En ocasión de este día, les comparto este hermoso cuento Aquellos lunes. Lo escribió una niña de 14 años para un concurso sobre símbolos patrios.
Talento e imaginación de nuestros niños.
A quererlos y apoyarlos siempre, desde cualquier trinchera y a todos los que podamos. Propios y ajenos.
Ligero y muy recomendable.
“Tina Chazarini” es seudónimo.
Por Tina Chazarini
Cuando mi abuelo entonó el himno nacional, no supe qué hacer, me quedé atónito, tenía muchísima pena, solo quería que me tragara la tierra. Y eso sucedía todos los lunes. ¡Ay, como los odio! En la ceremonia escolar todos me miraban de forma extraña, preguntándose por qué mi abuelo interpretaba el himno nacional con tanto fervor, y claro, con mucho más entusiasmo que todos los padres de familia, maestros y alumnos. Yo tampoco sabía. Mi mayor deseo era preguntarle, pero me faltaba el valor para hacerlo.
Cuando llegué a casa, aún sentía pena por lo que había pasado, así que decidí contarle a mi mamá lo que estaba pasando con mi abuelo.
– Mamá ¿estás segura que no puedes ir tú a las ceremonias de los lunes en lugar de mi abuelo?
– ¿Por qué, hijo? ¿No que tanto te gustaba que tu abuelo y tú se fueran a la escuela caminando…?
– Sí, sí mamá, pero es que…
– ¿Qué pasó? Seguro te regañó y ya no quieres irte con él.
– No, no es eso mamá, es que cuando ponen el himno, él lo interpreta un poquito diferente a todos mis amigos y sus papás.
– ¿Diferente?
– Sí, así, diferente.
– No te entiendo hijo.
– Mamá, pero si es más claro que el agua ¡canta muuuuuy exagerado!
– Hijito, ya sabes, que no puedo ir a las ceremonias, tengo que estar puntual en mi trabajo, acuérdate que las responsabilidades, siempre van primero.
– ¡Ay! Pero, mamá….
– ¡No! ¡No! Que berrinches ni que nada, ándale ve a comer que se va a enfriar.
En toda la semana no logré entender por qué me daba tanta pena que mi abuelo cantara el himno, así que me dejé de cosas y sin pelos en la lengua le pregunté:
– ¿Por qué te gusta tanto entonar el himno nacional mexicano, abuelo? Dejó de comerse su helado de pistache y sonrió. Nunca había visto así de sonriente a mi abuelo.
Empezó a relatarme la importancia de nuestro himno, uno de los principales símbolos patrios y para él, el más importante. Me contó que nos identifica entre los 194 países que hay en el mundo, que nos forja como mexicanos y nos une cuando lo interpretamos. Dijo que se trata de un poema lírico de tema bélico, que celebra las victorias mexicanas en diferentes batallas y enaltece la importancia de la defensa de la patria.
– Ya me perdí abuelo, le dije.
– ¡Ay hijito! Bueno, pues, vámonos mejor, que si no, se nos hace tarde, no le digas a tu mamá que vinimos por un heladito.
A pesar de su intento de explicación, yo seguía sin entender por qué tanto entusiasmo al cantarlo. Pasaron los días y yo seguía con la angustia de llegar al lunes.
El domingo mientras cenábamos, me armé de valor y volví a preguntarle a mi abuelo, buscando la manera de insinuarle que no lo cantara mañana.
– Abuelo, cambiando de tema, te acuerdas que me estabas contando sobre el himno y te quedaste, creo que ni a la mitad, con tan tremenda explicación.
– Como no me voy acordar Joaco, el himno es de las cosas más bonitas por las que se caracteriza un país, pon mucha atención, México ocupa el quinto lugar de los himnos más hermosos del mundo y eso, a mi en lo personal, me llena de orgullo, ojalá y a todos los niños y jóvenes les diera el mismo orgullo y lo entonaran con el respeto que merece.
– ¿De verdad, abuelo? ¡Que emoción!
– Ahora, quiero que no te distraigas porque nos vamos a ir hasta 1854, cuando Francisco González Bocanegra comenzó a escribirlo. Obviamente como todos los éxitos tienes desafíos, éste no fue una excepción, hubo muchas complicaciones para Francisco.
– ¿Como cuáles abuelo? Vamos, dímelo ya abuelo.
– Resulta que se abrió una convocatoria para escribir el himno y cualquier ciudadano podía participar. Para González Bocanegra no fue así, él no quería escribir, pero su esposa estaba empeñada en que lo hiciera. En la casa donde vivían había un cuarto, una especie de estudio, en el que Francisco escribía cuentos, historias, vivencias, lo que pasara por su cabeza. Entonces, a su esposa se le ocurrió la grandiosa idea de encerrarlo, hasta que redactara al menos 10 estrofas. Francisco escribió y escribió. Hoja que escribía la pasaba por debajo de la puerta para que la revisara su esposa. Idea que no le gustaba, regresaba la hoja. Hasta que por fin, a ella le gustó lo que había escrito su esposo.
– Abuelo y ¿él hizo todo el himno, todo, todo?
– Las estrofas, claro que sí, él mismo las hizo.
– ¿Y la música?
– ¡Ah! No, por supuesto que no, aquí viene el segundo desafío, la música la hizo Jaime Nunó.
– ¿Por qué desafío, abuelo?
– La música la realizó Jaime Nunó, pero hubo algunos conflictos, porque se sabía que él no era mexicano, era español y la convocatoria era solo para nosotros los mexicanos, aunque al final se arregló todo.
– ¡Que padre abuelo! Cuéntame más.
– Vamos a tu cuarto, te lo cuento mientras te arrullas.
– Pero es que, abuelo, me voy a quedar dormido.
¡A dormir! –Se escuchó que a lo lejos ordenó mi mamá–.
– Ya oíste a tu mamá, es hora de dormir.
– Vamos abuelo, déjame un ratito.
– Vamos a tu cuarto mijo ahí te sigo contando.
– Si abuelo.
– Los himnos nacionales reflejan la unión, el sentimiento de solidaridad y la glorificación de la historia y las tradiciones de un país. Es muy importante que sepas que el himno nos da identidad, nos invita a entender la historia de México, nos une como una nación independiente, humana y generosa.
Mis predicciones siempre han sido las mejores, tal y como se lo dije, me quedé dormido, cuando desperté, quise ir corriendo con mi abuelo para que me contará más sobre la historia del himno, pero recordé que era lunes ¡ay como los odio! Me vestí rapidísimo, me puse los zapatos, me peiné, me lavé los dientes, y me hice el nudo de la corbata en cuestión de segundos, yo solo, sin pedirle ayuda a mi mamá. Me apuré para que el abuelo terminara de contarme lo del himno y yo pudiera decirle que no quería que cantara como lo hacía.
Se acercó y me dijo:
– ¿A qué se debe todo esto?
– ¿De qué hablas, abuelo?
– ¿Tan temprano y ya desayunado?
– Ah, si. –Mentí, no había desayunado– ¿Ya nos podemos ir?
– Ándale pues, despídete de tu mamá.
– Ya nos vamos mamá, que te vaya bien en el trabajo.
– Adiós hijo, también a ti, échale muchas ganas.
En el camino sentía pena decirle a mi abuelo que no entonara el himno después de ver cuanto sabía sobre su historia. Pero, por otro lado, no iba a permitir que lo interpretara de la forma que él solía hacerlo. Entonces, abrí una vez más el tema.
– Abuelo, ayer me quedé dormido, me puedes seguir contando, aún tenemos tiempo.
– Ah si, pero ya te conté todo.
– No es cierto abuelo.
– Está bien. –suspiró–. Allá por 1956, en Melbourne, Australia, representé a México en clavados de plataforma de 10 metros. Eran los Juegos Olímpicos, estaba muy nervioso, solo, sin mi familia, lejos de México. Extrañaba todo y a todos, sentía mucha nostalgia. Pero, también, sabía que tenía que dar todo. Habían sido años de entrenamiento, que se tenían que ver reflejados. Claro, tenía miedo de fracasar, pero a la hora de llegar la piscina, todo iba mejorando, alcancé a ver algunas banderas de México y se me enchinó la piel, los colores verde, blanco y rojo y el escudo en medio, me infundieron valentía. Cada parte de mi cuerpo iba sintiéndose mejor y me sentí orgulloso. Franceses, al
– Cierto, córrele abuelo.
Entré a la escuela y no dejaba de pensar en la historia de mi abuelo. Que tonto fui. Avergonzándome de cómo cantaba el himno y él con enormes razones para hacerlo. Cuando comenzó la ceremonia no vi a mi abuelo. No me preocupé, porque sabía que iba a identificar su voz. Comenzaron las primeras estrofas y nada. El abuelo no estaba. Nadie cantaba con la emoción de él. Me sentí triste y culpable. De pronto, escuché su timbre, lo ubiqué y me emocioné. Cruzamos miradas, me hizo un guiñó y sin darme cuenta, empecé a cantar con la misma pasión que él, mis compañeros me miraban con sorpresa.