jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS EL RELATO

«EL RELATO» Manicure

 

Llegó con hora y media de retraso, ya ni la esperaban. Vanesa, Chelo y Naty bebían café en el pequeño cuarto que servía de bodega, entre cajas de tintes, barnices, secadoras, cepillos.

—A mí se me hace que Susy se echó para atrás, eso del matrimonio como que no le va—opinó Vanesa.

—No creo, ella es muy comprometida y lo que dice lo cumple; además ya le anda por tener familia, ya ves que está aquí sola, la pobre; sus papás ni caso le hacen con eso de que andan de viaje por aquí y por allá—recordó Naty.

En ese momento Susana entró al salón, pálida, con el cabello escurrido, la mirada esquiva. Vestía una playera que le quedaba grande, negra, de mangas largas, a pesar del calor de mayo.

—Ay, ya estábamos preocupadas—salió Chelo a su encuentro —¿qué te pasó? — preguntó al verla tan distinta a esa otra Susana alegre, ruidosa, decidida, quien había sido su clienta por más de diez años.

No contestó. Miró al trío de estilistas que en muchas ocasiones fueron confidentes, sintió un calosfrío, les agradeció con la mirada y de pronto empezó a llorar sin control.

Naty, Vanesa y Chelo se miraron entre ellas y la abrazaron. Naty fue por los kleenex, Vane le echó aire con una revista de peinados y Chelo le levantó la cara para mirarla de frente.

—Ándale, ya siéntate aquí, que no me va a dar tiempo de arreglarte.

Susana sonrió con timidez y se dejó llevar.

—A ver muñeca, mujer, relájate, total, si no te gusta, al rato te divorcias y listo— intentó animarla Chelo—Naty te pintará las uñas en lo que atiendo otra cliente que está por llegar. Ya quita esa cara, ni que te casaras con un desconocido.

A Susana le dio un vuelco el estómago. Colocó las manos sobre la toalla. Le temblaron sin control. Naty lo notó, pero hizo como que no y se sentó alegremente frente a ella. 

—Ah, qué Susy, se me hace que la despedida de soltera estuvo buena porque eso de llegar a las nueve cuando te casas a las doce… ah, caray, ¿qué le pasó a tus uñas?—Naty dejó de pasarle la acetona. Se sorprendió al ver tres de las uñas de la mano derecha rotas y con algo de mugre enterrada. Miró a su clienta ahora sí con inquietud—Bueno, no importa—prefirió no saber al notar la turbación en el rostro de la futura esposa—Te voy a poner los dedos a remojar. 

Susana miró sus uñas. No lo podía creer. 

Naty aprovechó para agitar el esmalte, sacar la lima, el cortaúñas, la esponja pulidora para quitar rugosidades, el moldeador de cutículas y el sellador. De vez en cuando miraba a Susana, estaba muy decaída.

—Mira, ¡ya están limpiecitas! La pelea de anoche con el perro quedó en el olvido—y se carcajeó con su propia broma, le arrancó una sonrisa a la novia y se concentró en las uñas.

Susana se quedó hipnotizada mirando como le tomaba cada dedo con suavidad. Cómo él lo hacía.

—Ándale, cuéntame—animó Naty, en otro intento por sacarla de su tensión. 

La novia no respondió, pero lo volvió a ver, ahí, en la puerta de su departamento. Se sorprendió porque habían quedado en disfrutar sus despedidas de solteros. Ella regresó temprano. Quería dormir bien antes de la boda, así que apuró los tequilas con las amigas, las carcajadas. 

—¿Bebiste mucho?—curioseó Naty.

Susana tembló porque su voz se encimó con la de él. Y respondió lo mismo.

—No, pero ya ves que el tequila a veces es traicionero—y lo invitó a pasar.

—¿Cómo tú?—preguntó él y empezó a lamerle los dedos.

Ella retiró la mano de inmediato.

—Nena, si no me dejas hacer mi trabajo, no vamos a acabar nunca—dijo Naty medio risueña y enfadada, la paciencia se le estaba agotando—ya relájate porque si no, te voy a pintar hasta los dedos.

—No te hagas—dijo él sin dejar de lamer ya no nada más los dedos, la mano entera, con toda la lengua, haciendo sonidos asquerosos.

Naty escuchó una especie de eructos. Levantó la vista y de inmediato tomó la palangana y la puso enfrente. La novia vomitó. Vanesa se acercó a toda prisa, la llevó al baño y ahí la dejó para que se enjuagara la cara.

Susana aprovechó para llorar. Se quitó la bata y la playera que quedaron salpicadas de vómito y se miró al espejo, así, semidesnuda.

—Mejor vete para que me dejes dormir. Ya mañana vamos a estar juntos—intentó disuadirlo y olvidar esa, ¿cómo llamarla?, ¿agresión?

—Juntos ya hemos estado, no tengo que esperar a mañana—respondió él con sarcasmo, desabotonando la blusa.

—A ver, Juan Carlos—y lo llamó con el nombre completo para que viera que iba en serio—vengo de la despedida y estoy…

—¿De quién te despediste?—preguntó burlón y como ella endureció los brazos alrededor del pecho, le metió la mano debajo de la falda.

—No entiendo lo que dices—respondió ya enojada y empujó la mano de su prometido fuera de su ropa—Estoy cansada, de verdad.

—Y borracha, nena, borracha. Eso no lo hacen las mujeres casadas y decentes—dijo él moviendo el dedo índice de un lado a otro frente a la cara de su prometida.

Ella dio un paso hacia atrás, pero él la jaló hacia sí y le empezó a morder el cuello. La boca subió a la altura de la oreja y susurró, “puta, ¿siempre te acuestas con todos? Muy mal, muñequita, eso se llama in-fi-de-li-dad, eso no va a suceder cuando nos casemos”.

Lo alejó de un empujón.

—¿Qué te pasa?—preguntó temblando. Juan Carlos era celoso, lo puso de manifiesto varias veces, tantas como ella tuvo que demostrar “inocencia”, pero lo hablaron, él prometió calma, ella juró lealtad—Se supone que nos tenemos confianza…—no pudo seguir por el bofetón que la tiró al suelo.

Se tiró sobre ella, la mordió, la obligó, a fuerza de golpes, a abrir las piernas mientras ella pateó, golpeó con las rodillas, lanzó dentelladas, puñetazos, hasta que sus uñas se hundieron en las mejillas del animal y se quedaron con restos de su piel.

Aulló. Aprovechó para empujarlo y liberarse. Casi logra salir del departamento cuando él la regresó de las greñas y la volvió a tumbar en el suelo.

—Te voy a dar tu despedida de golfa—y sintió el puñetazo en el pecho.

Se desconectó del mundo. Despertó. Estaba tumbada todavía en la alfombra; él a un lado, roncando, profundamente dormido, con su navaja suiza enrojecida tirada junto al celular. Ella se sentó de un tirón. El corazón se le salió del pecho. Se revisó el cuerpo: el trazo de la navaja sobre su vientre, sus senos, en las piernas. ¡Maldito!

De pronto se vio con la misma navaja en la mano, enterrándola en el estómago del perro, como Naty adivinó, con saña, una y otra vez por todo el cuerpo. No se detuvo cuando el animal abrió los ojos, despavorido, semi consciente, intentando arrebatar el arma. No lo logró. 

Susana se puso en pie como pudo, aferrándose al sillón. Tambaleando, fue al baño, se enjuagó la cara con agua fría y no lloró. Se metió a la regadera, se talló, indiferente, muslos, nalgas, brazos, uñas.

Salió escurriendo, se puso una playera que él había dejado semanas atrás y fue a la cocina. Pasó encima del desastre y pensó lo que haría.

—Muñequita, ¿quieres un café?—era Chelo al otro lado de la puerta—¿estás bien?

—Sí, sí, ya salgo—respondió. Se enjuagó de nuevo la cara ya húmeda de lágrimas. Cuando salió, Vanesa ya le tenía la taza humeante lista. La sentaron, la abanicaron, le dieron consejos para la luna de miel. 

—Ándale, vamos a apurarnos. Entonces, uñas a la francesa, así, natural, transparente, como deben ser los matrimonios—dijo Naty, emocionada. 

—Sí, sí—opinó Chelo— pero rápido porque esta niña tiene que presentarse en esa iglesia. Tú, Vane, no te distraigas, ayúdame, ya luego limpiamos. 

Así es, se dijo Susana, tengo que estar en la iglesia. Ya después limpiamos.

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