La heterogeneidad es nuestra mayor fortaleza existencial. Sucede en todos lados, la diferencia y el contraste siempre llama la atención. Hay lugares, sin embargo, donde la diversidad no es novedad, más bien es la constante social.” y no tendría razón para causar sorpresa. Lo cierto es que el tema rompe con aquella máxima de Miguel de Unamuno: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”.
Las llamadas Megalópolis, lugares tan grandes como la Ciudad de México, por poner un ejemplo, deberían estar acostumbrados a gente de todos los colores y sabores, a lo disímil. Una urbe tan grande, con una proporción enorme de personas indígenas, con habitantes de ascendencia de aquí y de allá, con una población considerable de personas migrantes, donde han surgido luchas nacionales en favor de los derechos humanos, no debería sorprenderse ante una expresión considerada ajena ni tener espacio para la intolerancia; aun así, la práctica nos dice lo contrario. Lo mismo sucede en los Estados Unidos, un país que ha crecido gracias a la migración y a la variedad de orígenes de sus habitantes mira hoy como su propio presidente ataca a sus connacionales.
Está claro que Donald Trump hace un montón de declaraciones con el único objetivo de encender a las masas, esa es la estrategia que le funciona. Ha sido así desde el principio; su discurso, carente de sustento y plagado de lo que él mismo bautizó como fake news, se basa sólo en el sensacionalismo y en las promesas radicales sostenidas en el odio. A estas alturas, parece que hay poco que pueda decir que consiga sorprender al mundo. Ya ha dicho de todo: ha desvariado en su narrativa contra las mujeres, contra los mexicanos, contra mandatarios de todo el mundo, etcétera, etcétera. Sus acciones también han sido señaladas como, cuando menos, faltas de ética en repetidas ocasiones, y aun así sus seguidores siguen siendo fieles a él. Desde sus presuntos vínculos con el gobierno ruso, pasando por señalamientos de acoso, y llegando hasta su presunta relación con Jeffrey Epstein, empresario acusado de pedofilia y agresiones sexuales, los fans del presidente estadounidense lo siguen perdonando todo.
Aunque parezca que ya lo ha dicho todo, el discurso del mandatario de los Estados Unidos cobra cada vez tintes más torcidos, que nos recuerdan con facilidad las peores épocas de la historia de la humanidad, en donde el racismo llegó a sus expresiones más violentas. El domingo pasado, Trump soltó otra de sus tradicionales bombas en Twitter. Esta vez arremetió contra un grupo de congresistas que tienen algo en común: todas son mujeres estadounidenses que no son blancas y que se han pronunciado en contra de las políticas migratorias del presidente, haciendo énfasis en sus inhumanos centros de detención. Sin atreverse a mencionar sus nombres, Trump aseguró que estas mujeres “demócratas progresistas” habían originalmente surgido de países “cuyos gobiernos son una catástrofe total, los peores, más corruptos e ineptos en el mundo”. Para ser justos, hay que decir que éste es un refrito de una calumnia que Trump había utilizado ya antes de que fuera presidente, cuando aseguró que el entonces mandatario Barack Obama no había nacido en los Estados Unidos, sino en Kenia.
No hace falta ser demasiado inteligente para ver el trasfondo ampliamente racista de estas declaraciones. Para Trump esas mujeres no son estadounidenses no porque no hayan nacido en el territorio de ese país, sino porque no son blancas. El mandatario no sólo es racista, sino que desconoce profundamente la realidad social del mundo y del país que él mismo gobierna. ¿Qué piensa entonces de los millones de personas que comparten características raciales con las congresistas señaladas y para quienes supuestamente él debería de gobernar?
Para acabar de rematar, Trump dejó entrever que lo que más le había enfurecido era la crítica hacia su política migratoria, escribiendo que estas congresistas querían “decirle a la gente de los Estados Unidos, la más grande y poderosa Nación de la tierra, cómo debe funcionar nuestro gobierno”. El magnate remató con una máxima del racismo, la xenofobia y el odio en todas sus formas: “¿Por qué no mejor se van y ayudan a reparar los lugares totalmente dañados e infestados de crimen de donde vinieron? Y luego regresan y nos muestran cómo lo hicieron…”. El tema entonces es que las mujeres a las que se refiere no “vinieron” de ningún lado, sino que nacieron en los Estados Unidos.
Las mujeres aludidas por Trump salieron a defenderse. Las legisladoras Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib, Ilhan Omar y Ayanna Pressley aseguraron que el presidente “no nos callará”, mientras que la primera de ellas ha asegurado que Trump está “enojado porque no puede concebir un Estados Unidos que nos incluya”. Tanto Ocasio-Cortez, como Tlaib y Pressley nacieron en las EE. UU., mientras que sólo Omar nació en Somalia, pero se convirtió en ciudadana a los 17 años, siguiendo los procesos y reglas del país que gobierna Trump, en todo su desconocimiento. Lo dijo Nancy Pelosi, con estas declaraciones Trump revela que siempre que ha hablado de hacer a los EE. UU. “grandes otra vez”, lo que ha querido decir es que los quiere hacer “blancos otra vez”. El discurso es peligroso, no solo para los vecinos del norte, sino para los otros países donde hay grupos recibiéndolo con los brazos abiertos, listos para generar sus propias expresiones de odio local. Una vez más habrá que recordar que afortunadamente en nuestro mundo actual todos somos migrantes y mestizos, aunque los olvidemos con mucha facilidad.
Manchamanteles
Racismo e ideología. Hannah Arendt escribió en Los orígenes del totalitarismo (1998): “La ideología es un sistema basado en una sola opinión que resulta ser lo suficientemente fuerte como para atraer y convencer a una mayoría de personas, y lo suficientemente amplia como para conducirla a través de las diferentes experiencias y situaciones […]. Porque una ideología difiere de una simple opinión en que afirma poseer, o bien la clave de la Historia, o bien la solución de todos los “enigmas del Universo” o el íntimo conocimiento de las leyes universales ocultas de las que se supone que gobiernan a la Naturaleza y al hombre.” De allí en adelante el tema será justificar las acciones del poder desde la tendencia dominante.
Narciso el Obsceno
¿Otro, otros, ellos? Nicolas Caparros psiquiatra y psicoanalista español es de los primeros autores contemporáneos que se planteas el diálogo con otros espacios científicos como la biología o la neurología asumiendo que para entender la psique hay que desanudar “la ortodoxia” como lo expone en uno de sus últimos trabajos Reflexiones acerca del grupo a propósito del paradigma de la complejidad (2014) Caparros se ha dedicado a estudiar el narcisismo desde esta óptica para entender los grupos sociales de ellas sobresale el ensayo: “Del narcisismo de las pequeñas diferencias al racismo”(2010). Caparros asume que esas mínimas, pero profundas diferencias muestran, que, en muchas de las relaciones humanas, se aplica la discordia a las emociones de fraternidad y encuentro olvidando uno de los criterios definitorios de nuestra civilización: “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos” (Marcos 12:31), siguiendo coro a la vaticinio que hiciera Emmanuel Lévinas para Occidente, en 1989, En El País, “Somos hijos de la Biblia y de los griegos”, Lo cierto es que el narcisismo asume los dos rostros de Jano: la violencia ante el otro y la simulación de la semejanza. El Racismo también es una expresión compleja del narcisismo incluso de un narcisismo social.