(Lo siento, incluye SPOILER)
Fervorosa como soy de las tradiciones y las supersticiones populares, observo cuidadosamente las costumbres de la época, como las Cabañuelas, así es que elijo muy bien mis actividades de los primeros doce días del año y cuido mis emociones, segura de que esto me garantizará doce meses de bienestar y salud mental.
Para el día cinco elegí mi actividad favorita, ir al cine y fue, sin duda, un acierto.
Cuando desde el primer segundo y la primera toma sabes que estás frente a una obra de arte, todos tus sentidos se predisponen al gozo y a la recepción de estímulos y sensaciones.
El Faro, es para mi sin duda una de las mejores realizaciones del cine contemporáneo, regalando al espectador una verdadera cátedra sobre fotografía, sonorización, guion, actuación y una dirección única e invaluable.
Robert Eggers, regresa cuatro años después de “La Bruja” para superarse a sí mismo, con una historia alucinante, tan sencilla como delirante, dos hombres de diferentes edades y procedencias se ven obligados a dar mantenimiento a un faro en Nueva Inglaterra, a finales de 1800.
Ese es el planteamiento del guion, pero en realidad tanto el lugar como los personajes parecieran tan remotos e improbables como el lugar más oculto del pensamiento humano, enfrentándose a sus demonios y fantasmas internos se confrontan desde lo más profundo de la psique humana y sobre todo masculina, en un tono casi Shakesperiano, Willem Dafoe y Robert Pattinson dan un duelo de actuación, con un diálogo perfecto, cuidadoso en cuanto al uso de la fonética y la pronunciación, con un fondo deliciosamente contextualizado y enriquecido con la mitología y la más pura sintaxis.
Silencios, repeticiones y aliteraciones, escenas lentas, tomas sin más edición que la permitida con la cámara al hombro y el corte de secuencia, los personajes dejan el alma en cada escena, con un trabajo físico y emocional extenuante, propio de los más grandes actores teatrales llevando magistralmente al cine.
Un director que hace homenaje a los creadores del cine, que suscribe e imita a sus grandes maestros, las primeras tomas de George Méliès, sus picadas, contrapicadas y planos cenitales; los planos de Sergei Eisenstein, eligiendo acercar la cámara a distancias que provocan en el espectador, una sensación casi paranoica; los movimientos lentos y las tomas fijas de Ingmar Bergman; y la fantasía casi esquizofrénica de Luis Buñuel.
Una película filmada en 4:3, sin más recurso que la luz natural, la riqueza de las formas y las texturas; el sonido de la naturaleza que puede llegar a ser espeluznante, recreando el estado hostil del elemento meteorológico en la emoción de los personajes y por consiguiente del espectador, a quien logra por completo hacer parte de la obra.
Es capaz de llevarnos a un estado onírico y hacernos dudar sobre la realidad inicial de la historia.
Jugando con la dualidad de la personalidad, la confrontación de carácter y expectativas de los personajes, y hacer de esto un juego reversible, la posibilidad de entender y justificar la violencia que el estado desquiciado de la mente orillado por la soledad y la devastación de la podredumbre humana ocasionan, abusando de las metáforas al grado de hacer casi insoportable la experiencia.
Una película no apta para aficionados, pésima idea para quien pretende pasar una tarde relajada, una historia que trasciende la pantalla y que se va con uno a su casa, a su sueño, que inquieta, molesta; que deja más preguntas que respuestas y una sensación profunda de angustia y desasosiego.