El feminicidio de Ingrid Escamilla y el tratamiento que se le dio a su caso, es la reacción más evidente de este sistema social misógino. El patriarcado se rearma y responde con manifestaciones de crueldad cada vez más atroces, con la omisión, la impunidad y con otros mecanismos de normalización.
En los últimos meses hemos atestiguando lo que Rosa Cobo denomina “la reacción patriarcal”, que actúa para revertir los avances en materia de los derechos de las mujeres, la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, y el cese a la violencia estructural. La respuesta es evidentemente más violenta. Desborda el análisis que sugiere que se trata de una dinámica de objetivación del cuerpo y la vida de las mujeres; ahora parece imparable la demostración de crueldad mediante actos deshumanizantes que van desde el hecho de burlarse, minimizar los asesinatos, justificarlos, hacerlos un espectáculo mediático, hasta cometer el propio feminicidio sin dejo de remordimiento.
Peligroso es que a la velocidad de la luz, estos actos se reproducen, refuerzan, justifican, se consumen por mentes cuyos únicos agentes de socialización son precisamente estos medios de información y las denominadas redes sociales.
La sociedad se mueve desmesuradamente hacia otras formas de consumo de la violencia contra las mujeres. Este espectáculo desborda incluso a la tradicional pedagogía del amor romántico, que sugiere también atrozmente, que “el amor mata”.
Ahora estamos ante el riesgo de la constitución de nuevos modelos relacionales que mantienen las prácticas tradicionales de la violencia machista, pero que además, ahora se potencializan y aceleran reforzándose desde la normalización mediática del salvajismo.
Tal como Rita Segato lo puntualiza: “La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de la crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcisista y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros”.
Hoy ya no sólo se consume la vida y el cuerpo de las mujeres, hoy también se consume su muerte.
Estamos presenciando precisamente, lo que Segato denomina la “pedagogía de la crueldad”, que al mismo tiempo se complejiza por el contexto político y sociocultural de este país, donde la necropolítica ya a casi nadie le escandaliza.
¿Cómo desactivamos estos nuevos flujos patriarcales de misoginia?
Partamos por reconocer y señalar que en ningún caso, bajo ninguna circunstancia o motivo, somos las responsables de cualquier forma de violencia que se ejerza hacia nosotras. Disolvamos esas creencias que operan en nuestro perjuicio.
Además, necesitamos fortalecer los pactos políticos entre mujeres, creando y reforzando los vínculos entre nosotras, organizándonos en un acompañamiento horizontal. Es fundamental integrarnos desde nuestras diferencias hacia una puesta común: encontrarnos para neutralizar esas alianzas patriarcales.
Continuemos organizándonos, exigiendo, señalando. Tomemos el espacio público y el privado; no dejemos de crear y exigir espacios libres de violencia.
Insistamos en la construcción de la autonomía de las mujeres, y que ésta sea la base para la constitución de otros modelos de relación entre los géneros. Reiteremos la importancia de la desnaturalización del amor romántico. Volvamos el reflector al aspecto estructural de esta problemática: no más manifestaciones de dominio y control hacia nosotras.