A Elvira con amor, en esta nueva vuelta al sol, deseándole sea muy luminosa.
Estamos a un año y medio de las tan esperadas elecciones presidenciales de Estados Unidos, los icónicos comicios que refrendarán el apoyo que llevó a Donald J. Trump a la Casa Blanca o que lo sacarán para siempre del histórico recinto. La administración del magnate no ha estado exenta de escándalos; sin embargo, ninguno ha tenido realmente el peso necesario para alejarlo del poder. Muchos esperaban que el impeachment llegara tras las múltiples acusaciones de interferencia rusa en las elecciones de 2016, otros deseaban que el libro Fear: Trump in the White House, escrito por el aclamado periodista Bob Woodward, quien ayudara a destapar el escándalo del Watergate, revelara información tan potente sobre Trump que fuera el tiro de gracia para su presidencia; sin embargo, ninguno de estos eventos tuvo el desenlace previsto, las acusaciones de interferencia rusa no lograron progresar ni hacer a la administración trumpista temblar y el libro de Woodward resultó ser sólo una crónica sobre lo mal que se trabaja en la Casa Blanca y sobre las excentricidades del presidente. Nada con fondo, nada que demostrara que se hubiera brincado una ley o que estuviera actuando en contra de los pilares de la patria del Tío Sam. A los estadounidenses no les quedó otra opción más que esperar sentados el momento de, si acaso, desbancar al multimillonario del poder por la misma vía por la cual lo encumbraron.
Desde el Partido Demócrata, el entusiasmo por derrocar a Trump es mucho y se ve traducido en los veintidós precandidatos que aspiran actualmente a la presidencia desde esta agrupación política. La cifra representa un récord para este Partido, lo cual no es sino el reflejo de las muchas ganas que hay de ser el elegido o la elegida para enfrentar al magnate. Pero no hay que quedarse nada más con la primera imagen ni con el entusiasmo, la diversidad de opciones es también un reflejo de la carencia de una fuerza capaz de condensar todas las posturas y todas las corrientes que buscan guiar el futuro de los Estados Unidos. Por el contrario, en el Partido Republicano sólo hay dos precandidatos, Trump y Bill Weld, prueba de que la decisión está prácticamente tomada y de que la esencia de este partido se ve, de momento, proyectada en el presidente.
Son tres las figuras fuertes que podrían encabezar la candidatura demócrata por la presidencia: Joe Biden, Elizabeth Warren y Bernie Sanders. La imagen impecable de Warren y la simpatía que hacia ella siente la llamada izquierda progresista podrían llevarla a la carrera hacia la Casa Blanca, luchando por conseguir lo que Hillary Clinton no pudo, ser la primera presidenta de los Estados Unidos. Por otro lado, Bernie Sanders podría rescatar la gran fuerza que tuvo en 2016 y que se perdió cuando Clinton le ganó las elecciones primarias. Joe Biden, quien fuera vicepresidente en la era de Obama, es de momento la figura favorita para ocupar esta candidatura. No sólo es quien más miedo ha suscitado en el presidente, según él mismo evidenció a través de su cuenta de Twitter, sino que ha recibido el apoyo de diversos sindicatos y ha conseguido recaudar una cantidad récord en donativos en su primer día de campaña. Tan sólo en sus primeras veinticuatro horas como precandidato, Biden reunió 6.3 millones de dólares, en su mayoría a través de internet. De acuerdo con el equipo del demócrata, esta cantidad se habría reunido con donaciones menores a los 200 dólares y habrían procedido de todo el territorio de los EE.UU. Antes de Biden, Sanders había abierto su candidatura con 5.9 millones de dólares en su primer día, seguido del congresista Beto O’Rourke, quien habría recaudado alrededor de 6 millones en sus primeras veinticuatro horas. Hay que recordar que en los Estados Unidos las campañas son legalmente sostenidas por fondos privados y que estos, finalmente, determinan en gran medida el alcance que pueda tener un contendiente.
La campaña de Biden arranca con espectacular impulso, pero también con pocas propuestas. Su postura número uno parece centrarse en la derrota de Trump y así lo anunció en el tuit que lanzó para oficializar que entraba en la contienda. “Los valores fundamentales de esta nación, nuestra posición en el mundo, nuestra democracia, todo lo que ha hecho que Estados Unidos sea Estados Unidos, está en juego. Es por eso que hoy anuncio mi candidatura para la Presidencia de Estados Unidos”, dijo el ex vicepresidente. No hay duda de que ese discurso encenderá a las masas deseosas de que Trump deje el poder, pero es posible que no atraiga a muchos indecisos y que no pegue para nada entre los simpatizantes del magnate. La apuesta de Biden es, sin embargo, segura. Es posible que el Partido Demócrata se incline por un candidato que no incomode demasiado a los estratos conservadores: es decir, es posible que no sea una mujer, ni alguien que no sea blanco, ni un político demasiado radical. En resumidas cuentas, Biden.
Manchamanteles
Entre que son peras o son manzanas, la posibilidad de una nueva injerencia extranjera en las elecciones vuelve a sentirse en los aires. Los empresarios detrás de las redes sociales que permitieron dicha intromisión nunca fueron capaces de asegurar que evitarán que un fenómeno similar se repita en el futuro y las puertas están abiertas prácticamente de par en par. Recientemente, el secretario de Estado de los EE.UU., Mike Pompeo, aseguró frente a su homólogo ruso que su país no tolerará un nuevo intento de injerencia. Lo cierto es que hasta ahora sólo hay palabras y pocos mecanismos para obligar a las redes a evitar un nuevo incidente de esta naturaleza.
Narciso el Obsceno
Desde hace algunas décadas en el gran capital descubrió que atravesaba una fuerte problemática en su salud mental a la que la que llamo “la epidemia del narcisismo” Los sectores progresistas de los EE.UU hoy hablan ya de una “pandemia del narcisismo” Parece un interesante quiebre en la dialéctica del deseo, pues al tiempo que el capitalismo propone de manera perversa el consumo para el deseo, ha tenido que abrir muchas posibilidades para que se llegue a la bases del deseo como son los créditos fáciles y muchos mecanismos para lograr una retrato grotesco de grandilocuencia sobre el éxito personal y el social. De tal suerte que según los académicos que se han dedicado a platear dicha pandemia, sostienen que el narcisismo que se vive oculta y trastoca el deseo puro, ese que lo mismo es una común hamburguesa, una loft en Manhattan, el último Gadget aunque nunca se use, la píldora del éxtasis o la de la perenne felicidad. Ya no importa ni la utilidad ni el deseo, lo que marca la pauta es la apariencia. ¿Se puede desear aparentemente? Difícil apuesta para Narciso, pues como en el amor fallido las apariencias engañan y siempre se delirará con el amor apasionado aunque quieran hacerlo aparecer devaluado.