Seguramente, usted, perspicaz lector, responderá con un inmediato sí. Cómo no iba a hacerlo, si desde los albores del capitalismo hasta la fecha no hemos hecho más que destruir el medio ambiente e inventar formas nuevas de contaminar, destruir y desaparecer especies. Hemos embargado nuestros cielos con cantidades estratosféricas de CO2 que hoy son responsables del calentamiento inusitado de la tierra, que tiene lo mismo a los arrecifes de coral que al oso polar rezando por su propia existencia. Nos despedimos de enormes cantidades de desechos que han convertido suelos y mantos freáticos en verdaderos infiernos de basura.
Es verdad que desde que el ser humano pisó la tierra ha generado importantísimos desequilibrios que hoy son responsables de la extinción masiva más importante de la historia. Pero desde que el capitalismo llegó como un punto sin retorno a nuestra historia, la producción inusitada y el consumismo solo se comparan con la cantidad de desechos y la destrucción de todo. Me va a decir usted también que no es posible que se evada la destrucción ambiental, porque seguramente sabe bien que cuando las empresas siguen “el camino verde”, reducen sus emisiones, reciclan y emplean aguas tratadas, la mayoría de las veces lo hacen para evadir impuestos y no porque mantengan un compromiso real con la sostenibilidad.
Estoy de acuerdo con usted hasta aquí, porque son esas mismas empresas las que generan los problemas que aseguran que solucionarán. Y somos nosotros, los mismos consumidores que, no sin cierta hipocresía, evitamos pedir el popote de cualquier bebida porque “pobres tortuguitas”, mientras dejamos una feria de luces y conexiones en casa, y nos llevamos el café en su respectivo vasito, y lavamos con detergentes que en pocos casos dicen “biodegradable” y ya hemos cambiado como mil veces nuestro celular por uno más moderno y avanzado. Y en este panorama de capitalismo voraz, parece que estamos destinados a destruir la naturaleza.
Pero no se preocupe, esta columna no es un regaño para usted, ni busca que corra a tomar pequeñas pero inútiles medidas de sostenibilidad que no cambiarán nada (no me malentienda, por favor sígalo haciendo), sino que quiere más bien problematizar el origen de estas condiciones que ya parecen no tener solución. Para hacerlo, permítame hacerle una pregunta más, ¿ha escuchado hablar de la economía circular? Si lo ha hecho, seguramente ya sabe a dónde quiero llegar, y si no, sólo le adelanto que la primera pregunta que le lancé se responde con un rotundo no.
El problema de la destrucción del medio ambiente bien puede estar en la producción, pues se produce para el desecho, y no únicamente en el capitalismo, sino en todos los modos de producción conocidos hasta ahora. El producto final es resultado de cadenas de valor que van desde la extracción hasta el desecho, pasando por el diseño, la manufactura, la venta y el consumo. Dígame usted, qué pasaría si en vez de cambiar su celular anticuado por uno nuevo, yo le dijera que lo puede devolver a la tienda y llevarse uno con las nuevas actualizaciones y ventajas con tan sólo cambiar un supuesto: la propiedad, pues el equipo pertenece a la empresa por lo que cuando ya no le sirva en vez de tirarlo deberá devolverlo; pero a cambio, usted pagará quizá unas diez veces menos que si se comprara uno nuevo (¡Imagínese llevarse un iPhone X por unos dos mil pesos a casa!), o su auto, o su computadora. La empresa fabricará otro nuevo con el que usted devolvió, y así no habrá ni basura ni extracción.
Este modelo que quizá le resulte descabellado, es la base de la llamada economía circular que modifica la manera en que se produce evitando extraer más recursos y producir nuevos desechos. Las empresas diseñan para volver a utilizar (partes o un todo) y así evitan la extracción de recursos. El consumidor evita a su vez desechar y destruir, cuenta con mejores artefactos, pues no están pensados para ir a la basura, y vive su encuentro con la tecnología de una manera mucho más amigable con el medio ambiente. Se trata de modificar la forma en que se producen las cadenas de valor y al mismo tiempo, ofrecer mejores costos.
Le comento que en el mundo ya existen empresas que aplican el modelo de economía circular y hasta ahora parece ser una de las mejores alternativas para frenar lo que parece ser la debacle de nuestro entorno. El problema es que son todavía muy pocas, por lo que otras empresas, gobiernos y sociedad civil deberían encontrar en conjunto nuevos cauces para concientizar sobre el tema y modificar sus acciones, quizá incluso generar esquemas jurídicos que vean en la sostenibilidad un compromiso ético para cualquier modelo de negocio.
Como verá estimado lector, el capitalismo no obliga a la destrucción del medio ambiente, ni una producción y consumo responsables, obligan a renunciar a los avances tecnológicos y altos estándares de vida. Eso sí, por desgracia, de la opresión a trabajadores, los sueldos paupérrimos y groseros que reciben muchos de ellos en todos los países, la falta de garantías y seguridad social, la semiesclavitud que viven los niños en Asia trabajando en compañías textiles y fabricando las prendas de Inditex que usted compra en Zara, Bershka, Macy’s , Regent Street o Liverpool, la cosificación de la mujer, el desprecio de la ética en el mundo y de muchos otros temas, no se encarga la economía circular. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía (2008) al referirse a esta economía dice en su libro Desarrollo, geografía y teoría económica: “En los comienzos de la crisis financiera, los bromistas decían que nuestras relaciones con China habían resultado ser justas y equilibradas después de todo: ellos nos vendían juguetes envenenados y pescado contaminado, y nosotros les vendíamos valores fraudulentos”. Quizá aún nos queda mucho que revisar en alrededor de esta propuesta económica y su manera de girar.
Manchamanteles
Hay quienes afirman que de este año la vaquita marina no pasa. Un cetáceo perteneciente a la familia de las marsopas, víctima de la pesca ilegal o francamente negligente, la destrucción de su ambiente, el cambio climático y de ser un ser solitario que difícilmente se aparea y reproduce. Las pocas que prevalecían en el lago de California trataron de ser rescatadas con nulo éxito mediante programas y medidas implementados por el Comité Internacional para la recuperación de la Vaquita (CIRVA). Por desgracia, nada ha sido suficiente. Parece que pronto nos despediremos también de la jirafa, el rinoceronte, el ajolote en estado silvestre, los gorilas y muchos compañeros más.
Narciso el Obsceno
El último en enterarse de que todo ardía fue Narciso. Las llamas le reventaban las mejillas, su silla estaba a punto de quebrarse y se mantenía sosteniendo débilmente su peso mientras se convertía en cenizas. Las ventanas ya le habían abierto la cabeza cuando estallaron, por lo que sangraba sin parar, y su ropa se pegaba a su carne ardiente a medida que el fuego la dominaba. Pero el rostro de Narciso permanecía imperturbable, estaba quieto mirándose al espejo con la misma mirada vacía de siempre. Hizo caso omiso de los gritos y se perdió de la única salida cuando las vigas ardientes cayeron y bloquearon la puerta. El espejo también estalló, pero ni por eso le cambió la mirada. Su imagen de sí mismo se diluyó con las cenizas.