Mariela Vanessa Díaz Valverde desapareció el 27 de abril de 2018. Con apenas 21 años y un sueño que perseguir, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para estudiar Lengua y Literatura Hispánica. Algún día sería una famosa escritora de cuentos y de textos de obras de teatro.
Catorce meses después de su desaparición, los sueños siguen en el aire volando como mariposas, pero aún no está Mariela para correr tras ellos, perseguirlos y alcanzarlos.
La familia tiene el corazón destrozado. Desde las primeras horas que denunciaron su desaparición, las autoridades de la Ciudad de México respondieron con indiferencia, incapacidad, discriminación. Sin voluntad ni información para realizar una investigación con perspectiva de género.
Una y otra vez, la historia se repite: la revictimización. La angustia de los familiares se profundiza cuando el Ministerio Público señala en tono arrogante que no hay desaparición que denunciar porque “se fue con el novio”, “huyó por los problemas en casa”, “seguro andaba en malas compañías”. Ese es el inicio del calvario.
La propia autoridad quiere desaparecer los casos, convencer a los familiares de que las chicas se fueron por cuenta propia para que no presenten denuncias e invisibilizar el hecho de que han sido víctimas de grupos criminales.
En el caso de Mariela Díaz, un mes después de su desaparición, usaron la tecnología de la geolocalización para rastrear el celular y llevaron binomios caninos al Cerro de la Estrella. Esa era la última ubicación detectada, pero la señal del móvil se había apagado desde el segundo día.
Cuando a los investigadores se les ocurrió que sería buena idea revisar las cámaras de vigilancia de las calles, de acuerdo con el recorrido de la joven, las grabaciones ya habían sido borradas.
El gobierno de la Ciudad de México no sólo no ha comprendido la importancia de las primeras 48 horas de búsqueda, sino que ha ignorado el alarmante crecimiento de la desaparición de mujeres, lo que ha llevado a la capital del país a ocupar el cuarto lugar a nivel nacional, con un número aproximado de 20 desapariciones diarias.
El Registro Nacional de Datos de Personas Desaparecidas o Extraviadas (RNPED) revela que casi el 60 por ciento de las mujeres desaparecidas tiene entre 12 y 25 años de edad y organizaciones civiles especializadas en el tema señalan que las alcaldías de la zona oriente de la ciudad de México –Iztapalapa, Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta- concentran el mayor número de casos.
Así es como la CDMX se ha integrado al corredor de la trata de personas donde antes sólo estaban Puebla, Tlaxcala y el Estado de México. Un corredor donde la población sufre los estragos de la criminalidad y la falta de procuración de justicia. ¡Y vaya coincidencia! La pobreza y la marginación, también son una característica común.
Rita Canto Vergara, investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Iztapalapa (UAM-I) advierte, incluso, que en el país crece una economía criminal que utiliza a mujeres vulneradas por la pobreza y la falta de acceso a los servicios básicos de salud y educación, para la explotación sexual, tráfico de órganos, la esclavitud y la pornografía infantil y juvenil.
Las personas desaparecidas no son sueños rotos ni miradas perdidas. Son historias con corazón y lazos inquebrantables. Es indispensable que la autoridad se comprometa con la vida y la seguridad de las mujeres. Y como sociedad debemos comprometernos con las alertas, con los llamados de “si la ves reporta” estos hashtag: #TeBuscamos y #NiUnaMás, son para llamar la atención, evitar que los sueños se nos escapen en el aire sin que haya quien los persiga.
