Abnegación, sufrimiento, sacrificio y dependencia; son algunas de las ideas que constituyen al amor romántico. Ficción de unión indisoluble y eterna. Esta construcción es la receta preferida de los productos culturales que continuamos desayunando todos los días. Sin embargo, cada vez somos más las que resistimos ante ese ideal promotor de desigualdad. Feministas o no, decidimos cambiar el menú, pero entonces ¿en qué ideas y prácticas apoyarnos para des-aprehender al amor?
Muchas compañeras que ya tienen puestos los “anteojos violeta” como decimos, estarán de acuerdo en que durante este ejercicio de resistencia, predominan algunas constantes: como cuidarnos de no envolvernos en dependencias; y la tarea permanente de visibilizar las múltiples manifestaciones de violencia, que responden a la subordinación tan normalizada en el amor romántico. Se trata de una práctica cotidiana para desmitificar al amor.
En mi caso, algunas veces dolorida y fatigada, echo mano de todas mis herramientas para proponerle a mi pareja “diseñar el nuevo menú”. Pero ojalá se tratara sólo de gustos y preferencias, es un proceso complejo, que involucra la historia, el contexto y el conjunto de ideas que nos construyen a ambos. Adicionalmente, compromete posiciones de poder que practicamos por “sentido común”, o por “deber ser”, generalmente asentadas. Pero sobretodo, envuelve el dilema de querer o no, quitarse la ceguera para aceptar una nueva propuesta de mirarnos, relacionarnos y coexistir.
Otra medida que adopté desde hace tiempo, ha sido alejarme de todas esas voces que giran en torno al rol asignado a las mujeres dentro de una relación de pareja. Me refiero a todas aquellas creencias que atentan contra mi libertad de ser y elegir; contra mi autonomía y valía. Desecho todas esas etiquetas de la “buena mujer” abnegada y callada, quieta. En resumen, todos los estereotipos que resultan inmovilizadores, y de subordinación.
De algo he partido: eligiendo quién quiere entrarle a esta nueva forma y quién no. En mi caso, si mi pareja tiene disposición para desmontarse, renunciar a privilegios, cuestionarse y redibujarse: es posible dar otro paso. Desde luego que ha habido varios desertores, sin embargo cuando ya se está de “este lado”, no hay lugar para el retorno.
Me ha funcionado también, desarticular roles en el espacio cotidiano: nadie tiene la obligación –por ningún motivo– de atender a las mascotas, de lavar la ropa, de preparar el desayuno, de regar las plantas. Del mismo modo en que nadie “tiene que” pagar la cuenta del bar, ni de la despensa o la cena de fin de semana. Todo lo hacemos ambos, buscando una dinámica de colaboración permanente, sin caer tampoco en la tensión del 50-50. Se trata de vincularnos de tal forma, que la relación tenga un ritmo afectivo bidireccional y multidimensional. Lo que admite la creatividad del amor.
Y a pesar de estas prácticas, en momentos específicos como durante una discusión o al afrontar un desacuerdo: sigue predominando una idea sutil de que yo –en tanto mujer– hago o contribuyo menos, en términos no sólo de recursos económicos, sino de esfuerzos e implicaciones personales. Como sabemos, la desigualdad se cuela en nuestras estructuras y de ahí la necesidad de no bajar la guardia.
En otros momentos, me ha tocado detener el curso de la relación ante manifestaciones de violencia, porque es necesario reconocerlas asumiendo su gravedad –aquí entra el recurso de erradicar la normalización de la violencia–, partiendo de que es imprescindible visibilizarla y atenderla oportunamente. De esa manera, haciendo las pautas y replanteamientos que se requieran, cuando hay disposición de ambos: buscamos y hacemos uso de múltiples herramientas como terapias, textos y talleres que permiten obtener técnicas para reestructurar y sanar el flujo afectivo.
El “aprehender” se canjea por “liberar”. Emancipando nuestra autonomía con todas las posibilidades de amar que puedan surgir desde ésta. Es una propuesta que admite la posibilidad de una identidad en constante deconstrucción.
El “cómo” del amor, se vuelve un asunto de voluntad. Se vuelve un amor que permite dinámicas de acompañamiento y auténtica colaboración, desde el respeto y la igualdad.