sábado 23 noviembre, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» L-o-v-e, mi 10 de mayo

 

Atrás quedaron los años en que la víspera del 10 de mayo me llenaba de ilusión y angustia al mismo tiempo. El día del festival escolar por el Día de la Madre me levantaba más temprano que cualquier otro día para acicalarme un poco más y estar a la altura del festejo.

A la entrada del colegio, las “nanitas” nos daban la bienvenida con una rosa roja. Un alumno de los “grandes” nos acompañaba hasta nuestro asiento y mientras comenzaba el show, nos invitaban a tomar los jugos y el café dispuestos sobre una mesa decorada a un costado del auditorio.

La espera para ver actuar a mi hija se me hacía eterna y mientras tanto me sentía obligada a saludar incluso a los profesores con los que no simpatizaba mucho. También me ponía al día con las mamás de sus amiguitos, las que no sólo habían ido al salón de belleza desde temprano, sino que parecían ser las próximas en subir al escenario.

La mayoría de los recuerdos acerca de los detalles de esos días son muy fugaces, pero aún puedo revivir la emoción que me embargaba ver a mis hijos bailar, cantar o recitar, aunque las canciones o los poemas fueran de lo más cursi.

Los recuerdos más nítidos sobre mis hijos actuando en 10 de mayo son los relacionados con el festival en sus últimos años de preescolar.

Mi hija era parte del coro y la maestra de música los tuvo ensayando con dos meses de antelación para ofrecernos un recital titulado “Love”. Todos los niños iban vestidos con una capa roja y moño blanco. También llevaban consigo una letra enorme pintada sobre un trozo de cartulina.

La mayoría de las canciones fueron interpretadas en inglés. Al momento que interpretaron la canción de Nat King Cole, al ritmo de “L is for the way you look at me / O is for the only one I see / V is very, very extraordinary / E is even more than anyone that you adore can”, empecé a llorar sin parar. Verla cantar así me conmovió hasta el alma.

Dieciséis años después, cierro los ojos y aún puedo sentir su mirada buscando la mía al tiempo que alzaba su cartón con la letra “L” y formaba la palabra “L-O-V-E” junto a sus compañeritos, cantando “Love was made for me and you”.

Mi hijo estaba en un Montessori y por supuesto que ahí no había festivales ni concursos, pero sí “actividades de integración”. El festejo mamá-hijo en su último año de kínder fue una clase de cocina. Me escogieron para que les enseñara cómo hacer un cupcake. Mi hijo y yo explicamos el paso a paso de la receta y entre todos preparamos la masa hasta que se llevaron nuestras charolas al horno.

Lo más divertido fue cuando mamás e hijos decoramos los panquecitos al gusto con mucha crema batida, chispas de colores, nueces, pasas y polvos brillantes. Mientras disfrutábamos del resultado con unas tazas de té dentro del comedor escolar, un niño me dijo “Gracias Mamá de Ivo, están deliciosos”. Y volví a llorar.

Por muchos años, el siguiente punto de mi 10 de mayo tenía lugar en una tienda departamental donde “escogía mi regalo”. Después íbamos todos a comer. Así conocí algunos de mis restaurantes favoritos. El festejo terminaba releyendo las tarjetas decoradas o buscando un lugar dónde acomodar la manualidad que a todas luces habían hecho en un dos por tres. Aún llevamos a la mesa un pez de madera –pintado con nescafé por mi hijo– donde colocamos las sartenes calientes.

 

Ya no extraño los festivales. Es más, creo que ahora me daría una flojera inmunda tener que aguantar tanto show. El tráfico del 10 de mayo me pone de muy mal humor y los restaurantes atestados me impiden disfrutar de la comida como a mí me gusta, lentamente y con mucha sobremesa.

El 10 de mayo de la publicidad es demandante y extenuante.

Gracias a la lucha feminista de mujeres como mi madre y la de mi propia generación, hoy, muchas mujeres en sus 30 pueden decirle No a la maternidad sin que ello represente un estigma sobre su vida.

A mí todavía me tocó partirme en dos y pedir permiso en el trabajo para asistir a los festivales, ir a la firma de boletas o llevarlos a una consulta médica de emergencia, etc. Por eso entiendo y celebro que, en un mundo donde la crianza sigue siendo un asunto principalmente de mujeres, las millennials puedan elegir una vida sin el estrés de la doble jornada y el agobio de la maternidad. Aún más en un país como el nuestro, donde niños y adolescentes están expuestos a la inseguridad, a la vuelta de la esquina, para ser víctimas de los perores abusos y crímenes.

También yo lo pensaría dos veces.

Por eso, lo único que extraño de aquella época de festival es la inocencia de mis hijos y el control que creía tener sobre su seguridad. Hoy que están grandes y deben hacerse un camino por sí mismos, me angustio pensando en la inseguridad de esta ciudad y en la falta de oportunidades.

Así que, aunque me encantan los menús de cuatro y cinco tenedores, este viernes mi mejor y único gran regalo será tener a mis hijos conmigo, disfrutar su presencia y escuchar juntos la dulce versión de Natalie Cole para decirnos: “L-o-v-e is all that I can give to you”.

 

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