Niños autodefensas, niños soldados, niños sin infancia, niños sin madre.
Un video que circula profusamente en redes sociales¹ muestra a un grupo de ocho niños armados, quienes se proclaman integrantes de un grupo de autodefensas del estado de Guerrero.
Solemnes la mayor parte del tiempo, portan rifles de madera y hacen maniobras militares; colocan sus armas en posición de tiro y se plantan pecho tierra, listos para disparar. Se dicen sobrevivientes de un ataque sanguinario y advierten: por cada comunitario que nos maten, vamos por diez sicarios.
Son cinco varones y dos niñas. Seguramente, ninguno de ellos rebasa los 12 años. Incluso, aparece un pequeño de unos cuatro o cinco, sus movimientos son un poco más torpes, más lentos. Pero, ¿qué importa? Ya está en una columna guerrillera, de autodefensas y en su lenguaje son de uso común las palabras matar, venganza, sangre y sicarios. ¿Dónde quedó su infancia?
Es el Guerrero negro y, como en Colombia, Uganda o Kosovo, los niños son reclutados, adiestrados y utilizados como máquinas de guerra. Como en todo el mundo, los niños soldados no sólo son integrantes de un grupo armado que participan activamente en los conflictos, con arma sobre el hombro y un uniforme; también son reclutados para ser cocineros, cargadores, guardias, espías, mensajeros, guardaespaldas y hasta esclavos sexuales.
Los niños son reclutados porque son más obedientes, más fáciles de manipular que los adultos, menos conscientes del peligro y, por lo tanto, no siempre entienden del todo -no al principio-, los significados de la muerte, de la ausencia y la violencia que provocan y ejecutan.
La pobreza, la discriminación, la falta de acceso a las oportunidades de educación y empleo; un ambiente familiar hostil y desintegrado, los hace más vulnerables. La identidad en una comunidad, la venganza, la ideología, también son factores de influencia determinantes, para el reclutamiento voluntario de los menores.
Pero también hay casos de reclutamiento forzado. Los niños que son secuestrados y torturados para obligarlos a participar en sus guerras; son los niños de orfanatos, campamentos de refugiados, escuelas e iglesias, quienes se hallan vulnerables. Todos ellos son golpeados, vejados, y en esa fragilidad, ceden a la amenaza de sus captores con tal de evitar la muerte de sus padres y hermanos. La estrategia es clara y sencilla: dejarlos solos y sin otra alternativa que irse con la milicia.
Debimos encender las luces de alerta en el año 2000, con la captura de ‘El Ponchis’, el menor que habría participado en una serie de ejecuciones relacionadas con el crimen organizado en el estado de Morelos, cuando tenía 14 años de edad.
Luego conocimos de casos aislados de niños que hacían el papel de espías, halcones que daban el pitazo a los narcotraficantes sobre movimientos o la presencia de personajes extraños en su territorio.
Hoy es demasiado tarde.
En Chilapa de Álvarez, Guerrero, uno de los municipios rurales con mayores niveles de violencia en el país, un grupo de autodefensas ha integrado a sus filas a menores de edad para convertirlos en policías comunitarios, niños soldados, niños sicarios.
En enero pasado, 150 hombres armados del grupo delictivo Los Ardillos entraron a Rincón de Chautla, en el municipio de Chilapa de Álvarez, y durante cuatro horas dispararon contra la policía comunitaria.
El saldo: 12 muertos y dos heridos en una comunidad de ¡80 habitantes! Tras este ataque, la violencia ha continuado y cobrado víctimas fatales en las filas del Consejo Indígena y Popular de Guerrero “Emiliano Zapata” y del Congreso Nacional Indígena.
Ese es el antecedente del video que protagonizan los niños autodefensas, niños soldados, niños sin infancia, niños sin madre.
