Incontrolable, sin liderazgos que linchar, contagioso, claro en sus demandas, audaz, ajeno a las cúpulas partidistas, ciudadano, politizado, vivo y viral, el movimiento feminista le ha impuesto su agenda del basta ya al gobierno.
No se trata sólo de haber roto la hegemonía que en la conversación pública ejerce el presidente López Obrador.
Porque este movimiento, que se ha impuesto en las calles y en las paredes, ha conseguido colocar en el debate de la clase política, del capital privado, de las policías, los ministerios públicos, los jueces, los rectores, los ministros y hasta de los vecinos del norte, el tema de la violencia que la retórica gubernamental había pospuesto.
Esa es la fuerza del movimiento inorgánico que ahora monopoliza las redes sociales: visibilizó la ceguera de las instituciones del Estado frente a la injusticia, la impunidad y la violación de la ley.
Y al copar las preocupaciones institucionales, este movimiento, que surgió en medio de cristalazos y diamantina rosa, en el verano del 2019, ha puesto en entredicho la ilusión de que el control político es equivalente a la debilidad de los opositores, sin una alternativa para remontar el impecable diagnóstico de la llamada Cuarta Transformación de que aquéllos se acostumbraron a administrar la desigualdad y el saqueo corrupto y corruptor del erario.
Y es que en la víspera de la evaluación electoral, pocos son los legisladores que quieren quedarse fuera de la condena a la violencia feminicida y a las limitaciones estructurales de un Estado incapaz, desde dos decenios, de hacerse cargo de la seguridad de la gente.
Por eso, las diputadas y las senadoras de todas las representaciones partidistas se suman a la movilización feminista global que las mexicanas hicieron suya desde 2016, para conmemorar el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, con un paro que esta vez habrá de celebrarse el lunes 9, bajo el lema “Un día sin nosotras”.
Así que esta revolución que sensibiliza a las masas, socializando la aceptación del machismo y la misoginia como males culturales e históricos, también sacudió las prioridades de una Cámara de Diputados, donde el mayoriteo le abrió paso al consenso para precipitar, este martes, la aprobación de penas más severas contra el acoso y el hostigamiento sexual y el feminicidio y orilló ayer al fiscal Alejandro Gertz Manero a comprometerse con un tipo penal para este delito, asumiendo el saber de las feministas que, pacientes, disciplinadas, pero tolerantes con el estado de las cosas, se vieron rebasadas por la furia de jóvenes que nos exigen actuar a coro y con urgencia sus consignas:
Nos queremos vivas, Ni una más, Ni una menos, El Nueve nadie se mueve… Son voces de una causa que escapa a la taxonomía de los buenos y los conservadores, de la derecha y los liberales, de los pobres y la rapacidad de los de cuello blanco, del México feliz feliz feliz y el que defiende privilegios del viejo régimen.
Eso también ha logrado el movimiento de las ilustraciones de pañuelos verdes y morados y puños en alto de mujeres que se hermanan: le ha recordado al gobierno que las organizaciones de la sociedad civil son mucho más que los membretes que, según la denuncia presidencial, sólo eran intermediarios del dinero público e independientes de los intereses del pueblo.
Ese recordatorio ha devuelto a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, a la agenda de la realidad y las fallas de la política pública de un gabinete que se estaba acostumbrando a la propaganda.
Y aunque todavía está por verse si el mea culpa que ayer hizo la ministra, por la tardanza en la definición de respuestas, será compartido por sus compañeros, esa tentación de un sector del gobierno y de Morena de convertir el paro de las mujeres en un referéndum de apoyo al presidente López Obrador evidencia lo que ya sospechábamos: tienen el poder del cambio pero no saben qué hacer con éste porque siguen en la campaña ideológica de la polarización.
Y mientras ellos se olvidan que son gobierno y ven complot en cualquier reclamo ciudadano, el movimiento de las mujeres despiertas se cuela en el dilema de los empleados de las oficinas y en el despertar de una conciencia de equidad de género hasta ahora nunca verbalizada en las empresas.
Pero el recordatorio seguirá ahí, a la espera de la mejor Claudia Sheinbaum, la que hemos visto en estos días, dispuesta a probarnos que sí importa la inseguridad de la Ciudad de México; calando a quienes no pueden sacudirse los códigos de la supremacía masculina y mostrando el inevitable relevo generacional.
Ahí esta la convocatoria de la realidad, esa que confirma que la ruta del gobernante también puede y debe ser trazada por los gobernados.
ESTE TEXTO FUE PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EXCÉLSIOR.