Valeria tiene 14 años. Encontró la violencia y el dolor en su propio hogar, el enemigo estaba en casa. Su tío fue el victimario. La violó una y otra vez desde que ella tenía nueve años y, como resultado de los constantes ataques, quedó embarazada.
Fueron los médicos que la atendieron, a punto de dar a luz, quienes denunciaron la infamia. Hoy, el tío está tras las rejas. Lamentablemente, igual que Valeria, millones de niñas y adolescentes son violentadas y obligadas a participar en una actividad sexual que no comprenden, por lo que no están en capacidad de dar su consentimiento. Los sucesos afectarán irremediablemente su desarrollo físico, emocional y cognitivo.
Miedo, problemas para dormir, pesadillas, confusión, sentimientos de culpa, vergüenza e ira son sólo algunos de los primeros efectos del abuso, que más tarde dan paso a cuadros de depresión, fobias, ansiedad y episodios de automutilación.
Ya en la vida adulta se presentan depresiones crónicas, todo tipo de adicciones (pastillas, droga, alcohol) y tentativas de suicidio, así como una tendencia a mantener relaciones insanas, con malos tratos y problemas sexuales.
Recientemente, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) declaró que México ocupa el primer lugar en abuso infantil, en la escala mundial. El escenario es pavoroso, por cada 100 mil menores y adolescentes de 12 a 17 años, mil 764 han sido víctimas de violación, mientras los tocamientos ofensivos y manoseos llegan a 5 mil 89 casos por cada 100 mil menores y adolescentes.
Y la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) del Inegi no sólo confirma la tendencia, sino que detalla el perfil de los abusadores. Al menos 4.4 millones de mexicanas mayores de 15 años fueron víctimas de abuso sexual durante su infancia y en la mayoría de los casos, sus agresores fueron miembros de su familia.
Los principales atacantes son los tíos (as) y primos (as) con una incidencia de 20 y 16 por ciento, respectivamente; le siguen los hermanos (as) con 8.5 por ciento; padrastro o madrastra 6.3; padre 5.8; abuelo (a) 3.7, y madre con 0.5 por ciento.
En la encuesta se detalla que las pequeñas sufrieron diferentes tipos de agresiones sexuales, como tocamientos y sexo forzado. Incluso, fueron obligadas a ver fotografías, revistas y películas de pornografía; así como forzadas a mirar y tocar los genitales de sus atacantes. Vencidas, también debieron mostrar sus partes íntimas.
En el 0.8 por ciento de los casos, el sexo forzado fue a cambio de dinero o regalos. En todos los casos, los agresores ejercieron la fuerza y su autoridad contra sus víctimas, para conseguir sus sucios propósitos. Además de la agresión sexual, las doblegaron con amenazas, mentiras e intimidación.
El Colectivo contra el Maltrato y Abuso Sexual Infantil, una ONG mexicana con varios años de experiencia en el apoyo a víctimas de la violencia sexual, advierte que el tamaño del horror es incuantificable, porque apenas se denuncia uno de cada 100 casos y pone el acento en la necesidad de redoblar esfuerzos para proteger a las niñas y adolescentes.
Ahora que inicia la discusión del paquete económico para 2020, los diputados de la 4T con su mayoría legislativa, tienen el reto de distribuir los recursos públicos sin cálculos políticos ni electoreros. Proteger a la infancia es una prioridad y es urgente multiplicar los esfuerzos para proteger a los menores del abuso sexual y de la explotación.