sábado 09 noviembre, 2024
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CEREBRO 40 BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS BLOGS

«CEREBRO 40» “Que triste luce todo sin ti”

 

No soy de las que toman solas, a lo mucho un par de veces, pero hoy sí.

Hoy si llegué a mi casa sola y antes de prender la tele y empezar con los eternos documentales y homenajes a José José, quiero estar un rato a solas con él y su recuerdo, con mis recuerdos con él.

Ni modo que mis papás no supieran que a los 17 años jugaba dominó como una maestra y que mientras hacíamos la sopa contábamos y a veces bailábamos “Cascadas de luz” en casa de mi mejor amiga, aquel grupo entrañable de amigos, que mi papá siempre ha llamado “El mejor grupo de Querétaro”.

Bueno, ahora que le hace gracia, no en aquellos tiempos.

Lo fuimos a ver al palenque, escuchamos hasta rayar los CD’s de Reader’s Digest, cantamos a coro no una, ni cien, miles de veces todas sus canciones, estuvo en nuestras bodas, bautizos de nuestros hijos, cumpleaños, bueno, incluso fuimos en más de una ocasión a ver a su hijo José Joel interpretar sus canciones en un antro de Insurgentes sur.

El Príncipe, El Maestro, nuestro maestro, la voz que acompañó todas nuestras reuniones entre amigos, todos y cada uno de los homenajes que le hicimos en vida.

¿Sabrá el que la segunda canción que todos bailamos en nuestras bodas fue “Ya lo pasado pasado” y que invariablemente nos poníamos de pie a aplaudir el coro?

¿Sabrá José José, sobre ese amor que casi me deja en la locura absoluta y que de entrada no tenía ninguna oportunidad? Solo un punto a su favor, tenía todas las canciones de José José en su I pod.

¿Habrá dejado este mundo sabiendo que todos los bohemios románticos disolutos de México pasamos media vida añorando el amor en sus interpretaciones?

En la regadera, manejando, haciendo ejercicio, lavando los platos, conviviendo con amigos, seduciendo a alguien con sus canciones, siempre con su ayuda, siempre en su compañía.

El Crooner de México, nuestro Frank Sinatra, el que pudo ser amigo de cualquiera, ya no está.

Y rindió tanto que son incontables sus éxitos, imposible de no reconocer su voz y su estilo, siempre imitado, siempre a la mano, siempre ahí, presente, en las serenatas, en las mesas de domino, en los lechos ardientes.

¿Cuántos contemporáneos míos habremos llegado a esta vida no por medio de la cigüeña, sino con la ensoñación de su voz?

Para decir queda todo y no queda nada, sobra de ahora en adelante la nostalgia, la historia que algún día será una leyenda, el mito de un trovador de Clavería que conociera el principio y el fin de la felicidad, que no supiera de límites ni de medias tintas, que recorriera lo más bajo y lo más alto, el suelo más sucio y la cumbre más brillante, que como RockStar a la mexicana se viera hundido por sus propios excesos, por ser víctima de una fama apabullante, de un incendio que nunca y siempre pudo manejar, no porque nadie puede con tanto, con tanto amor, con tanta voz, con tanto éxito, con tantas emociones, tantas tristezas, tantas lágrimas, tantas borracheras y tantas noches de insomnio.

Si, porque José José, nació para cantar.

Muera el Príncipe, Viva el Príncipe.

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