lunes 16 septiembre, 2024
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Elena Garro: “Memorias de España”

 

Del 4 al 17 de julio de 1937, en las ciudades de Madrid, Barcelona y Valencia, tuvo lugar el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Entre los representantes de México en el Congreso, se encontraba el joven poeta Octavio Paz, a quien acompañaba su aún más joven esposa: Elena Garro. “Muchos años después” (diría García Márquez), divorciada ya de Paz y consagrada como escritora, Garro volvió a los apuntes tomados durante el viaje para escribir sus Memorias de España 1937, texto que ahora ha publicado la editorial Paralelo 21. El relato se divide en 18 capítulos breves y no se limita solamente a los días de la pareja en España, sino que narra todo lo transcurrido durante el viaje, desde su salida de México hasta el regreso a Veracruz, incluidas las estancias en Nueva York y París. Esta estructura evoca dos de las crónicas de viaje más célebres en la literatura hispánica: Diario de un poeta reciencasado (1916), de Juan Ramón Jiménez, y Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca.

Las Memorias de España son, ante todo, un relato de aprendizaje. Aunque narradora y protagonista son representaciones verbales del mismo sujeto histórico (la escritora mexicana Elena Garro, nacida en Puebla el 11 de diciembre de 1916, fallecida en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998), ambas entidades se diferencian claramente en el texto, en el cual una mujer madura, ciertamente desencantada del mundo, pero también empoderada de sí (y, como todos los sabios, dueña de algunas certezas), evoca a una jovencita ignorante y confundida, a quien la brutalidad de la Guerra Civil Española dará lecciones definitivas, inolvidables. Cuando llega a España, Elena no entiende nada de política; cuando se va, sabe lo suficiente: que, sin importar regímenes y caudillos, la precariedad y la injusticia imperan en la humanidad. Al describir las rivalidades entre stalinistas y trotskistas, confiesa: “Nunca entendí bien las diferencias políticas que cubrían de gloria a algunos y a otros los hostigaban y los hacían ir de lugar en lugar sin encontrar acomodo” (p. 137). Más adelante, al referir las circunstancias de la muerte de César Vallejo, llega a una amarga conclusión: “Poco tiempo después supe que Vallejo había muerto de hambre en París. ¡De hambre! No era una frase, era una terrible verdad. Su muerte me produjo una impresión extraña. Los comunistas tenían razón: unos eran demasiado ricos y otros demasiado pobres, y esto se daba hasta entre los propios comunistas” (p. 165).

Aunque el orden del relato es casi siempre lineal, Garro lo interrumpe ocasionalmente para referir acontecimientos posteriores a 1937, los cuales vienen a cuento por algún personaje o circunstancia. Así, los lectores nos enteramos de sus conversaciones en París con María Zambrano y con Lupe Marín o de la muerte de Tina Modotti y de Silvestre Revueltas, interrupciones que no afectan la unidad de la narración, sino que la aderezan sabrosamente. Como todo gran autor, Garro no escatima lo grotesco ni lo sublime. De su pluma brotan con la misma gracia las vulgaridades de Adalberto Tejeda —embajador de México en Francia que se disculpaba durante la cena (“¡Perdón!… ando mal del estómago…”) y, acto seguido, se ladeaba para dejar escapar olorosas flatulencias— que los símiles más luminosos y atinados: “Al amanecer el Mediterráneo lucía en todo su esplendor. Era el mar más antiguo del mundo y parecía que acababa de nacer. Las playas tendidas, cubiertas de arena fina como oro molido. Era increíble que por ahí hubieran navegado los griegos y los romanos” (pp. 45-46); “Un mediodía divisamos tierra. Era Cuba, muy chiquita, como un lagarto verde echado sobre el mar” (p. 181). Pero quizá las mejores páginas sean las que contienen retratos de escritores: Antonio Machado, León Felipe, César Vallejo, Luis Cernuda, Pablo Neruda, Miguel Hernández… Como muestra, transcribo la conversación que tuvieron, una tarde “solitaria y silenciosa”, Elena y Rafael Alberti:

Pasábamos frente a las fachadas de unas casas de piedra sólida y vi trozos de piedra desprendidos y agujeros en ellas. Le pregunté a qué se debía.

—Son los resultados de la metralla —dijo.

Si la metralla era capaz de lastimar así la piedra, ¿qué haría con la piel humana? Me vi las manos. El hombre era demasiado frágil para tratarse con aquella brutalidad. Y sentí miedo, mientras Rafael continuaba hablando de Góngora (p. 107).

“¿Para qué poetas en tiempos de penuria?”, se pregunta Hölderlin en un célebre verso. No hay mejor respuesta que la amigable charla de Alberti, quien, en medio de la muerte y la miseria, encuentra refugio en las palabras del más suntuoso poeta en lengua española: Luis de Góngora.

Foto. Cortesía Editorial Paralelo 21

Como amargo contrapunto a la experiencia iniciática de Elena Garro, los lectores contemplamos también los desplantes y humillaciones que Paz le dirigía en todo momento (hoy llamaríamos a eso violencia de género, y la joven Garro podría solicitar el divorcio con toda la razón de su parte; para el machismo de entonces, era completamente natural). “Durante mi matrimonio”, puede expresar Garro ya liberada, “siempre tuve la impresión de estar en un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos, que, entre paréntesis, no me sirvieron de nada, ya que seguí siendo la misma” (p. 177). Una situación conyugal tan ríspida hace poco creíble aquel encuentro sexual que Paz evocó con tanta solemnidad en Piedra de sol: “Madrid, 1937 […]: los dos se desnudaron y se amaron”. El único episodio erótico (“vanamente erótico”, diría Borges) del que nos enteramos los lectores de las Memorias es cuando el oficial soviético Daniel Zozolashvili propone a Elena quedarse en Madrid con él y abandonar a su marido. No obstante, a pesar de esos sutiles ataques a Paz, Garro calla un hecho significativo que sólo muy recientemente se ha dado a conocer de manera pública: que la invitación al II Congreso en realidad no iba dirigida a Paz, sino a Efraín Huerta (lo que, sobra decir, resulta mucho más coherente).

En términos generales, el cuidado editorial del libro es óptimo: prácticamente no hay erratas; la tipografía es elegante, y el papel, de buena calidad, muy agradable para la lectura. El único reproche que haría yo al personal de Paralelo 21 es que (siguiendo la costumbre que, tristemente, se ha vuelto común en el medio editorial) no se consigne el nombre del editor, el principal responsable de que hoy, en 2019, Elena Garro esté hablando de nuevo.

Elena Garro, Memorias de España 1937, México, Paralelo 21, 2019.

 

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