Desde pequeña se te enseña que los hombres y las mujeres son distintos. Aún cuando en tu casa no se haga esa diferencia, los medios de comunicación te lo hacen notar cada momento. Basta con ver los comerciales de las telenovelas y las series (como ejemplo, las de narcos) donde la violencia es una constante autorizada en la vida común. Los juguetes de niña son muñecas que se cambian de ropa, que cocinan, que tienen bebés y que sueñan con enamorarse de un hombre guapo y los del niño, son superhéroes, militares, armas y coches de acción para chocarse. En casa traté de enseñarles a mis hijos que podían compartir y me sentí orgullosa cuando ellos, juntos, le cocinaban a Batman y Barbie o hacían batallas de piratas donde participaban muñecas.
En la primaria nos separaban a los hombres y mujeres. Había momentos en que las actividades eran distintas, y no se diga en deportes donde al jugar juntos fútbol, ser mujer era sentirte la peor persona del planeta. Por eso, junto con unas amigas, decidimos formar nuestros propios equipos de mujeres para jugar en los recreos aunque no se nos permitía hacerlo en el campo destinado a ello y tuvimos que buscar y pedir aunque fuera otro espacio.
La lucha era académica. Si sacabas 10, eras bonita y popular. Debías mantener tu reconocimiento en calificaciones para ser vista y si acaso, admirada por los niños.
El paso por la secundaria era más complicado. El promedio dejaba de importar y de un día para otro, eras fea si no usabas ropa de marca, te maquillabas y asegurabas que tu copete de cotorro en la frente estuviera bien acomodado con gel. Ellas empezaban a salir a fiestas donde tomaban y se besaban. En mi caso, me refugié en los libros que me ofrecían mundos nuevos. Era difícil entender cómo de la noche a la mañana, el ser popular dependía de mostrar tus encantos. Mi secundaria fue una etapa medieval donde las letras me hicieron compañía llenándome de luz para lo que venía.
La preparatoria fue otra cosa. Por primera vez, se te reconocía como mujer por la parte académica de la primaria y la personal de la secundaria. Aún así, el acoso y bullying siempre estuvo presente. Era fácil ver quienes eran los que en su afán de demostrar “ser hombres”, podían lastimar a una mujer con sólo unas palabras. La violencia era verbal, y esa, duele y lastima.
Les cuento mi paso por la primaria, secundaria y preparatoria pues fue la base para que al llegar a la universidad creyera firmemente en los derechos de las mujeres, y en el feminismo que debía luchar para ello. Al paso del tiempo reconocí que la búsqueda por la igualdad, no podía ser pues los hombres y mujeres no somos iguales. Había que luchar por la equidad, por tener los mismos derechos, misma paga, mismas obligaciones y responsabilidades…
Cuando nacieron mis hijos, entendí que esa equidad debe ser en todas sus formas. Ser madre te abre aún más los ojos y te obliga a ser congruente con lo que has aprendido durante tu vida. Educar a tus hijos para que ambos, hombre y mujer, se respeten; bajo la premisa que si ellos cocinan juntos, podrán hacerlo en su futuro con quien sea, respetando ideologías, género, nacionalidades. Fue cuando decidí ser humanista, creer que la lucha se debe dar en todos los ámbitos y no sólo en el de las mujeres; acepté también que hay mujeres que son más machistas que los hombres; y que la equidad no se asigna a través de un porcentaje de lugares en los trabajos cumpliendo una cuota obligatoria (en algún momento me ofrecieron uno sólo por ser mujer y cumplir con lo estipulado en la empresa). Lo bueno que sería que los puestos se ganaran por habilidades y competencias y no sólo por ser mujer. Seguramente, la población femenina tendría más lugares importantes en el mundo laboral.
Todo esto me lleva a decirles que soy humanista y feminista , y que hoy reconozco que se debe luchar más por las mujeres. Hay muchas maneras de hacerlo. Creo firmemente que se debe empezar por educar en casa.
Lamentablemente, los homicidios y feminicidios son pan nuestro de cada día con un sistema judicial corrupto y políticos que prefieren evitan reconocerlo y creen vivir en otro planeta. No se arreglará un país como el nuestro con sólo escribir un decálogo de acciones. El problema es un rompecabezas complejo y completo con muchas piezas que deben arreglarse para que pueda funcionar.
Valdría la pena reflexionar cómo es que el machismo está inmerso y presente en nuestras vidas y no replicarlo. Empecemos cada uno de nosotros por escuchar y entender al otro, aprender de quien no conoces pues seguramente al hacerlo, dejarás de juzgarlo. Hagamos que en nuestras casas exista el respeto y estemos cerca de nuestros hijos para guiarlos durante su vida escolar.
Ojalá que en mi país se pudiera evitar dar recomendaciones para evitar ser asaltado o asesinado. No se vale vivir con miedo. Ojalá se pudiera caminar tranquilamente por sus calles.