“En la puerta del Sol
Como el año que fue
Otra vez el champagne
Y las uvas y el alquitrán
De alfombra están”
Un año más. Mecano (1988)
No importa en dónde ni con quién se despida la nochevieja. Lo importante es esperar el Año Nuevo en compañía de la familia y los seres queridos para chocar las copas en señal de gratitud y fe en el futuro.
Algunos años nos toca compartir la mesa con nuevos integrantes en la familia -un bebé, algún yerno, una nuera- a quienes damos la bienvenida al clan con nuestra mejor sonrisa. Otros, hay que recordar y nombrar a los que se han ido con voz entrecortada y lágrimas.
En el brindis, los adultos maduros dan gracias por el solo hecho de estar vivos. Algunos incluso llegan a la cena del 31 tras solventar los peores o más difíciles 364 días de su vida. Los más afortunados acuden a la cita del último día del año con el regocijo de haber experimentado éxito y plenitud. Quizás encontraron al “amor de su vida”, tuvieron un hijo o superaron una enfermedad.
También habrá quienes celebren el hecho de haber obtenido un mejor trabajo o alcanzado una meta largamente anhelada. Otros, festejarán su valentía por dejar atrás una relación infeliz, un trabajo mediocre o por sanar viejas heridas.
Tal vez este año algunos de nuestros amigos o familiares brindarán por una boda en puerta, la apertura de un negocio, otro lugar de residencia, nuevos estudios o su jubilación.
Lo único cierto es que cinco minutos antes de la cuenta atrás, todos repasaremos las pérdidas y las ganancias del año que se va. Ninguno escapará del balance personal. En el fondo de nuestro corazón todos sabremos qué logramos y qué no.
El primer sorbo de nuestra copa nos sabrá tan dulce o tan ácido como el año que hayamos vivido. Las notas de la bebida serán tan o menos chispeantes como los retos impuestos y logrados, tan frescas o secas como la esperanza puesta en el futuro.
Es por eso que, cuando uno llega a la edad madura -habiendo realizado casi todo lo anhelado- ya no importa si en la mesa de Año Nuevo habrá langosta o pozole, champán, vino o sidra, trufas, panettone o gelatina con rompope, porque lo único que se vuelve relevante es el sabor del amor auténtico entre los comensales.
Tampoco importa ya si la mesa está cubierta con un mantel de Damasco o si en ella están dispuestas las 12 uvas de los deseos. O si las copas son de cristal de Bohemia.
Lo único cierto es que cinco minutos antes de la cuenta atrás todos brindamos con los mejores deseos de bienestar y prosperidad, anhelando volver a estar reunidos para la siguiente cena.
El tiempo y el esfuerzo invertidos por el cuñado, la suegra, la hermana, el hijo o la amiga que hizo la compra, picó cantidades industriales de manzana o cebolla, limpió los romeritos o el bacalao, comparó muchas recetas hasta dar en el clavo con ese dulce postre para todos, trapeó los pisos o dispuso en la mesa el mismo mantel desteñido de todos los años colocando un centro de mesa elaborado con sus propias manos, no tienen precio.
Sólo el dulce sabor del amor filial, las notas doradas de la complicidad y las burbujas de la amistad podrán hacer de nuestra cena de Año Nuevo, la mejor de todas.
Cinco minutos antes de la cuenta atrás, viendo “el reloj de antaño, como año en año, haré el balance de lo bueno y malo” y daré las gracias por los sabores salados, amargos y dulces que me dejó 2019. Por todas las delicias que probé y disfruté en otras latitudes. Por las copas de vino y los cafés que bebí con los amigos. Por el menú de los sábados en familia. Por los pasteles de cumpleaños.
Y brindaré por un mejor 2020, lleno de nuevos y mejores sabores para todos. Y, como dice Mecano: “a ver si nos espabilamos los que estamos vivos y en el año que viene nos reímos”.
Mil gracias por la amabilidad de su lectura.