Las revistas del corazón, como la famosa publicación española ¡Hola!, tienen un papel fundamental en el sistema económico en que vivimos. Son, para empezar, el termómetro del acontecer de la clase que gobierna, ya sea a través del dinero o del poder político. Son, a la vez, el espejo donde los de arriba se miran embelesados como Narciso y un instrumento pedagógico a través del cual las clases gobernadas aprendemos a admirar y a respetar a quienes ostentan la riqueza.
Mediante ellas, nos sentimos partícipes, aunque sea el tiempo que tardamos en ojearlas, de la vida de un grupo social al que casi ninguno de nosotros (los de las clases gobernadas) pertenecerá jamás. Su existencia nos devuelve la ilusión de los cuentos de hadas, nos remite a las historias de princesas y castillos en las que nos gusta pensar mientras estamos atrapados en una realidad de explotación y producción en serie.
Nos llenan de satisfacción cuando encontramos en ellas casos como el de Meghan Markle, quien llegó a la realeza sin correr por sus venas sangre noble. Cuentos así nos hacen pensar que todo es posible, que las dificultades económicas no duran toda la vida y que sólo es cuestión de esforzarse lo suficiente o de estar en el lugar indicado a la hora indicada, para conocer a la persona que nos dé la mano y nos haga superar los obstáculos del dinero. Cuentos así nos hacen pensar que no hay pobres y desgraciados, sino personas que no se han esforzado lo suficiente o que no han tenido suerte, y ese pensamiento al sistema de privilegios le cae de perlas.
Podemos ser todo lo críticos que queramos, podemos ser todo lo rebeldes que queramos a puro golpe de hashtag, siempre y cuando recordemos quién está al mando. Esas revistas nos lo recuerdan para que no se nos olvide. Nos dicen cada semana, cada quincena o cada mes: “Está muy bien su rebeldía de Twitter, pero miren: aquí seguimos, tan podridos en dinero como antes, viajando por todo el mundo, de Londres a París, de crucero en el Caribe, vacacionando en Dinamarca. Ustedes disculpen si no tuvimos tiempo de leer sus tuits, pero estábamos muy ocupados moviendo los engranes del sistema y siendo hermosos”.
Estas publicaciones marcan el pulso de un sistema perenne al que no le hacen ni un rasguño los rebeldes digitales. Nos recuerdan, con las fotografías de su suntuosidad, que, nos guste o no, los que mandan siguen sentados en sus tronos. Podemos hablar pestes de Donald Trump; pensar que su administración está condenada al fracaso, que ya mero deja la Casa Blanca, que ya casi le aplican el impeachment, pero basta mirar la revista ¡Hola! para saber que todos esos pensamientos no son sino delirios de grandeza, los cuales nos hacen creer que nuestros deseos son tan sublimes y moralmente superiores que el mundo, a toda costa, encontrará el camino para su realización.
Podemos pensar que Trump lo está haciendo fatal, pero, pensemos lo que pensemos, su familia sigue desfilando en la mansión de Mar-a-Lago. Así lo hizo su nuera hace unos días, portando un exclusivo modelo creado (¡qué ironía!) por un diseñador cubano. A través de la entrevista a la futura mamá del nuevo bebé Trump, la publicación española nos dice: “Ya sabemos que los hispanos la están pasando fatal en los Estados Unidos, que están violando sus derechos y todo eso, pero ¿ya vieron qué guapa y distinguida es la nuera de Trump?”.
Son el espejo de la realeza, el termómetro de sus movimientos internos y el anuncio cínico que nos recuerda que, aunque unos estén partiéndose el lomo y/o muriéndose de hambre, la cabeza del sistema sigue funcionando como Dios manda. El mensaje es efectivo: nos pone en nuestro lugar; nos hace bajar la cabeza y resignarnos. ¿Por qué podría yo exigir algo si no soy uno de aquellos bendecidos?
Alguna vez se pensó que la web 2.0 iba a ser la madre de la versión más perfecta de la democracia, que democratizaría los medios y llevaría el derecho a la información a su máxima potencia. Hoy, quienes secuestraron ese sueño aparecen también en la revista ¡Hola! Ahí tenemos a Jeff Bezos, fundador de Amazon, en fotos exclusivas en las playas de Mallorca, “sin miedo a mostrar públicamente su amor”. La revista nos dice: “Todo es lo mismo: hasta quienes «piensan fuera de la caja» piensan también en beneficio de la caja”.
Las revistas del corazón y las redes sociales son complementarias. En unas admiramos y deseamos ser como la realeza; en las otras despotricamos en su contra. No son opuestas: son dos funciones complementarias que sirven como alimento y válvula de escape del sistema. Unas nos hacen creer que somos nosotros quienes gobernamos; las otras nos ubican en nuestra realidad y nos obligan a aceptarla, más que con resignación, con gusto y entusiasmo. Ojear la revista ¡Hola! en la fila del supermercado es tan importante para el sistema como ser un activista de Twitter. No se olviden de hacerlo diariamente.
Manchamanteles
En estos tiempos del capitalismo tardío, la sexualidad, manifiesta en una sobreexposición cotidiana a través de la pornografía y la puesta en circulación de las intimidades, es el producto más rentable. Las redes sociales y demás dispositivos y plataformas de comunicación (Snapchat, Tinder, Grindr, Instagram, Facebook y Twitter) han virtualizado, cosificado y prácticamente suprimido el erotismo y el deseo mediante el acceso inmediato y la impersonalidad. La paradoja: una búsqueda insatisfecha. Los escándalos por la filtración de mensajes e imágenes de contenido sexualizado (escándalos sólo para los imaginarios que insaciables consumen los devaneos de la carne, no para sus ingenuos o perversos protagonistas) se dilatan entre la morbosidad y la cursilería ante el colapso del mundo de la intimidad, el cual ha sido puesto en circulación para el consumo público de lo grotesco y puede llevarnos a la deshumanización de los cuerpos y sus identidades. Este voyerismo de la sexualidad como producto ha sido instalado en las narrativas que los medios de comunicación tradicionales modelaron dentro de la industria del escándalo en la moderna sociedad del espectáculo. ¿De verdad nos hemos perdido el asco? Hay todo un mercado en el que se cotizan los grandes problemas que significan el pack de Zague, el “chocho” operado de Niurka o la sordidez rumorosa de las mujeres que han “vivido con” (¿o junto con?) Verónica Castro. Complementando al historiador francés Robert Darnton, la historia social ahora no sólo está en los papeles que esperan en los archivos: circula exuberante en la red, se mide en algoritmos que hablan de nuestra intimidad social. Hace ya más de dos décadas, cuando generosamente mi maestra Teresa del Conde presentó mi libro en el Museo de Arte Moderno, me sugería que su título debía ser una pregunta: ¿Historia es inconsciente? Hoy pienso que sí.
Narciso el Obsceno
El sujeto, en la concepción tradicional del psicoanálisis, tiene dos objetos sexuales: el sí mismo y la mujer de la que se nutre. El narcisismo fija la búsqueda (como dijera Luis Buñuel) de “cet obscur objet du désir”. De esta manera, al instaurarse el objeto, se restablecerá explícita la forma de amar, siempre narcisista, aunque muestre mil rostros. ¿Amar es parte del narcisismo? ¿Cuándo el amor trasciende al narcisismo? Como siempre, usted (o su inconsciente) tiene la última palabra.