jueves 21 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Armando Ramírez o “¿qué tanto es tantito?”

 

“La calle siempre es una clásica calle de barrio acá; cochina y llena de gente”. 

Armando Ramírez 

La Ciudad de México está de luto; con ella, el barrio de Tepito y la crónica de nuestro país. Este miércoles, el escritor Armando Ramírez Rodríguez, autor de Chin Chin el Teporocho y Crónica de los Chorrocientos Mil Días del Barrio de Tepito, falleció a los 67 años. Su prolífica obra, nacida de la experiencia vital, de vivir como el barrio mismo, le dio a nuestra literatura un regreso a la historia, una ventana de vuelta a nuestro pasado y una forma de recontextualizar nuestro propio devenir. 

Nacido en 1952 en ese barrio bravo, Ramírez fue uno de los pocos integrantes del movimiento estudiantil de 1968 que consiguió que su obra no se casara exclusivamente con esta lucha. El cronista logró construir su propio espacio, arrojando luz sobre esta cultura que ha roto con el patrimonio de los pueblos, rescatando los valores de lo popular y reivindicando las expresiones que se alejaban de los cánones. “¿Desclasamiento o desideologización?” ¿La cultura pertenece a una clase social?

No todo lo popular es folclórico ni todo lo folclórico es popular, parece decirnos el cronista a lo largo de su obra. Quizás la gran diferencia está en encontrar la espiritualidad de cada pueblo y en tener la posibilidad de hallar los valores esenciales sobre los que se erige la hegemonía de una nación. Ramírez no es ajeno al enfrentamiento de clases que durante siglos ha tenido lugar en nuestro país; por el contrario, es un crítico de las identidades que se han formado sobre el despojo y la marginación de los otros. 

Su obra es un intento constante de romper con las estrategias de poder que quieren manipular a las clases trabajadoras, con el consumismo que lacera con más fuerza a los de abajo (a los del barrio, en el caso de la ciudad). Ramírez busca reintegrar los valores de una sociedad que aparentemente tendría un vacío existencial, una sociedad que vive en lo efímero, en el consumismo y no halla una forma de reencontrarse consigo misma. Ramírez se adelanta entonces a la crisis de la cultura en la “sociedad de consumo” que hoy se debate en ante las redes sociales y la llamada literatura del entretenimiento o “light” por una lumpenización de los valores aparentemente exquisitos de la burguesía. Lo inmediato cambia lo tradicional y lo profundo por el instante incierto del glamour.

Rescatar al barrio es quizá la posibilidad de invadir la vida limítrofe de nuestros tiempos para regresar a algunos orígenes vitales que cobijan al ser. Pero Armando Ramírez va más allá y se burla de los políticamente correctos que por culpa social creen que otorgan benevolentemente un espacio al otro, al distinto, a lo otro. De allí la dureza de su crítica, pues sabe que ni su barrio ni su gente necesita que les den un sitio, pues suyo es el reino de los mismos que se creen otros y se esconden en sus fantasmas disconformes, temerosos y avergonzados, incapaces de oír una de las máximas de José Alfredo: “sabiendo que nacimos para morir iguales.” 

El cofundador del colectivo Tepito Arte Acá, junto con Julián Ceballos Casco, Daniel Manrique y Felipe Ehrenberg, rompió arquetipos en su búsqueda de lo mexicano, recuperando usos y costumbres de la vida diaria de un pueblo invisibilizado por no entrar en los parámetros de lo chic, lo moderno, lo que se quiere mostrar al mundo. Ramírez recupera la grosería y reivindica el uso de palabras que algunos llamarían altisonantes para encontrar en cuate, manito, quiúbole las raíces de una historia que se viene gestando desde hace mucho tiempo. Tepito Arte Acá es un ejemplo más de esta labor identitaria. A través de este colectivo, Ramírez y compañía buscaron rescatar el sentido del barrio y la utopía melancólica de lo popular. 

El cronista pone el dedo en una llaga aún abierta para los mexicanos. Sabe que seguimos arrastrando, llenos de culpa, una deuda relacionada con los grandes choques entre culturas sucedidos durante nuestra búsqueda de la identidad. Por eso busca retomar lo tradicional desde la perspectiva del pueblo, no desde los ojos exotizantes de los otros. Él es parte de la clase rezagada que se enfrenta diariamente a la clase adinerada en un choque de valores. Desde allí escribe. Ramírez les muestra a los otros que el barrio es parte de su historia, aunque los otros no sean parte de ellos. El escritor descubre en lo popular una de las últimas defensas que tiene el pueblo para encontrar sus tradiciones. 

Decimos adiós al retratista de una época entera, del paisaje citadino del México que está por acabar. Ramírez nos lega una amplia obra literaria llena de disertaciones sobre la brecha que separa a los unos de los otros y que genera, a través de la diferencia, la capacidad de hacer grupo, de romper con el entorno: la identidad, a fin de cuentas. La franquicia que otorga la luminosidad del lumpen a veces tan antojable.

 

Manchamanteles

Tepito Arte Acá. Elvira Fragoso, en 1997, precisó el concepto en “Literatura y cultura popular: un reportaje sobre Armando Ramírez”. Fragoso nos sintetiza con maestría el movimiento cultural: “Tepito: como lugar donde se origina. Arte: como base de todo conocimiento de lo moderno y lo universal. Acá: situación anímica de entrega y de aportación espontánea que surge de lo tradicional, religioso y urbano”.

Narciso el Obsceno

Byung-Chul Han nos muestra en su libro La sociedad de la transparencia (2013) que, además de la narrativa actual de la transparencia como el “modelo” a seguir casi totalizador, esconde algunas ideas del narcisismo actual que bien vale la pena traer a nuestro narcisista improperio cotidiano: “El sujeto narcisista no puede delimitarse a sí mismo, los limitantes de su existencia desaparecen. Y con ello no surge ninguna imagen propia estable. El sujeto narcisista se funde de tal manera consigo mismo que no es posible jugar consigo. El narcisista que cae en la depresión se ahoga consigo en su intimidad sin límites. Ningún vacío de ausencia distancia al narcisista de sí mismo.” La transparencia y la visibilidad como ejes modélicos son, sin duda, una apuesta controladora más que exacerba a la egolatría como quien sueña con el agua cristalina etérea, que en apariencia nunca se contaminará, por lo que no correrá por sus cauces naturales.

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