jueves 21 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» De los viajes al espacio a la democracia digital

 

“La tierra no necesita nuevos continentes, sino hombres nuevos”.

Julio Verne

Han pasado cincuenta y seis años desde que John F. Kennedy, el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, anunciara que el país que gobernaba había decidido ir a la Luna. La misión “nunca antes intentada” de llegar a “un cuerpo celeste desconocido” fue elegida, según lo dijo JFK, “no porque fuera fácil, sino porque era difícil”, porque la meta serviría “para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades”. La colosal tarea alimentó las mentes de escritores, cineastas, científicos y soñadores durante décadas. La ciencia ficción nos imaginaba viviendo en Marte ni bien empezado este milenio; el presente que vivimos tenía una cara menos aterradora ante los ojos de la ficción del siglo pasado, alumbrados por el ritmo de los descubrimientos del momento y por las tendencias económicas y políticas. La única promesa que el entonces futuro distante pudo cumplir fue la de una red que conectara al mundo entero y que le permitiera comunicarse con inmediatez. Pero ¿es la situación actual de nuestra relación con el Internet realmente esperanzadora?

Es cierto que la exploración espacial ha introducido a nuestras vidas un sinnúmero de inventos que han mejorado nuestra calidad de vida. La prueba más frecuentemente citada es el teflón de los sartenes, pero también tenemos nimiedades como las aspiradoras sin cables e hitos más trascendentales como los corazones artificiales y los sistemas de monitoreo a distancia de los signos vitales. No hay modo de desestimar los méritos, sería una injusticia siquiera intentarlo, pero hay que reconocer que la transformación social que prometía el futuro se quedó bastante corta. Hay estructuras sociales milenarias que han demostrado ser más firmes que los supermateriales que prometía Kennedy en su discurso lunar. La discriminación, el racismo y la pobreza prevalecen, sin importar que nuestros sartenes tengan o no teflón o que una pequeña fracción de la población tenga acceso a internet.

La propia exploración espacial nos envió esta semana un desagradable recordatorio de lo estancado que está el mundo en fantasmas medievales. Justamente hoy, la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) había previsto iniciar el primer paseo espacial completamente efectuado por mujeres astronautas. La misión no duraría más de seis horas, pero tomó por asalto a la NASA que, al igual que un sinfín de instituciones internacionales y estatales, no ha conseguido sacudirse de encima las estructuras rancias que tanto critican en los países del llamado tercer mundo. Aunque se pensó en todo, no se previó que existieran trajes espaciales a la medida de las astronautas que realizarían la misión. Ambas necesitaban trajes medianos, pero sólo existía uno disponible, por lo que el hito en la historia contra la brecha de género tuvo que ser pospuesto.

El futuro no nos trajo colonias en Marte y a las mujeres y a las personas de las mal llamadas “minorías” tampoco les trajo viajes al espacio, salvo en contadas excepciones. Nos trajo Internet, es cierto, y por un instante pensamos que ahí estaba la utopía. Llegamos a pensar que ahí estaría el punto cumbre del derecho a la información y de la democratización de la misma; sin embargo, como lo afirma el escritor Nicholas Carr en su ensayo La amoralidad de la web 2.0, “la red resultó ser algo que tenía mucho más que ver con el comercio que con el conocimiento, más parecido a un centro comercial que a la comuna”. La voracidad del capitalismo no tuvo ningún reparo en devorar el espacio hippie que el mundo digital amenazaba con ser en un principio. Lo que queda hoy es un espejismo, aunque muchos se esfuercen en decir lo contrario y en afirmar que gracias a personajes como Mark Zuckerberg y Jack Dorsey la democracia está hoy en sus años dorados. Lo cierto es que, parafraseando a Carr, internet ha cambiado muchas cosas, pero no nos ha transformado a nosotros.

Las estructuras permanecen, pero los envoltorios cambian y se complejizan. Los mercaderes aseguran hoy que será a través de sus productos que alcanzaremos el nirvana; todos les creemos en manada. Mientras tanto estos personajes, dice Carr, “al extender una visión utópica de la tecnología, una visión que define el progreso exclusivamente en términos tecnológicos, han reducido la capacidad crítica de la gente, propiciando que los empresarios de Silicon Valley sean libres de remodelar la cultura para que se adapte a sus intereses comerciales”.

El futuro no nos trajo colonias en Marte, quizás no nos traiga ni siquiera una forma de salvar esta “colonia” de la Tierra. Nos trajo, sin embargo, un mundo aparte, donde pretendemos constantemente refugiarnos de la realidad. Nos trajo a los gigantes tecnológicos, a quienes constantemente alimentamos con nuestros datos y nuestra información privada, y nos trajo las redes sociales donde diariamente podemos quejarnos de la opresión, sin mover un solo dedo, sin trascender nunca a la acción, como quien pinta groserías en la pared de un baño gigante y accesible desde cualquier parte del mundo, para al día siguiente levantarnos de malas y continuar siendo explotados como si cualquier cosa.

Manchamanteles

El recuerdo, un hábito de vida; el encuentro, la coincidencia en la vida. Un encuentro con un sabroso personaje, “Sir Winston Churchill”, fueron las palabras de presentación de Jorge F. Hernández, a lo que yo repliqué: “Marilyn Monroe”, (ambos con nuestras exquisitas figuras “boterianas”, finalmente todo es cuestión de enfoque diría el propio Botero) mientras nuestros hijos, a la par, coincidían en el campo de futbol del Colegio Madrid, Paola, Iñaki, Sebastián y Santiago, en ese entonces promesas del balón pie, ahora sólidos principiantes en el mundo de la cultura y la política. Frente a nosotros, el campo abierto de los goles para dos figuras clásicas, gargantueles y pantagrueles.  F. Hernández, fue alumno dilecto de don Luis González y González, coincidíamos en ser discípulos del doctor Álvaro Matute, quien me había regalado, ya para ese momento, La emperatriz de Lavapiés, obra deliciosa de Jorge. Tiempo después, lo invité a leer a mi clase de historiografía, Homero, Ilíada, de Alessandro Baricco, con esa voz de gravedad nunca parcial sino total que cautivo a los alumnos. En fin, hombre de calidad humana, perfil modélico para representar a nuestro país en la cultura. La vida, otra vez, ya que anda muy cuata, me permitió invitarlo a colaborar en otro proyecto, del cual les iré contando en el futuro, su generosidad y amistad que siempre evoca la calidad. Por lo mientras hago mío el lema de nuestro nuevo agregado cultural de la Embajada de México en España y director del Instituto de México en Madrid: ¡Viva Jorge F. Hernández!

Narciso el Obsceno

PewDiePie, (Felix Arvid Ulf Kjellberg, Suecia, 1989), con más 55 millones de suscriptores y un caudal económico, superior  a los 20 millones de dólares según la revista Forbes  descubrió recientemente la parte oscura de la popularidad narcisista, anunciando que  fue oprimido por la imposición de fama como modelo en su vida y por ello abandonaba  su carrera de manera indefina.

 

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