jueves 21 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Julian Assange: La campaña de desprestigio que legitimó una persecución política

 

Hace siete años, el gobierno de Ecuador, entonces encabezado por Rafael Correa, decidió dar asilo político al fundador de WikiLeaks, Julian Assange. Sobre el activista pesaba una orden de extradición emitida desde Suecia, por presuntos delitos relacionados con acoso sexual. La investigación respectiva nunca prosperó; aunque nunca hay que desestimar las denuncias de víctimas de agresiones como ésta, quedaba claro que este caso se trataba de una persecución orquestada por el Tío Sam. Hace unos días, con el asilo peligrando desde el cambio de gobierno ecuatoriano, Assange aseguró que los Estados Unidos estaban investigando cargos en su contra con toda secrecía. La declaración no fue tomada muy en serio: sobre Assange no sólo pesaban las intenciones captoras de grandes gobiernos, sino la campaña de desprestigio que, sostenida durante una década, había conseguido desgastar su imagen pública. Hoy, con el mundo ocupado en sus propios problemas y países como Ecuador luchando contra sus propias derechas, Julian Assange es finalmente detenido en Londres.

Assange es considerado uno de los más icónicos activistas en favor de la transparencia de los gobiernos en el mundo. WikiLeaks, la organización que fundó, se dedicaba a filtrar informes y documentos cuyo contenido tenía relevancia pública pero cuyo tratamiento solía ser confidencial entre los agentes estatales. Una labor semejante no podía resultarle divertida a ningún gobierno, mucho menos a aquellos que resultaran afectados por las filtraciones en cuestión. Había algunos que, sin embargo, sabían sacarle partido, exprimiéndole el jugo a las filtraciones relacionadas con sus contrincantes o enemigos, hecho que era interpretado por la prensa como resultado de alianzas directas con WikiLeaks. Es así que, cuando son revelados miles de mails de la antes Secretaria de Estado Hillary Clinton, entonces candidata presidencial, la respuesta más clara era decir que Assange era una fuerza al servicio de Putin, buscando que Trump llegara a la presidencia.

Es cierto que, sea como sea, el mundo estaría mejor con Hillary Clinton. Es cierto que esas filtraciones fueron un duro golpe a su campaña, pero también lo es que WikiLeaks, al realizarlas, no estaba sino persiguiendo su propia meta: la transparencia. El equipo de la demócrata acusó a la organización de difundir “propaganda rusa”, declaración crucial en la campaña de desprestigio que hoy legitima la detención de Assange y que atenúa el descontento que en otro tiempo ésta hubiera provocado. Hay que notar que a Julian Assange no lo condenan ni la campaña de Hillary ni el gobierno de Trump, sino todos en conjunto. Julian Assange no es amigo de nadie y probablemente tampoco se lleve con Putín a piquetes de ombligo. Assange es un enemigo del sistema y por eso es incómodo en cualquier tierra que pise.  Vive en la “periferia del centro” y por ello puede incidir en el “sistema mundo” de Wallerstein.

La falta de amigos se notó en todo momento. Apenas este 10 de abril, un día antes de la detención, WikiLeaks había denunciado una “operación de espionaje” en contra de Assange al interior de la embajada ecuatoriana. Un grupo de españoles habría sustraído información tan importante como la estrategia de defensa de Assange y habría tenido incluso acceso a las cámaras colocadas al interior del edificio. Lo cierto es que desde la llegada de Lenín Moreno al gobierno de Ecuardor, Assange ya no se encontraba seguro en esa embajada. El tema había confrontado a Moreno y a Correa desde el principio. Este 11 de abril la confrontación se hizo tangible. El actual presidente anunció que “Ecuador decidió soberanamente retirar el asilo diplomático a Julian Assange por violar reiteradamente convenciones internacionales y el protocolo de convivencia”. Correa aseguró que el acto era uno de los “más atroces fruto del servilismo, la vileza y la venganza”, sentenciando que “la historia será implacable con los culpables de algo tan atroz”. En lo que la historia se decide, Assange ya está en manos del Tío Sam, sin que ni siquiera un gobierno pequeñito meta las manos y con una narrativa que lo mismo lo acusa de violador que de aliado de Putin.

Hoy mucha gente alrededor del mundo tuiteará los peores juicios sobre Assange. Como lo hicieron antes, como lo seguirán haciendo con las figuras que se presenten. Ninguno de ellos notará que son sólo los troles del centenar de hombres que están escribiendo la historia tomando los intereses económicos propios como único parámetro.

 

Manchamanteles

El caso WikiLeaks ha sido incómodo para el sistema por donde se le mire. Para notarlo, sólo hace falta recordar al otro personaje estelar de este torbellino. Chelsea Manning, quien en 2010 fuera condenada a treinta y cinco años de prisión, fue perseguida por filtrar un video en donde podían verse a miembros del ejército estadounidense asesinando a civiles de la población afgana y a dos periodistas. Manning es un caso paradigmático: su pena fue conmutada por el entonces presidente Barack Obama, liberándola el año pasado. Por otro lado, se trata de una persona que asumió su transexualidad a media persecución política, en prisión. Nuevamente hablamos de alguien que es incómoda para el sistema por el simple hecho de ser ella. Es cierto que la historia la escriben los cien hombres que se encuentran en las cúpulas. Pero, con todo y todo, a veces se antoja ser optimista y pensar que activistas como Manning y Assange han logrado modificar, aunque sea un poco, esta escritura.

Narciso el Obsceno

Ovidio trazó, en la traslación romana de la cosmogonía de los griegos, que Narciso era un ser divino y encantador, y este no aceptó las mieles amorosas de la ninfa Eco.  Ovidio interpreta que Narciso fue castigado soberbio y obligado a mirarse permanentemente. Narciso se quedo atrapado en su propio reflejo. ¿Sera acaso está la mismidad de nuestros días? ¿La política entre inconscientes?

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