Todos los días no sirve algo, la puerta, mi auto, la lavadora, mi digestión, la empatía de la gente.
En un recuento antes de las 7:00, ya habían fallado dos semáforos, el meteorológico, el oído de los automovilistas, la motricidad gruesa de los choferes de autobús y el torniquete del metro.
En la línea “verde vómito” pasa mucha gente la noche, tapados con cobijas replegados en las esquinas, lo que me dice que son muchas más cosas las descompuestas esta mañana.
Lo presentí desde anoche, muy a mi pesar me levanté al baño en la madrugada y cuando regresé estaba allí, cómodamente instalado en mi cama, le di la espalda y cerré los ojos para ver si se desanimaba y se iba, pero no sucedió, El Frodo llegó para quedarse por tiempo indefinido.
Nunca se sabe cuándo va a aparecer y su presencia vuelve mucho más intolerante mi coexistencia con el mundo, me abraza y ya no me deja caminar sin su insoportable peso en la espalda.
Lo malo de la ansiedad es que no entiende razones, no respeta mi agenda y le vale gorro que yo tuviera una lista de buenos propósitos para esta semana. Pone sus enormes garras en mi garganta y me deja muy poco espacio para respirar, cuando uno no puede respirar todo se complica, dificulta la atención y la intención, hace que los pies se vuelvan de plomo y una sombra gris se instale en los ojos, llena de un ruido insoportable la cabeza y ese ruido como de televisión descompuesta no te deja escuchar lo que antes te gustaba y hacía feliz.
Lo bueno que tiene es que activa tu sistema de autodefensa, colorea los virus y las bacterias para que las puedas ver, te hace alejarte de la gente que tose y de los pasamanos, paraliza tus dedos y no te permite encender el radio para escuchar las noticias, y aunque pases por algún lugar en donde las estén dando el ruido de tu cabeza impide la recepción clara.
Mi último pararrayos me dijo que no me quería volver a ver en lo que le quedara de vida y el de siempre se fue a vivir muy lejos, tres estados más lejos y tampoco ha estado funcionando muy bien en estos días.
La receta ya la conozco, cero cafeína ni azúcar, ejercicio, medicamentos y sobre todo fe en que pronto pasará.
Agua, mucha agua para aflojar un poco el nudo en la garganta, tal vez funcione y fluya a través de los ojos, esa es sin duda la mejor de todas las expectativas.
Nada de televisión ni conversaciones, todo lo que diga y haga en estos días suele volverse en mi contra como un arma letal, ojalá pudiera regresar el reloj y volver a dormir, no pararme al baño y no asomarme en ningún bote de basura en donde pudiera estar escondido Frodo.
El mundo ya lo sabe, estudios nos dicen que la ansiedad es una condición un trastorno que ataca a un 25 por ciento de la población mundial, mal de muchos consuelo de algunos, los síntomas sin diversos, paraliza el sentido común, la empatía y la capacidad de relajación, nos vuelve enemigos de nosotros mismos y del mundo; intolerantes, iracundos y feroces como animales en cautiverio, solo que la jaula es el propio cuerpo y el celador ese monstruo gigante e invisible pero pesado como carreta de piedras amarrado a tus piernas.
Un buen remedio es que todos los que la padecemos pudiéramos incapacitarnos hasta sentirnos mejor, que todo el mundo la pudiera reconocer y estar consciente que aunque uno quiera funcionar bien no está en tus posibilidades ser un buen ser humano, ser amistosos y amables con el propio monstruo de siete cabezas, no alimentarlo demasiado y dormir junto a él con aceptación y cariño.
Abrazarnos en nuestra personal desesperación y entender la desolación de el de a lado, tal vez Frodo va sentado junto a él en su coche, o lo está esperando en la oficina o en su salón de clases, a la hora de abrir su casillero, como una mancha negra de chapapote te posee y se va cuando se le da la gana, un minuto después de que ya gritaste al mundo todo aquello que debiste haber callado por siempre.
La ansiedad te hace parecerte a una tormenta de arena, lo único que anhelas cuando haya terminado es no haber roto demasiados vidrios en el recorrido.