, por condición laboral, por popularidad, por influencias.
A veces no es tan claro en estas intervenciones a qué nos referimos con “poder o diferencia de poder”, y un ejemplo que suele ser muy claro es abrir una conversación sobre el tema de los “permisos”. Es evidente que en las estructuras jerárquicas como los trabajos y las escuelas, o cualquier estructura que requiere organización, un subordinado le pide permiso a un jefe o maestro o autoridad para realizar alguna acción fuera de lo ordinario. Es el principio de un cierto orden y control.
Esta lógica también se aplica hasta cierto punto en las familias. Madres y padres dan permiso a las hijas e hijos cuando son pequeñas/os y con ello van educando sobre lo que se puede hacer y no, con lo cual, si esos permisos consisten en límites claros, sensatos y justificados, van aprendiendo a normar su propio criterio para manejarse en el mundo con cuidado y madurez.
El problema aparece cuando las mujeres reconocen el tema de permisos en las parejas, principalmente del hombre a la mujer, en las estructuras más machistas, y permisos entre ambos en las estructuras más mutuamente controladoras; en algunas parejas del mismo sexo también puede haber una dinámica de permisos entre ambas o ambos, de manera explícita cuando hay una gran diferencia de poder, o de manera sutil cuando las diferencias de poder son menos evidentes o más flexibles.
En el caso de las parejas heterosexuales y machistas, las mujeres identifican muy bien quién da los permisos: el hombre. De repente algo que ha sido “normal” toda la vida o por generaciones, puede verse cuestionado, ¿acaso no es lo normal que los maridos den los permisos? Es más, no faltan las que dicen que tienen muy buenos maridos “porque siempre les dan permisos”. Nada menos el concepto demográfico de “jefatura de familia”, con clara connotación patriarcal, asume que hay alguien que “manda”. Aunque la definición demográfica tenga otro significado, así funciona para el imaginario de las familias a quienes les preguntan quién ejerce esa jefatura. En conclusión, las conversaciones que cuestionan la “normalidad” de que alguien deba pedir y alguien más otorgar o no un permiso, cuestionan la existencia y manutención de una diferencia de poder de sometimiento femenino al masculino, de forma predominante. Por tanto, el cuestionamiento de esa desigualdad es la base para la construcción de parejas (y familias) igualitarias y sin violencia.
El próximo 9 de marzo habrá un paro nacional de mujeres #UnDíaSinNosotras. Será un movimiento para hacer visible con la ausencia algo que nos hace coincidir a pesar de todas las diferencias de clase, privilegios, educación: el que de distintas maneras y grados hemos vivido algún tipo de violencia, discriminación por género, invisibilización, desigualdad y violencia. Será una elección consciente para muchas, y para otras será quizá la primera vez que participarán, puede que hasta sin elegirlo, en un “movimiento” que las incluye, más allá de su conciencia de género. Por lo que en alguna medida simbólica servirá para una reflexión, en algún grado, sobre esta condición.
El hecho de que muchas instituciones y empresas se hayan sumado al paro ha causado polémica. Para algunas feministas se vuelve sospechoso que se sumen grupos que “no son verdaderamente feministas”. A mí particularmente me sigue pareciendo lo más relevante el origen y la intención, y espero un efecto particular en aquellas mujeres a las que les “llegó” esta acción sin buscarla, pero que les permita una mínima reflexión sobre su significado. Si esta mínima reflexión se multiplica, no en las activistas de siempre, sino en esas trabajadoras a las que se les “permitió” parar, algo se habrá logrado. Todo suma.
Al mismo tiempo, la suma de empresas e instituciones ha llevado a declaraciones de toda índole para expresar esta participación. Muchas vocerías han hecho saber que “las mujeres tendrán permiso de faltar”. Se entiende que éste no es un paro de parte de voluntades que desafían a su empresa o institución faltando al trabajo, bajo el riesgo de descuentos o represalias. Esto no me parece que le quite efectividad, pero lo que es desconcertante es que el discurso termine siendo inevitablemente autoritario y patriarcal: la institución “da permiso a las mujeres”. Pues sí, “son sus jefes”, sin embargo, una sutileza en el lenguaje haría una diferencia en el contenido; instituciones que podrían decir (y algunas lo han hecho) “que las mujeres que decidan sumarse al paro no recibirán sanciones ni descuentos”. Sin duda, sin esa prerrogativa de las instancias que se suman el paro éste no tendría tanto impacto porque muy pocas mujeres se atreverían al desafío de perder un ingreso o un trabajo, pero el extremo de “dar permiso” se vuelve una concesión del patrón y no una apertura y reconocimiento a la legítima manifestación y urgencia del objetivo. En fin, algo vamos avanzando y lo celebro.