Juan Francisco fue asesinado por el crimen organizado en Cuernavaca el 28 de marzo de 2011. Con impotencia, coraje y mucho valor, su papá llamó a los mexicanos a manifestarse contra la violencia y exigir al gobierno federal cambiar su estrategia de seguridad.
Así nació el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y su primera marcha fue de tres días. El 5 de abril salió de Morelos y llegó al Zócalo de la Ciudad de México el 8 de abril, donde el poeta Javier Sicilia, papá de Juan Francisco exigió la renuncia de Genaro García Luna, entonces secretario de Seguridad Pública.
Una de esas mañanas de abril, invitado por Brozo, Sicilia acudió al Mañanero, para platicar sobre el movimiento que enarboló con una de sus más recordadas consignas: ¡Ya estamos hasta la madre!
Dos meses después, desde Morelos arrancó la Caravana por la Paz, hacia el norte del país, donde la violencia era incontrolable.
Lo acompañaron grupos de activistas y familiares de desaparecidos y asesinados por el crimen organizado y/o por la fallida guerra contra el narcotráfico, de Felipe Calderón, que Sicilia calificó como “una estupidez política para legitimar su poder”.
Su marcha dio voz a las víctimas que buscaban a sus seres queridos desaparecidos, pero que nadie, nadie, los escuchaba y mucho menos los apoyaban en su dolor. El movimiento los hizo visibles.
Entonces conocimos decenas de casos, todos los días, en la puntual trasmisión que día a día hacía el reportero Francisco Santana en el programa de Brozo.
Por donde paraba la Caravana había lágrimas y luto, por los desaparecidos y muertos. Hombres, mujeres, jóvenes y niños, incluso familias completas. Todas, historias desgarradoras, terribles, aterradoras. Muy tristes. Y se lo decían una y otra vez a Sicilia: “nadie nos había escuchado”.
Desde entonces, el poeta jamás se ha quedado callado. Lejos está de parecer una momia. Al contrario, ha sido una voz crítica que habla, señala y cuestiona la criminalidad, la injusticia y la impunidad en México.
En septiembre, también de 2011, vino otra Caravana, ahora por el sur de México. En ésta, se exigió a Felipe Calderón cambiar su política de seguridad y terminar con violaciones a los derechos humanos en esa zona del país. El hallazgo no fue diferente, encontraron muchas víctimas desatendidas e ignoradas. Un año después llevó su Caravana por los Estados Unidos.
A penas hace unos días, Javier Sicilia concluyó otra de sus Caravanas por la Paz, esta vez acompañado por los hermanos Adrián y Julián LeBarón, a quienes recientemente les asesinaron a varios de sus familiares.
De Morelos a la Ciudad de México llegaron sin ninguna esperanza. El presidente ya les había advertido que no quería ningún “show” y para evitar una falta de respeto a la investidura presidencial, no los iba a recibir.
Después del desdén presidencial ocurrió algo impensable, de manera intencional un grupo de choque los recibió en el Zócalo con consignas y señalamientos a quienes encabezaban la marcha.
Las víctimas con su tragedia a cuestas soportaron los empellones y los insultos que les gritaron a la cara: “traidores”, “asesinos”, “fifís”.
La polarización es cada vez peor en el país y peligrosamente este tipo de manifestaciones pueden subir de tono. México no merece un reguero de pólvora.
Lo que requiere es una reconciliación nacional y dejar de abonarle al encono social. ¿Será complicado?