No pienso en mí como no entendida. Me considero inexistente.
Mi caso no es único: tengo miedo de morir y estoy angustiada por estar en este mundo. No he trabajado, no he estudiado. Lloré, lloré en protesta. Estas lágrimas han ocupado gran parte de mi tiempo.
V.L.
Primera de dos partes.
Pensar en las grandes escritoras francesas del siglo XX, nos conduce casi obligadamente a recordar la obra de Marguerite Yourcenar y también la de la otra Marguerite, la Duras; otros lectores, gracias a sus contribuciones al pensamiento feminista moderno, evocan con justicia a Simone de Beauvoir, pero lo cierto es que estas tres grandes autoras probablemente sean las más populares o entrañables de las lecturas de juventud o relecturas de propios y extraños en el mundo occidental.
Sin embargo, en el amplío panteón de la literatura francesa moderna, el nombre de Violette Leduc, puede decir mucho o poco para el público hispanohablante, ya que su obra ha sido relegada, entre otras razones, por la sobrevaloración de nuevos autores gracias a una ominosa oferta del mercado editorial mundial, que más que ofrecer calidad o recuperar escritores olvidados y vanguardistas, se ha transformado en un supermercado de banalidades y famas locales e internacionales efímeras.
El hecho es que, Violette Leduc (Arras, 1907), es conocida, entre otras circunstancias, por haber sido la protegida, en muchos aspectos, de Simone de Beauvoir, quien la definía como “una mujer alta, elegante y rubia, con una cara brutalmente fea y radiantemente viva” y además por ser poseedora de una escritura fina y brutal, explícitamente sexual, que, de acuerdo a algunos críticos, coqueteaba con la pornografía, una pluma poco común en la sociedad literaria francesa de la primera parte del siglo pasado, cuya doble moral y conservadurismo machista prevalecía, pese a sus preceptos pseudo libertarios.
Y aunque finalmente, Violette alcanzó la fama literaria, por mérito propio, con su controvertida autobiografía, “La Batarde” (La Bastarda, 1964), su camino hacia el reconocimiento intelectual estuvo repleto de escollos, todos ellos derivados de una infancia asolada por un sentimiento de abandono, pobreza, baja autoestima, y por haber sido “escandalosamente” amante de mujeres y hombres homosexuales, lo que la definía, de acuerdo al biógrafo italiano de Leduc, Carlo Jansiti, como “la suma de todas las marginalidades trastornadoras”.
Durante toda su vida, el origen de Violette estuvo marcado por su condición hija ilegítima de la pareja conformada por la sirvienta Berthe Leduc, y su patrón André Debaralle, por lo que vivió sus primeros años de vida en compañía de su abuela materna Fideline, y su tía Laure, no obstante, la angustia de la niña por su condición de bastardía se vio atenuada por el amor incondicional de su abuela hasta que esta murió, deceso acaecido cuando Leduc tenía al menos diez años, un triste acontecimiento que marcó trágicamente el final de su infancia; aunque paradójicamente siempre sufrió de una sobreprotección materna agobiante.
Más tarde, cuando su madre finalmente se casó, Violette fue inscrita en un internado, hecho que la hizo sentirse aún más desamparada y traicionada por su efímero entorno familiar, esto le provocó además la percepción de ser una extraña en el nuevo hogar que su madre estaba construyendo, por lo anterior, el amor que Leduc creía que no podía encontrar en casa, lo buscaba en otras jóvenes y mujeres.
Hacia 1925, Violette experimentó su primera relación lésbica con Isabelle P. una compañera de clases del Collège de Douai, y con Denise Hertgès, una prefecta de la misma escuela, quien fue echada de la institución por sus faltas a la moral, más tarde Hertgès encarnó a los personajes creados por Leduc: Cécile en la novela Ravages (Devastaciones, 1954), y Herminia en La Bâtarde (La Bastarda, 1964).
Asimismo, el primer encuentro lésbico de Leduc, fue interpretado erótica y literariamente en el libro Thérèse e Isabelle (Teresa e Isabel, 1966) donde se representó de manera ficticia, así como en La Bâtarde (La Bastarda, 1964), en el que fue compuesto de manera más realista y fidedigna, aunque lo paradójico en relación a la homosexualidad de Violette, es que su propia madre, Berthe, alentaba el lesbianismo de su hija, ya que, según ella, era “menos infamante ser lesbiana que madre soltera”. (https://bit.ly/2FhXMY2).
También durante su periodo escolar, Leduc se encontró con las obras literarias que serían las influencias fundamentales para su escritura y pensamiento, por lo que se sumergió en los libros de Jean Cocteau, Georges Duhamel, André Gide, Marcel Proust, Arthur Rimbaud, además de los clásicos rusos como Dostoievski, Tolstoi y Chejov, en esos días de soledad melancólica, la joven sembró la semilla, a través de sus vivencias, de su escritura que más tarde brotaría, a veces, de manera terrible para los lectores y críticos de su tiempo.
Posteriormente, en 1926, Violette se mudó finalmente a París en compañía de su madre y su padrastro, ahí mismo se inscribió en el Lycée Racine, pero reprobó su examen de bachillerato por lo que comenzó a trabajar como secretaria de prensa en la editorial de origen belga, asentada en la capital francesa, Plon.
Aunque Leduc continuó viviendo con la prefecta Hertgès durante nueve largos años en los suburbios de París, también experimentó relaciones heterosexuales intermitentes y extrañas, incluso en su repertorio de amantes de esa época, desfilaron algunos hombres homosexuales, aunque su predilección por las mujeres era ambigua y confusa, quizá a veces con tintes misóginos, y más extrañamente, su sorprendente matrimonio en 1939 con Jaques Mercier, de quien se divorció y también abortó a principios de sus treinta años.
De acuerdo a la crítica francesa Anne-Claire Rebreyend, “en una carta a Simone de Beauvoir, por la que Leduc sentía una pasión sin límites, y la representó como el personaje de la Madamme de L´Affamée (El hambriento, 1948) y de Trésors à prendre, suivi de Les Boutons dorés, (Tesoros para llevar seguido de los Botones dorados, 1960), Violette explicaba que: Las mujeres son demasiado débiles, demasiado apegadas para imponerse a su pareja a no ser que se disfracen de hombres”. (https://bit.ly/2FhXMY2).
Para entonces, Violette sufrió el acoso de la lesbofobia y desprecio por parte del público literario francés con sus primeras publicaciones, pero no por su condición mujer homosexual, sino por su carácter de escritora y persona intransigente, y como señala claramente Rebreyend en el Diccionario de la Homofobia coordinado por Louis-George Tin (París PUF, 2003), “es posible que el odio que (Leduc) sentía por sí misma se transformara en una especie de misoginia” y esto la llevara a encarnar a un misántropo en toda la expresión de la palabra.
Lo cierto es que, en Thérèse e Isabelle, la lujuria, la fiebre, la delicadeza y los delirios de Leduc, son abrumadores y representan la base de toda conexión sexual humana, así como su construcción y destrucción. “¿Por qué exactamente esta obra se consideraba tan impactante?”, preguntó la crítica británica Deborah Levy, “después de todo, casi 30 años antes, Georges Bataille había publicado en Francia, Histoire de l’oeil (La Historia del Ojo, 1928), un tour de fuerza filosófica, pornográfica y surrealista que involucra necrofilia, coprofilia y un globo ocular cortado. Comparé este tipo de travesura con el tipo de cosas que Thérèse e Isabelle piensan y se dicen: -Me gustaría que me miraras cuando te estoy mirando…la carne de su lengua me asustó-, y luego la afirmación de que -su fuerza me puso triste”-. (https://bit.ly/2EJwzNB).
Sin embargo, la representación de la metáfora del deseo lésbico y adolescente de Violette, que transmite una sensación emocional como física, es puramente erótica, pero no pornográfica ni tosca: -“Estaba recitando mi cuerpo sobre el de ella”-, narra Thérèse, -“bañando mi vientre en los lirios de su vientre, encontrando mi camino dentro de una nube. Ella rozó mis caderas, y disparó flechas extrañas”-, cita Levy, quien no atribuye ningún dejo de obscenidad en la escritura de Leduc, y aunque el lesbianismo fue retratado previamente por autores como Honoré de Balzac, Charles Baudelaire y Marcel Proust como algo perverso o vicioso, en la obra de Violette, este, toma tintes realistas y eróticos, pero legítimamente amorosos, casi poéticos, algo inaudito para la literatura de su tiempo.
Mañana segunda y última parte.